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Un aderezo natural |
Como peatón a tiempo completo (no
conduzco), me conmueve la campaña institucional de la Dirección General De Tráfico,
con su espléndido eslogan: “Da el paso, anda”, que debe haberse cobrado las
neuronas de más de un lúcido asesor publicitario. No es que piense que las
campañas publicitarias sirvan para nada, lo mismo podían haber dicho: “Coma
mierda, tiene mucha fibra”, pero es algo.
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El campo se llena de lujuria |
Aunque caminar por mi pueblo, requiere un
heroísmo que difícilmente se adquirirá con las buenas intenciones de los chicos
de Tráfico. La frase “Yo, sin el coche, es que no sé dar un paso”, es una
muletilla mayoritaria aquí y, hay cruces, donde los vehículos te pueden venir
hasta caídos desde arriba, desde las autovías del espacio interestelar. Para
hacer más fluida la circulación, han desactivado los semáforos de peatones y
han construido una nutrida colección de rotondas que, a los que vamos a golpe
de calcetín, nos inducen a inciertos rodeos y a peligrosas travesías, aunque sólo
vayamos a la farmacia de al lado. Yo diría que el ochenta por ciento de los
conductores respetan los pasos de peatones y hasta se detienen de mala gana si
es necesario, pero ese uno de cada cinco que pasa creyendo que está dando
vueltas en el circuito de Alcañiz, te puede amargar el garbeo. Tráfico no
parece haber dado el paso para hacer
que el Farruquito de turno respete la preferencia de los peatones, si es que
tienen alguna en alguna parte, y opta por la más darwiniana supervivencia del
más fuerte, además estamos en una democracia y los conductores son mayoría y al
que no le guste, que se joda.
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Flores diminutas y modestas |
Así que dejo de quejarme y sustituyo el
paseo urbano por una vueltecita diaria por el campo. Allí los sustos son
menores. Un labriego pasa con su furgoneta Renault a toda pastilla, levantando remolinos
y nubes de polvo y rociándote las pantorrillas de piedrecitas; me pregunto si
su alfalfa no puede esperarle. Un indeseable ha soltado un perro que no
controla y te ladra agresivamente (el perro), “no hace nada”, te dice (el
indeseable), mientras te huele el culo (el perro). El que petardea con la moto de
cross a todo trapo, hoy no ha salido porque, gracias a la crisis, no tiene
dinero para carburante.
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La avispa y la hormiguita mojarán su cama esta noche |
Hoy es mi día de suerte, porque las
márgenes del camino están llenas de dientes de león con las semillas listas
para soltarse y volar al viento. El diente de león es una modestísima flor de
un amarillo muy vivaz. En mi pueblo las llaman pichacamas porque, si arrancas
una, del tallo hueco sale una savia lechosa y, si la tocas, indefectiblemente
esa noche te orinas mientras duermes. Por la misma razón, en Francia lo llaman "pissenlit"
que, con el mismo infamante significado, queda más fino, aunque para mí, el
nombre más bonito lo tiene en inglés: “dandelion” (léase dandilaion, poniendo
la boca como si albergara una castaña). Pese a du descrédito popular, con las
hojas se puede hacer una ensalada depurativa y saludable para casi todos los
órganos del organismo. Lo que yo ignoraba, durante mi paseo fotográfico, es que
de las flores se puede obtener ¡vino! La deliciosa novela de Ray Bradbury, “Dandelion
wine”, que aquí se tradujo como “El vino del estío”, se refiere a tal bebida
que, por cierto, no he probado.
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Un mar de malas hierbas |
Al secarse la flor, da paso a unas
semillas agrupadas en unas esferas tenues de un color blanco apagado. Arrancas un
tallo, cierras los ojos, piensas un deseo y soplas. Si todas las semillas han volado, ese deseo se cumplirá. Pido, primero,
el pleno empleo y, cuando abro los ojos, la mitad de la pelusa blanca no ha
volado. A la segunda, me conformo con pedir que te gusten estas fotos de flores
que he colgado en el blog, pero no te diré si han volado todas las semillas o
no.
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Pide un deseo y sopla |
buuUFfffff...traeme suerte y no desgracias (suerte, como los tres últimos discos de Elbow)
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