Paseando por los alrededores de mi
pueblo, me topo a menudo con este misterioso enclave que aquí se conoce
popularmente como “Las Farmacias” de la Alegría. Aun dando por descontado que el
mundo está lleno de fenómenos inexplicables, me permitiré traer aquí éste, por
supuesto sin el ánimo ni la posibilidad de aclarar nada.
¿Son oquedades naturales de la roca o
alguien se ha entretenido en trepanar esta, relativamente extensa, estantería
rupestre con alguna finalidad concreta? Aunque en las areniscas de por estos
pagos hay espectaculares muestras de erosión que, a veces, tallan relieves
increíbles y frisos sorprendentes, todo parece indicar que las hileras, aquí formadas
por orificios triangulares de unos treinta centímetros de altura, proceden de
la esforzada mano de nuestros ancestros. Y algún trabajo que se ha hecho para
datarlas, nos remite a la era precristiana.
¿Cuál era su finalidad? ¿Por qué aquellos
primitivos pobladores, que no debían estar muy distanciados del nivel de
subsistencia, se entretendrían tan largamente en excavar unos agujeros tan
regulares? Al ser el cerro un lugar considerado mágico desde tiempos
inmemoriales, cabe cualquier hipótesis. Las más serias que he oído hablan de un
lugar de enterramiento, supongo que para cenizas, pues aquí no cabe un paisano
muerto, por muy escurridos o esmirriados que anduvieran en aquellos remotos y
difíciles tiempos.
Hay quien se inclina por adscribir al
lugar una función de depósito: quizá se guardarían semillas, para que la roca
sagrada las fertilizase, o tal vez se albergarían lamparitas, figuras u otro
tipo de exvotos. La imaginación que les impuso el nombre de Farmacias, debe
inclinarse por pensar que allí se almacenaban hierbas medicinales o cualquier
otro tipo de remedios de índole más o menos mágica. Vaya usted a saber,
nuestros antepasados no dejaron por allí ningún libro de inventario.
Es por tal motivo por lo que me voy a
permitir unas hipótesis más imaginativas y, por supuesto, menos serias, sin
base científica ni arqueológica alguna, que para eso no tengo que presentarme
ya a ningún examen de Historia, ni nada por el estilo.
Para mí, pudieran tratarse de las
taquillas del vestuario de un protoequipo deportivo de paleofútbol, o de un
club de disciplinas atléticas, encaminado a formar y seleccionar a nuestros
representantes en los juegos olímpicos que se celebraban en la Hélade durante
la antigüedad. Esto corroboraría que el eslogan “Monzón, cuna de deportistas”
se ancla en una tradición de tiempos muy remotos.
O pueden ser las estanterías de una
juguetería prehistórica, que se arruinó y tuvo que cerrar, debido a la crisis
provocada por la llegada de los fenicios a la península Ibérica, cuando la inundaron
de unas mercaderías de carácter novedoso y a unos precios sin competencia. Los
niños ya no querrían jugar a la taba con huesos de fabricación nacional y
pedirían a sus padres caracolas, cuentas y birlas de importación.
Por último, podría tratarse de un
esfuerzo para copar la portada de la revista “Hogar Y Decoración”, en el
ejemplar cincelado en el año 600 antes de Cristo. Se supondría que un rico íbero
se hizo tallar unos estantes para guardar discos, pero como tardaban en
inventarlos, el mueble rupestre quedó abandonado en el lugar donde ahora puede
ser admirado por propios y forasteros, en el sur del cerro, a un paseo de un
par de horas, entre ida y vuelta, desde el centro del pueblo.
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