No he mencionado anteriormente que cursé una
licenciatura en Ciencias Económicas, por un lado porque no me ha servido para
nada práctico, desde que terminé los estudios y, por otro lado, porque todo lo
que recuerdo de la treintena de asignaturas que aprobé (con esfuerzo), podría
escribirlo hoy en un papel de fumar (con una cara, me sobraría). Tengo que
agregar que no deploro haber entregado mi tiempo a tales pasatiempos
intelectuales que, amén de entretenidos, ilustran, por ejemplo, lo ladinos que
son los políticos y lo crédulos que somos los ciudadanos, hasta extremos
cómicos.
Las ofertas políticas detallan, en bonitos
programas multicolores, qué van a
hacer cuando el voto de los incautos electores les aúpe al poder. Estas
declaraciones de intenciones no significan absolutamente nada. Si les quedara un atisbo de honradez, podrían ahorrárselas en
bloque. En cambio, hurtan sistemáticamente la cuestión del cómo lo llevarían a cabo, que es la crucial.
Se llama financiación, es decir, en qué gastarían
qué cantidad de ingresos obtenidos de quiénes. En el mejor de los casos un
político es un señor que gasta las partes que se han detraído de los ingresos de
los ciudadanos (impuestos) en determinadas prestaciones de interés general
(servicios), o sea, un gestor. En el peor de los casos, no digo lo que es,
porque se dan demasiados casos ejemplares y esta entrada ocuparía dos gigas. Lo
más frecuente es chorizo con veleidades autoritarias y de falso mago, pero hay
de todo.
Esto que he dicho es de primero, pero sorprende
la cantidad de gente que, o no lo sabe, o no lo tiene en cuenta. Me dan ganas
de fundar un partido político en cuyo programa de gobierno cada español tenga
derecho a un Audi A4, un yate en un puerto deportivo y un dúplex en La
Moraleja, amén de una segunda vivienda en Castro-Urdiales, para estar
fresquito; que el paro, a partir de mañana, se llamará ocio y que sólo tendrán
que trabajar los ricos, que están todos más descansados.
El color del dinero |
Esta voluble perorata, me ha venido a cuento de
tener, como todo hijo de vecino, que presentar la Declaración de la Renta, cuyo
funesto procedimiento de obtención del borrador, parece obra de gente empeñada
en que no se declaren ingresos, para cuñados del señor Bárcenas o potentados
que no tienen que someterse a vejaciones informáticas, porque sus fincas y
empresas las gestiona un evasor altamente cualificado.
Me explico: entras en la página de la Agencia
Tributaria, pones tus datos, buscas la declaración del ejercicio anterior,
rogando que no se haya traspapelado, te dejas los ojos buscando la casilla 620,
intentas no equivocarte transcribiendo la cantidad, accedes… más datos, se te
pide que escribas dos veces, sin mirar, un número de teléfono móvil, al que
cualquier día que sea múltiplo de “pi”, te mandarán una referencia que te
servirá como contraseña para poder consultar o modificar el borrador. Y ya has
llegado a la casilla de salida.
Franz Kafka debe estar partiéndose de risa en el infierno… Sinceramente no me
creo que muchos compatriotas sean capaces de lidiar con esto sin ayuda. Si el
objetivo era dotarnos de un sistema fiscal lo menos transparente posible, se ha
cumplido con creces.
Toma el dinero y corre |
Me viene a la mente un profesor de Cambridge,
experto en Crecimiento Económico y Políticas Fiscales, un tal Nicholas Kaldor,
que fue solicitado por algunas potencias emergentes, entre ellas la India, para
elaborar unas directrices en materia de tributación. El estudio sobre el
terreno de nuestro hombre, dio como resultado el consejo de que se gravara
solamente el gasto. Un impuesto sobre el pan, el arroz, los vestidos y los
enseres… Parece poco progresista, pues pensamos que ha de tributar más el que
más tiene y un impuesto del estilo de nuestro IVA no es progresivo. La
respuesta del socialdemócrata Kaldor fue tajante: es el único tributo que
pagará todo el mundo. La bienintencionada y redistributiva tributación directa,
en un país falto de transparencia y adornado por los más variopintos e
intrincados privilegios (los brahmanes tenían algo parecido al Concierto
Vasco), lo que ocurriría sería que solo se recaudaría de los pobres, porque los
ricos ya se buscarían las más alambicadas triquiñuelas para no poner ni una
rupia, que para eso tienen asesores cualificados. ¿Y qué decir de España?
ClaaAaro, pensamos que no es como la India, pero aún se parece menos a algunos
países del norte de Europa, donde yo hubiera podido saber lo que ha tributado
cualquier hijo de vecino, consultándolo en una lista. ¡Ah, eso tampoco es! Pues
entonces, ¿qué queremos?
Dinero sucio |
Recupero algunos datos parciales pero
esclarecedores: en la primera mitad de los ochenta (fuente El País) los
asalariados declaraban en promedio 1’6 millones de pesetas de renta anual, los
empresarios y autónomos 1’1 y los propietarios agrícolas 0’9. Si eso se le coló
a la Administración sin que a nadie se le escapara la risa tonta, pues vale, está
claro que sólo tributan las rentas más bajas. Mi casero y dentista se jactaba en Barcelona de que el
elevado alquiler que me cobraba era para él un ingreso neto y cuando, de regreso, algunos años después, me fui a
comprar un piso, me pidieron abiertamente una parte en negro. Por aquella época
la prensa anunciaba, en esas páginas amarillas de economía que no lee nadie,
que el conjunto de las rentas del capital había superado al global de las
rentas del trabajo “por primera vez en nuestra historia” (?). Sin comentarios.
Si logran resucitar a Kaldor y lo traen aquí para que nos asesore, igual
propone un IVA del 40 % y suprimir los demás impuestos, particularmente el
IRPF. Así nos veríamos libres de la tortura de pedir el borrador en una página
web que, si estuviera en coreano, no sería menos clara.
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