A menudo me pregunto de qué vivimos en
este país. Y me ha vuelto a surgir esta cuestión cuando me he tropezado con
unas viejas fotos que hice en las salinas de Peralta de la Sal, mientras aún
estaban en explotación. Las salinas, ahora en desuso, se encuentran a cosa de
un kilómetro al nordeste del núcleo urbano de esta población literana. Ocupan
una especie de hondonada, una pequeña cuenca, en un terreno yesoso y árido.
Al parecer, las vetas de sal gema se
disuelven en las aguas subterráneas que se filtran escurriéndose bajo esta
depresión del terreno. Estas aguas saladas eran bombeadas a una extensa (40,000
metros cuadrados) red de estanques intercomunicados. Allí se procedía a
evaporar esta salmuera al calor del sol y, cuando se alcanzaba un determinado grado de
saturación, la sal precipitaba en el fondo de los estanques. Y de allí, en
resumen, a la ensalada, o a la carretera para fundir el hielo…
Según he leído, ya los romanos hacían subir
su tensión arterial con la sal procedente de estas salinas. La instalación
tradicional y casi milenaria fue comprada por la empresa Salpura S.A. que, en
los años ochenta, llegó a producir unas cinco mil toneladas anuales de sal, que
otra empresa, Agroper S.C., se encargaba de distribuir en un ámbito que
abarcaba Aragón, Cataluña y el sur de Francia. A finales de los años noventa se
abandona la extracción y distribución del blanco producto que yo tuve ocasión
de ver formando, en un extremo de la cuenca, una pequeña montaña deslumbrante e
inmaculada. No me pregunté, en aquel entonces, por qué dejó de funcionar. No
debía de ser rentable. Sin duda será más barata la sal china.
Todo forma parte de un proceso que, en un
alarde de morro, aquellos que jamás reinvertían beneficios llamaron
reconversión, y que ha sustituido viejas instalaciones productivas obsoletas y
económicamente ruinosas por la misma nada, por la ausencia de trabajo, de
ocupación y de producción que nos azota en esta crisis sin esperanzas.
Como corolario casi cómico del asunto, en
2007, el abandonado y algo lúgubre paraje de las salinas es declarado Bien de
Interés Cultural (BIC) y, cuando haya algo de dinero, puede que tarde o puede
que nunca, se procederá a su restauración, convirtiéndolo en un bonito
escenario que una eventual guía, licenciada en Historia, mostrará a unos
turistas ávidos de conocer aspectos de la economía tradicional en un país
deprimido y subdesarrollado de la periferia europea. Quizá esos turistas sean
los empresarios de la nueva China, neocapitalista y emergente, de vacaciones,
gastando en un entretenimiento cultural exótico los beneficios que les reporta
vendernos su sal low-cost. No sé si me sigo.
Acabaré con un chiste sobre la situación
de nuestro tejido productivo: Están un ingeniero alemán, uno inglés, uno
francés y otro español. Y el ingeniero español dice: “¿Qué tomarán los
señores?”.
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