Hace algo más de once años estuvimos
veraneando, durante un par de semanas, en este hermoso y casi apacible rincón
de las sierras meridionales de Teruel. A mí me sorprendió encontrar una nutrida
afluencia turística, aunque el hecho tiene una explicación sencilla, al
tratarse de una agradable zona de montaña, con cierta proximidad a los núcleos
más populosos de la Comunidad Valenciana.
Intuyo que, por cercanía y afinidad al
vecino País Valencià, había arraigado una Fiesta de Moros y Cristianos de la
que dan testimonio estas fotografías. Entonces tenía yo mi primera cámara
digital, una HP Photosmart 618, de 2 megapixels, que había comprado poco más de
un año antes. Hoy es una poco venerable antigualla aunque, en aquellos tiempos
no tan remotos, no muchos daban todavía un duro por el porvenir de la
fotografía digital (¡y, como quien dice, era ayer mismo!) No parecía que
aquella tecnología, cara y de resultados más bien modestos, fuera a conquistar
al público profesional y amateur en tan breve lapso de tiempo; pero así fue y
los rollos de película se apilaron, con los discos de vinilo y las cintas de
vídeo, en los trasteros y desvanes de la nostalgia.
Las fiestas de Moros y Cristianos son muy
fotogénicas (y muy musicales). Había tenido nulas ocasiones de verlas y éstas las
presencié con mucho agrado. Numerosos participantes desfilaban ataviados,
formando bloques de un inimaginable brillo y colorido, con unas galas
espléndidas, y la pompa y alegría de aquél gentío era un regalo para los
sentidos. Me acordé de una película muy festiva de Carles Mira, titulada “Que
nos quiten lo bailao” que, algunos años atrás, había pasado injustamente
desapercibida por nuestros cines y hoy es una rareza casi extraviada.
Unos, todavía escasos, inmigrantes
magrebíes contemplaban el desfile con aspecto impasible, pero imaginé que
debían estar algo atónitos, o quizá perplejos.
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