Hace tres años recibí una oferta que no
pude rechazar, de resultas de la cual me puse a trabajar afanosamente de
exhibicionista internáutico. Esto de los blogs es una perversión de nuestro
tiempo: uno se convierte, lo quiera o no, en la rana que quiso hincharse como
un buey, y empieza a largar y a largar con la (vana, supongo) esperanza de que
alguien le lea y se sienta concernido por lo que uno escribe y le divierta, le
incomode o le alcance y, y, y…
Bueno, el caso es que me lancé a la
piscina desde el trampolín, como cuando era joven y, en las piscinas abiertas
al público, tales artilugios no estaban proscritos, como ahora ocurre. Yo era
muy aficionado a subir al trampolín y lanzarme, haciendo el retrasado con todo
el gozo del que era capaz (mucho, según recuerdo), el salto del ángel, la
carpa, el salto mortal y los descojonantes planchazos en el agua.
El efecto
buscado, supongo, era divertir a la parroquia, o incluso despertar su compasión.
Y no dejaba de tener su mérito, teniendo en cuenta que, sin gafas, podía
confundir la piscina con el césped. O el hormigón que la rodeaba con el gorro
de algún bañista cabezón. El caso es que nunca tuve ningún accidente o
encontronazo, pero otros, con mejor vista y peor fortuna, sí lo tuvieron y
ahora no se ven, apenas en ningún sitio, trampolines a tres o cuatro metros por
encima del público. De este modo nuestros hijos no corren el riesgo de abrirse
la cabeza, ni el de pasárselo bien (que hagan puenting).
¿Y cómo sustituí la
embriagadora descarga de adrenalina? Pues nada, lanzándome a las procelosas
aguas de las bitácoras blogosféricas con el mismo espíritu, y procurando no
caerle encima a ningún bañista cuya corrección política le haga encocorarse
conmigo (y me llene el mail de denuestos e improperios).
Tres años. Como la dirección del blog
estaba contenta conmigo, me han renovado el contrato por un año más, aunque no
sé si mis fuerzas darán para tanto o me rejubilaré: ya son 445 entradas y cada
vez me cuesta más no repetirme, así que, con toda la jeta que dios me ha dado,
me repetiré cuando no pueda evitarlo (no creo que los lectores se aperciban).
Aunque, hablando de lectores y otros ausentes, los coordinadores del blog han
sido tajantes: “tienes que hacer las entradas más cortas, Himphame. En los
tiempos que corren, marcados por la movilidad, la inmediatez y la urgencia,
nadie se va a leer esos soporíferos rollazos que tratas de endiñar. Sé más breve,
más conciso, más sobrio, o te enviaremos una temporada a Twitter”.
Himphame, último mes |
No me desagrada la idea de Twitter. Allí
también puedes meterte con todo el mundo, que es lo que a mí me gusta, pero no
sé si me adaptaría a los 150 caracteres: “Queremos pisarle a toda hostia, pero
respetando el medio ambiente. Volkswagen, espabila”. “¿Puedo ser votante de
Podemos si tengo un quad de 200 caballos?” “Los españoles pitamos a Piqué,
porque tenemos envidia de su status y de sus revolcones con Shakira.” No. No
sería lo mismo. Vale, me contendré, prefiero líneas más argumentadas, aunque
trataré de condensarlas. Palabra.
Himphame, artista internacional |
Hoy celebro pues mi tercer cumpleaños
como Himphame. Y celebro que no me lea casi nadie, porque todo lo que he puesto
aquí, ya lo ha dicho otro con palabras más atinadas, elegantes y certeras, sin embargo
pienso, por puro vicio, seguir dándole a la tecla, colgando fotos e
ilustraciones y, si me vuelvo a animar, hasta músicas tecnoverbeneras. De lo
único que no podré escaquearme es de la exigencia de los administradores del
blog, de que acabe de una puta vez “La Pequeña Ciudad Episcopal En Tiempos De
Los Beatles” y de que lo haga con un final en el que el desgraciado de
Pinchaúvas reciba su merecido. A la orden.
Himphame, felicidades por lo que ASCO nseguido. |
Termino con un agradecimiento enorme y
una grandiosa disculpa. Coge el que quieras.
8)
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