sábado, 18 de mayo de 2013

Las Salinas De Peralta De La Sal

A menudo me pregunto de qué vivimos en este país. Y me ha vuelto a surgir esta cuestión cuando me he tropezado con unas viejas fotos que hice en las salinas de Peralta de la Sal, mientras aún estaban en explotación. Las salinas, ahora en desuso, se encuentran a cosa de un kilómetro al nordeste del núcleo urbano de esta población literana. Ocupan una especie de hondonada, una pequeña cuenca, en un terreno yesoso y árido.

 
Al parecer, las vetas de sal gema se disuelven en las aguas subterráneas que se filtran escurriéndose bajo esta depresión del terreno. Estas aguas saladas eran bombeadas a una extensa (40,000 metros cuadrados) red de estanques intercomunicados. Allí se procedía a evaporar esta salmuera al calor del sol y, cuando se alcanzaba un determinado grado de saturación, la sal precipitaba en el fondo de los estanques. Y de allí, en resumen, a la ensalada, o a la carretera para fundir el hielo…

 
Según he leído, ya los romanos hacían subir su tensión arterial con la sal procedente de estas salinas. La instalación tradicional y casi milenaria fue comprada por la empresa Salpura S.A. que, en los años ochenta, llegó a producir unas cinco mil toneladas anuales de sal, que otra empresa, Agroper S.C., se encargaba de distribuir en un ámbito que abarcaba Aragón, Cataluña y el sur de Francia. A finales de los años noventa se abandona la extracción y distribución del blanco producto que yo tuve ocasión de ver formando, en un extremo de la cuenca, una pequeña montaña deslumbrante e inmaculada. No me pregunté, en aquel entonces, por qué dejó de funcionar. No debía de ser rentable. Sin duda será más barata la sal china.

Todo forma parte de un proceso que, en un alarde de morro, aquellos que jamás reinvertían beneficios llamaron reconversión, y que ha sustituido viejas instalaciones productivas obsoletas y económicamente ruinosas por la misma nada, por la ausencia de trabajo, de ocupación y de producción que nos azota en esta crisis sin esperanzas.

 
Como corolario casi cómico del asunto, en 2007, el abandonado y algo lúgubre paraje de las salinas es declarado Bien de Interés Cultural (BIC) y, cuando haya algo de dinero, puede que tarde o puede que nunca, se procederá a su restauración, convirtiéndolo en un bonito escenario que una eventual guía, licenciada en Historia, mostrará a unos turistas ávidos de conocer aspectos de la economía tradicional en un país deprimido y subdesarrollado de la periferia europea. Quizá esos turistas sean los empresarios de la nueva China, neocapitalista y emergente, de vacaciones, gastando en un entretenimiento cultural exótico los beneficios que les reporta vendernos su sal low-cost. No sé si me sigo.

 
Acabaré con un chiste sobre la situación de nuestro tejido productivo: Están un ingeniero alemán, uno inglés, uno francés y otro español. Y el ingeniero español dice: “¿Qué tomarán los señores?”.    

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