¿Una novela de John Williams? ¿El
compositor de la música de La Guerra de las Galaxias? No, pedazo de animal, me
digo, aquél es John Towner Williams, mientras que el escritor que va a deleitar
tus neuronas hasta el orgasmo literario, es John Edward Williams, son
compatriotas de los USA pero nada más, ¿estamos? Una vez deshecho el entuerto,
añadiré que el escritor nació en 1922 en Texas y vivió hasta 1994. En 1965
publicó “Stoner”, novela que está siendo encumbrada al estante de “obras
maestras poco conocidas”.
John Edward Williams (1922-1994) |
Y no es para menos: es una absoluta
delicia. Te la voy a contar en breves líneas, para que NO te hagas una idea. Se
trata de una ficción biográfica: la de un profesor de universidad, un tal
William Stoner. Nace en una pequeña granja de Missouri, en una familia humilde,
años más tarde va a la universidad de Missouri a estudiar lo que aquí
llamábamos capacitación agraria y, una vez allí, se enamora de la literatura
inglesa, con lo cual primero se hace estudiante de letras y después, profesor
de letras. Vive un matrimonio desdichado con su difícil esposa Edith y casi
toda su existencia transcurre en una anodina vida docente. Tras algunos
altibajos personales, enferma de cáncer y muere en la orilla misma de su
jubilación. Ya está. Ya te la he chafado y, si has llegado hasta aquí, ahora te
preguntas ¿y eso es una obra
maestra? ¡Pues vaya!
Hombre, reconozco que así contado, el
asunto no parece tener mucho gancho, no da para una serie televisiva de éxito,
al estilo de Walking Dead o Juego de Tronos… Y es que quizá he resumido
demasiado y con poca gracia. Verás, hay dos palabras que condensan el asunto con
más acierto, son “personaje” y “conmovedor”, de lo cual sin duda inducirás que
Stoner es un personaje conmovedor. Pues te has quedado corto: Stoner es uno de
los más conmovedores personajes que he conocido a través de una novela y su
vida es la experiencia más desgarradora y, a la vez, más plena, que le podría
ser dada a un ser de nuestra especie. Para alguien que posea una brizna de
sensibilidad literaria y sea aficionado, por ejemplo, a la temática bélica, a
las historias costumbristas referenciadas en un marco histórico, o a los
vaivenes de las pasiones amorosas, es una novela interesante en extremo. Para
alguien, cuyo desempeño o afición le acerquen al mundo académico o docente, es
una novela imprescindible, obligatoria, ineludible.
El autor parece renunciar a los
artificios formales, adoptando un punto de vista de una extremada objetividad,
de un distante desapasionamiento, de modo que no es Philip Roth. Por otra parte,
hay una cierta desnudez literaria en la narración, una prosa que parece
adornarse poquísimo, o sea que no es Nabokov. Sin embargo, estos dos que he nombrado,
son los primeros que me acuden a las mientes para referenciar esta obra que, con
una vehemencia tranquila, registra una decidida orientación de narración
clásica, a la manera del realismo burgués del siglo XIX, lo más moderno con lo
que se podría comparar es con determinadas páginas de Henry James ¡y Stoner está
escrita en 1965! Tan decidida voluntad de anticuario en el escritor se consagra
a que todo el flujo narrativo que pone ante nuestros ojos muestre un mundo,
unos modos de vida, unos valores y unas pasiones que se pierden
irremisiblemente; que, una vez contados, pertenecen a un pasado irrecuperable y
extinto. Los salones y las aulas del mundo en torno a las dos Guerras Mundiales
y a la Gran Depresión que les sirve de hiato, son tan remotos como Grecia y
Roma. Solo para Stoner se destila un significado perenne, una conmoción debida
a la gramática de las lenguas muertas.
Portada edición en español |
Pero no voy a seguir escurriendo el
bulto, que en la novela se habla de muchas bellezas y de muchas verdades: hay
un poco de todo. Están el amor (Katherine) y el matrimonio (Edith),
pudorosamente separados. Un amor culminado y eternizado, precisamente por su
renuncia; un matrimonio vivido y sufrido, día sobre día, hasta el fin de los
días. Están la amistad (Finch) y el rencor (Lomax), casi siempre este último
ganando la partida que conduce y determina la existencia, en la tranquila
universidad de Missouri, las intrigas y asechanzas entre el tranquilo
profesorado, harían parecer las más turbias maquinaciones de la Roma imperial,
juegos cortesanos. Está la pasión que recorre el libro: la literatura inglesa
como desempeño académico (y como inevitable fatalidad, la novela se beneficia
de esta pasión y es salpicada o incluso transfigurada por ella).
Nos queda ¿qué nos queda? El personaje, Stoner,
como he dicho. Si hiciéramos una especie de intersección de morales y creencias,
yo qué sé, el vitalismo pagano, el cristianismo evangélico, el budismo zen o la
empatía panteísta con el todo, nos saldría un arquetipo como Stoner, sin que
este supuesto dechado de perfecciones le quiten un ápice de su humanidad. La
manera de estar en el mundo de Stoner y su activa entereza no le libran de los
reveses y sinsabores, ni tampoco de la ignominia de ser calculador o cobarde,
pero esa distancia reflexiva que sabe tomar, esa disposición para apreciar los
puntos de vista y motivaciones del otro, esa capacidad para disfrutar los
momentos, los placeres fugaces, con sencillez e intensidad, nos van a dar (a mí
me dan), una triple envidia… Y eso que su vida, como la de cualquier ser
humano, no deja de ser muy desgraciada, al final ya se sabe cómo acaba la
película:
“Se preguntó una vez más por la manera
sencilla y elegante en que los líricos romanos aceptaban el hecho de la muerte,
como si la nada a la que se enfrentaban fuese un tributo a la riqueza de los
días disfrutados y se maravillaba por la amargura, el terror, el apenas
disimulado odio que detectó en algunos de los últimos poetas cristianos de
tradición latina cuando se enfrentaban a una muerte que prometía, algo
vagamente, una vida eterna rica y en éxtasis, como si muerte y promesa fuese
una burla que agriaba los días de los vivos.”
Y unas caricaturas de los personajes |
De tal modo piensa Stoner al releer a los
latinos. Y respecto a sí mismo y su propia vida:
“Había llegado a ese punto en el que le
asaltaba, con intensidad creciente, una cuestión de una simplicidad tan
aplastante que carecía de recursos para afrontarla. Se empezó a preguntar si su
vida merecía la pena, si alguna vez la había merecido. Era una duda,
sospechaba, que le llegaba a todo el mundo tarde o temprano. Se preguntaba si a
los demás les sobrevenía con la misma fuerza impersonal que le llegaba a él…”
“…y, mientras caminaba lento en medio de la noche, oliendo la fragancia y
paladeando el áspero aire nocturno, le pareció que el instante en el que
entraba era suficiente y que no necesitaría mucho más.”
En definitiva un libro para decidir que
la vida vale la pena. Y aunque ya lo sepas, no te lo pierdas.
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