De cuando en cuando me cito con este
pequeño lago en un singular paraje, recóndito, solitario y silencioso, a la vez
que muy accesible. Se trata de llegar en coche hasta el Hospital de Benasque y
embarcarse en la línea de autobuses que, en verano, detentan la exclusiva para
acceder a la Besurta.
Antes se permitía llegar en coche hasta
el final de la pista asfaltada que desemboca en el llano de la Besurta y era un
horror, un horror comparable al aspecto que presentaba, antes de las
restricciones de acceso, la Pradera de Ordesa con cinco mil coches aparcados.
Va costando, pero también en el Tercer Mundo progresamos.
Al bajar del autobús en la Besurta,
tomamos el camino señalizado hasta el refugio de la Renclusa: una ascensión
cómoda que nos llevará unos cuarenta minutos. Tras recuperar el aliento junto
al refugio, bajamos a mano derecha y cruzamos un torrente enfilando la canal
por la que baja saltando entre gruesos peñascos.
Una vez remontada esta canal, por trazos
de sendero a uno y otro lado del torrente, llegamos a una llanura elevada con
agua remansada, aquí las denominan pletas, y en poco más de veinte minutos
desde el refugio, tendremos ante nosotros este diminuto trozo de espejo caído
del cielo. Sus dimensiones aproximadas, difíciles de conjeturar, son de 110
metros por 70. Sus aguas son apacibles, limpias y frías. Un desconcertante
estanque zen a 2250 metros de altitud.
En verano, el valle de Benasque puede
estar abarrotado de visitantes, pero este ibón de Paderna o de la Renclusa,
sigue siendo un lugar tranquilo y meditativo (espero y confío en que esta
enamorada reseña no cambie su status).
Un lugar apartado y a desmano para el
gran público y un lugar de paso para montañeros que coronarán sus ambiciones en
el pico de Alba o en las Maladetas.
Las fotos que tomo cuando llego a tan
apacible e idílico paraje, muestran asimismo su soledad y se aprecia un lugar
fresco y silvestre, idóneo para un tranquilo descanso. Tras un rato de
recogimiento o de abandono, regreso cargado de imágenes aptas para combatir la
depresión invernal.
Por cierto, de ellas, las dos primeras
están bastante retocadas: lo hice para ver si podía atrapar y retener la
intensa sensación poética que, una y otra vez, me produce el encuentro con el
lago. Las restantes, más naturales, apenas están un poco editadas. Pertenecen todas
a tres visitas diferentes a este precioso entorno.
Qué bonitas las excursiones a los ibones. Lamentablemente por alguna razón me parece que las que he hecho las hice en una vida anterior a algún fallecimiento mío, no sé si reuniré fuerzas o ánimos para volver a ver uno de esos.
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