Me producen una invencible desconfianza
las películas ambientadas en el entorno escolar. Debe tratarse de una
deformación profesional, pero las suelo encontrar afectadas y falsas como una
moneda de tres euros. Desde la horrorosa “El club de los poetas muertos”, hasta
la muy decepcionante “La clase”, todas reflejan la vida en las aulas con algún
propósito espúreo, con alguna intención ideológica o con una torpeza
monumental. Las estadounidenses y las españolas consagradas a este desdichado
tema suelen ser las más tropezosas y burdas, así que me las tengo, no
estrictamente prohibidas, pero sí muy dosificadas.
Ésta que, pese a todo, me atrevo a
recomendar hoy es canadiense, francófona, y parte de un comienzo truculento y
desalentador, que no anuncia nada bueno: una maestra se suicida colgándose (con
su foulard) de una tubería en su propia clase y, al día siguiente, menudo
espectáculo, un par de niños, atisbando por la puerta, se la encuentran.
Cartel de la versión española |
Pese a todo, no queda más remedio que buscar
un sustituto. Y aquí se impone una digresión: al parecer, en la próspera zona
de Montreal, a las personas ambiciosas y cualificadas no debe pasárseles por la
cabeza dedicarse a la ardua y desdichada profesión de la enseñanza elemental,
trabajo que termina recayendo en los inmigrantes, como aquí la recolección de
la fruta y otras sacrificadas labores. De modo que un argelino que ha solicitado
asilo político se ofrece, a través de un procedimiento bastante irregular, para
desempeñar la difícil tarea de continuar la educación de unos niños de once y
doce años, traumatizados por el suceso que acaban de encajar, e
intelectualmente soporizados por un apatusco que tienen allí en vigor, muy
similar a la LOGSE.
A partir de aquí comienza una desapacible
pero conmovedora maravilla para el espectador. La situación fluye con una
naturalidad y una concisión narrativa asombrosas. El austero y diligente Bashir
Lazhar compone un personaje delicioso que, en más de un sentido, viene de otro
mundo y aterriza en nuestro planeta con la atención muy despierta y el corazón
en la mano. Lo más sorprendente y divertido radica, no sólo en el choque
cultural, sino también en el talante anticuado del desempeño pedagógico del
señor Lazhar, cuando trata de inculcar una cortesía tan irrenunciable como
trasnochada, cuando trata de exigir que los niños sean capaces de escribir al
dictado un texto literario, nada menos que de “La piel de zapa” de Balzac,
cuando programa una salida para que los alumnos vean “El enfermo imaginario” de
Molière (“van a flipar” dice un compañero), o cuando muestra su irritación en
el momento en que un niño con su cámara, le toma una foto en clase. Florecen
los malentendidos con los colegas, los alumnos, los padres y la dirección del
centro, pero la templanza y la prudencia de nuestro entrañable Bashir, lo
ponen, casi siempre a cubierto de perjuicios serios.
Cartel original |
Lo narrado en la película, aunque tiene
un atisbo de nudo y desenlace, se demora esencialmente en un transcurso
cotidiano recreado con detalles reveladores en medio de muchas elipsis. El
actor que encarna a Bashir Lazhar (Mohamed Fellag) compone con mucha solvencia
el difícil papel protagonista de un cincuentón contenido pero entrañable,
desgarrado por una monstruosa tragedia íntima y que, pese a un evidente engaño,
acaba siendo la imagen misma de la honradez. La dirección (Philippe Falardeau)
es magnífica, teniendo en cuenta lo dificilísimo que debe ser encerrar veinte
niños en una clase y que parezcan mínimamente naturales, espontáneos y
creíbles, como es aquí el caso. La verosimilitud con la que es recreado el ambiente
escolar: profesores, alumnos, padres, dirección… es la más convincente que recuerdo
haber visto, y eso que la película no deja de ser muy original, incluso con su
puntito estrafalario. Fue nominada al Oscar a la mejor película extranjera en
2011, galardón que no consiguió, creo, porque se trata de una cinta con un
ámbito de interés muy preciso.
El profesor se presenta |
Redondea la producción una fotografía
clara, nítida, pulida y aseada (el colegio es muy bonito), con una muy certera
elección de los planos y de la iluminación en las secuencias desarrolladas en
la clase.
Simon, el niño difícil |
Recomendable sin apenas
contraindicaciones, para cualquiera que se mueva en, o próximo a, una
institución educativa, apta para pasarla en clase, para una velada familiar con
niños (no se aburren, pese a la falta de “acción”), y para cualquier persona
sensible que guste de una sosegada película dramática con calado para
reflexionar.
Bailando en el aula desierta, mi escena favorita |
Me la apunto, y otras que recomiendas. La vida es demasiado corta para ver pelis malas.
ResponderEliminarHumana, la recomiendo...
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