Tarde o temprano tenía yo que cometer
esta temeridad. Ha llegado el momento de hablar de un autor que rebasa mi
capacidad crítica. Hablaré entonces desde el asombro, desde el pasmo o desde la
estupefacción. Es lo bueno que tiene internet: un lector cualquiera puede tener
el atrevimiento de publicar simplezas sobre Kafka y quedarse tan ancho, de
acuerdo pues, manos a la obra.
Compré en Amazon unas “Obras Completas”
de Kafka para Kindle con índice interactivo (?) por menos de dos euros. Incluyen las tres
novelas del autor (El proceso, América y El Castillo) y una nutrida colección
de relatos. No incluyen su abundante correspondencia, que también ha sido en
gran parte publicada, aunque la desconozco en su totalidad.
Franz Kafka (1883 -1924) fue un judío de
Praga que disfrutó de los últimos esplendores del Imperio Austro-Húngaro, su
prematura muerte, debida a la tuberculosis, hace que su obra no sea muy extensa
(las dos novelas que, hasta ahora, he tenido el placer de leer están
inacabadas), sin embargo es probablemente uno de los escritores que más
influencia ha tenido en la literatura del último siglo. Apenas publicó en vida,
a tal punto que la novela de la que vengo a hablar hoy, estaba destinada a su
destrucción y fue publicada inconclusa tras su muerte, por amigos que
desobedecieron su última voluntad.
Bonita portada |
“América”, originalmente publicada como Amerika en alemán, trata de las penalidades y desventuras
de un joven inmigrante, Karl Rossman, un muchacho de 16 años, que llega a Nueva
York procedente de Praga, un chico “a quien sus pobres padres enviaban a
América porque lo había seducido una sirvienta que luego tuvo de él un hijo”. Al
ir a desembarcar, entabla amistad con un inquietante fogonero a quien confía
sus aspiraciones de inmigrante pobre: “ya no tengo casi dinero para los
estudios. Es cierto que he leído de alguno que durante el día trabajaba en un
comercio, y por la noche estudiaba, hasta que llegó a ser doctor y creo que aun
alcalde…” Pese a perder su baúl (un baúl varias veces extraviado y recuperado a
lo largo del relato) a Karl parece sonreírle la suerte, pues se topa con un tío
suyo, de nombre Jakob, un hombre acomodado que lo acoge como a un hijo. Se suceden entonces las clases de inglés, las prácticas de equitación, una introducción
a los negocios comerciales del tío, hasta que un nimio incidente, un
malentendido, hace que su tío lo rechace y lo expulse de su esfera social.
Aprrrenda alemán |
A partir de aquí, el destino de Karl irá
por la cuesta abajo, en un mundo hostil y desquiciado, caracterizado por las
enormes dimensiones que presentan todos los ámbitos físicos y humanos de esta
América de pesadilla. Conoce a Delamarche y Robinsón, algo así como dos
infelices maleantes, unos pillos de poca monta que tejerán una tela de araña en
la existencia de Karl de la que éste no podrá evadirse. Karl recala en el Hotel
Occidental de Ramsés (una localidad próxima a Nueva York) donde consigue un
empleo de ascensorista. El hotel es un monstruo descomunal: aólo el cuarto
donde duermen los ascensoristas cuenta con cuarenta camas.
Allí Karl acabará
bajando un peldaño más en su descenso a los infiernos y volverá de nuevo a la
implacable tutela de Delamarche y Robinsón. Es ahora cuando surge un nuevo
personaje de singular factura: la inolvidable Brunelda, “una magnífica
cantante” que “no soporta ningún ruido” de “cuerpo excesivamente obeso”,
incapaz siquiera de vestirse sola y de la que Delamarche se ha enamorado
perdidamente. Los angustiosos y grotescos episodios en el apartamento de Brunelda,
donde Karl muy a su pesar ha entrado a su servicio, dan paso a algún fragmento
suelto y a un capítulo de cierre completamente al margen del resto de la trama:
“El Gran Teatro Integral de Oklahoma”, que pone un broche final altamente
misterioso a la novela, encontrando Karl una incierta esperanza al ser incorporado
a una gigantesca empresa en la que se admite como empleado a todo aquél que lo
solicita, hecho lo cual se les instala en un tren y… nos quedamos sin saber qué
tramaba el bueno de Kafka.
Llegando a Nueva York |
De este modo, se culmina imprecisamente
un delirio magistral y, al acabar he tenido una revelación: Kafka es, en esta
obra, primordialmente un humorista. Es tan aciago el destino de sus
protagonistas, tan tremenda la experiencia por la que han pasado que, para
hacerlo mínimamente soportable, la cuerda elegida, el tono que impregna el
relato, es el humor. Un humor más o menos de incógnito, subrepticio, puesto que
cualquier hombre es un ser excluido del mundo, atormentado por la existencia,
un desfavorecido de la vida. Así vemos, en vez de los porrazos y los inútiles
esfuerzos que en las películas de Buster Keaton gravitan sobre el cuerpo del
protagonista, aquí en la novela los golpes, los enredos y las trampas acechan al
espíritu de Karl Rossman.
Kafka retratado en un cuadro |
Sospecho además que hay algo oscuro de Karl que no se
nos cuenta: en apariencia sus intenciones y su conducta son diáfanas, en cambio
las consecuencias siempre se enredan en su contra, nunca puede salir a flote,
la culpa le alcanza sea cual sea su voluntad e intención. Esto me lleva a exponer
la evidencia de que para Kafka el hombre es un ser irredento, no hay salvación posible, no es más que un juguete poco
valioso con el que el Dios que lo ha creado se entretiene cuando se aburre,
martirizándolo para ver si consigue matar Su Infinito Tedio, el que le ha
ocasionado una eternidad de ser solo Uno.
Lo que no es tedioso en absoluto es la
novela, se sufre mucho leyéndola, eso sí; la tensión nos electriza, la
compasión nos sacude íntimamente, la gracia que ha abandonado a estos seres los
ilumina de un modo especial y terrible.
“América” es una obra maestra del tempo
narrativo, me explico: las cosas que van ocurriendo crean una tensión, una
considerable intriga y cuando esto ha crecido hasta un grado suficiente, el
maestro de Praga para el reloj y nos obsequia con una digresión, o con la
minuciosa descripción de un objeto o un lugar importante o simbólico, después
recupera el tempo y nos asesta la insoportable revelación que estábamos
esperando, o una aún más insoportable por inesperada.
Una foto del maestro de Praga |
El una y otra vez extraviado baúl de
Karl, el balcón del apartamento de Brunilda, los ascensores del hotel
Occidental… atrévete a renovar el atrezzo de tus pesadillas.
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