No sólo los seres humanos queremos
aparentar lo que no somos. Caminaba por los alrededores de Benasque y me topé
con una pequeña embaucadora. El insecto que revolotea alrededor de esta flor es
un fraude. Aparenta ser una peligrosa avispa y es una inocente “mosca de las
flores”, algo así como un mindundi de los insectos, que se mimetiza para ir de
duro. Un díptero perteneciente a la familia de los sírfidos (syrphidae),
tratando de hacerse pasar por el matón de la pradera; las rayas amarillas y
negras proclaman: “ni se me acerquen, de un picotazo les amargo la excursión”…
Pero su prepotencia se desinflará si comprobamos que sólo tiene dos alas, y no
cuatro, como las avispas con pedigrí, y esos ojos compuestos, tan grandiosos,
amiguita, son de mosca. Resumiendo,
quiere hacerse pasar por un talibán, pero no es más que un tal Iván. En los
vicios, como en todo, la Naturaleza es una maestra consumada. Aquí nos enseña
la jactancia.
Un amigo mío me aseguraba que nosotros no
somos sino un producto con el que la Naturaleza se ha dotado, para explicarse
un poco a sí misma su sentido, para interpretarse, para dotarse de algún grado
de conciencia. Como me convenció, no voy a seguir hablando mal de ella ni
afeándole la conducta: construye trampantojos, elabora triquiñuelas, disfruta
de sus engañifas y punto.
Mentiría si dijera que hice estas fotos
obedeciendo a algún designio o propósito previo. Llevo la cámara siempre que
salgo a pasear. Me gusta hacer macros de flores y si algo se mueve y revolotea
a su alrededor, la emoción se duplica: escarabajos, moscardones, avispas y
mariposas son las víctimas predilectas de mi afición a la instantánea. Y he de
confesar que rara vez consigo identificarlas o clasificarlas, pero esta vez me
parece que sí, creo haber dado con la familia de mi “modelo”. Si luego resulta
tratarse de una terrorífica avispa depredadora, declino toda responsabilidad.
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