jueves, 8 de octubre de 2015

Curso Urgente De Política Para Gente Decente - Juan Carlos Monedero

Curso urgente de política para gente decente, (por el repelente niño Vicente). Este poco eufónico título, encubre algo que, pudiendo ser un ensayo básico como “Política para Amador” de Fernando Savater, se queda en un panfleto bajo en calorías, de directrices ya muy gastadas: un cruce de una especie de milenarismo apocalíptico derivado de la crisis y los sabios consejos morales para una vida modélica, de los olvidados libros de José Luis Martín Vigil.

Está compuesto de perlas, enhebradas sin ton ni son, que ya me parece haber leído en otra parte y me resulta curioso, porque no leo libros de autoayuda. ”Sólo cuando hay memoria los mentirosos tienen menos oportunidades.” “¿Puede ganarse con la razón a quien está pidiendo corazón?” “Una sociedad donde demasiada gente quiera locuras es una sociedad enloquecida”. ”Somos mayoría, somos alegría”…

Leo primero con incredulidad, luego con pasmo: ¿éste es un “curso” de política dado por un profesor universitario? No quisiera haber confiado a su sabiduría a un hijo mío ¡Si este tío exhibe, más o menos, la cultura política del dueño de la tienda de comics de los Simpson!

¿Y a quién se dirige? Porque cuando miro a mi alrededor, veo poquísimos de los seres decentes descritos por Monedero. Y cuando miro en mi interior, a ninguno.

Prometedora portada
 
“Llamar a algo o a alguien «lo otro» es condenarlo, pues quien denomina está descubriendo, está comparándose y poniéndose por encima”. Antes y después de formular esta obviedad, el autor está cayendo en su propio cepo, pues traza constantemente una línea roja que delimita a “los otros”. Parece decir: de este lado de la línea estamos yo y toda la gente decente conforme a mis principios. Del otro están los sinvergüenzas, ¿qué haremos con ellos? Me temo lo peor. Cuando esquemas tan endebles calan en las masas, los Gulags se reabren: primero acogen a los hijoputas y asesinos, luego, a toda la gente decente desafecta al sacrosanto mandato del manifiesto masticable y al dictador que lo arregla y maquilla a su conveniencia.

Si los sólidos principios de la izquierda, teóricamente armada y militante más allá de los clicks de ratón y la fantasmagoría de las redes sociales, sea por lo que fuere, han fracasado en sus primeras versiones históricas, esta sarta de simplezas, a veces tintadas de bonhomía, a veces teñidas de voluntarismo y siempre facturadas con premura para los medios de comunicación afines y en el borde peligroso de esos totalitarismos subrepticios que en cualquier momento se arman por nuestro bien… Este discurso, con la consabida simplificación entre buenos y malos, tiende a exhibir las pamemas de un moralista con el cerebro inflamado: parece alcanzarle el tamaño y la densidad de una pelota de tenis, por lo menos.

“La derecha siempre ha apelado al miedo. La izquierda a la esperanza,” ah, pero no te fíes, luego pone a la izquierda existente en tres categorías, a cual más ruinosa y, finalmente sentencia al centro: “Cuando se analiza la herida de la esclavitud ¿cabe la más mínima justificación de los negreros? ¿Puede quitarse radicalidad al hecho de que cada año mueren en el trabajo miles de trabajadores de cada país? ¿Hay un lugar de consenso entre las víctimas de una fábrica en Bangladesh y los empresarios que desoyeron las advertencias y quejas de los trabajadores? ¿Tiene el maltratador, el violador, el pederasta, el autoritario, derecho a que sus argumentos estén a la altura de los de sus víctimas? ¿Cómo se es de centro ante las desigualdades, la pérdida del acceso a la vivienda, a la sanidad, a la educación, a una pensión, a la universidad, ante el machismo, el racismo, la xenofobia?” De la radicalidad de este párrafo antológico, se desprende que el centro es lo peor y, no ya deberían ser encarcelados, como Leopoldo López, sino directamente fumigados con un pesticida.

El autor. No, no es Harry Potter.
 
De otros párrafos, desprendemos asimismo que la humanidad pasa por tres hitos en su historia hacia la emancipación: el fuego, la rueda y los indignados del 15-M… A tal punto se cree a pies juntillas en la decisiva importancia de los movimientos sociales nacidos en las redes, dándole al “me gusta”, al “no me gusta” y escribiendo en un tuit “la casta nos saca la pasta”. Es tal el engolamiento y la infantilidad del texto, que no acaba de articularse en una estructura analítica, fuera de la comprensible bilis, ni apunta líneas de actuación coherentes, fuera de tirarles adoquines a los policías, y poco a poco el interés se desinfla y la lectura languidece ante la tortuosa reiteración de lo ya sabido: que estamos muy mal y que la culpa la tienen los de siempre.

Por supuesto, es más fácil hacer un escrache que articular la financiación y la construcción de vivienda de alquiler social… Contra el viejo proverbio chino que reza: “dale un pez a un hombre y habrás solucionado su hambre para un día, regálale una caña y enséñale a pescar y habrás solucionado su hambre para toda la vida”, el bueno de Juan Carlos propondrá: “mejor dale un pez cada día, que pescar es muy cansado”. Y luego te acusará de fascismo pluralista, o de algo más raro.

El Himphame lector
 
Se me ilumina, por fin, una lucecita: este es un libro para adolescentes que, es un suponer, quieren superar su riguroso analfabetismo político con una lectura simplona, de apariencia enrollada, que les otorgue un espejo complaciente: “Esta desconexión de la gente respecto de la política contrasta con una generación de jóvenes que han tenido acceso a estudios y que, estando mejor preparados que sus gobernantes, han decidido alejarse de todo lo que huela a Estado o gestión política.” Ah, pillín, pillín, de modo que este es tu target, a éstos quieres llenarles el gorro de pipas. Fantástico, es una inversión de futuro. Pero yo, que tengo mucha menos mano en los medios, les seguiré recomendando “Política para Amador”, hasta que puedan/sepan/quieran enfrentar un texto serio, me da igual Tocqueville, Adam Smith, Thorstein Veblen o Marx, que para eso soy de centro. Lo demás son películas de dibujos animados.

En resumen, un ensayo maniqueo y facilón, autocomplaciente con los “buenos” (que formamos amplias mayorías) y rácano en sentido crítico, fruto del cacumen perezoso de un san Pablo seglar, que propone gritar en voz alta “deshonestos” a todos los deshonestos. Y llamado a abaratar el, pese a todo, prestigioso catálogo de Seix Barral. Salvo que te tengas que examinar con determinado profesor, ahórratelo. El capítulo final, un repertorio de ¿aspiraciones? ¿deseos? ¿propósitos? para “una vida mejor” (y más decente) es pensamiento Alicia en estado puro. El “curso” en su conjunto, a mí me recuerda en exceso a El Principito de Maquiavelo. Y no es broma.
 

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