Desde que publiqué la muy desnortada
entrada “Podemos (Pero No Sé Si Queremos)”, la cual tuvo un éxito comparable al
de un burka en la fiesta del Orgullo Gay, han pasado más de seis meses, en los
cuales el personaje que hoy me trae aquí, esta mezcla de telepredicador del
Medio Oeste y vendedor de crecepelo de las ferias de la Gran Depresión, ha
pasado del golpismo tertuliano a postularse como muy serio candidato a Primer Ministro
del País de las Mierdavillas.
Es obvio que el destino de una nación lo
decide el vigor de los jóvenes, antaño en sangrientas batallas y hogaño en
abundantes, tupidas y locuaces redes sociales, con el movilizador y mágico pásalo.
“Rajoy corrupto, Europa apesta, pásalo”. De hecho, nuestro simpático personaje
se jacta de haber sido, vía SMS, el manipulador que hizo frente a la torpe e
infructuosa falsificación del PP, durante aquél atroz 11-M, cuyos réditos
políticos, hábilmente explotados, nos condujeron a la fecunda etapa de
Zapatero.
Hoy, aprovechando amplísimas masas
sociales política e intelectualmente inanes, lo vemos en la cresta de la ola,
mucho más allá de donde llegó el también muy mediático padre Apeles. Los
sondeos lo convierten en la ¿segunda? ¿primera? fuerza electoral del país, con
la magra ayuda de un recetario político, económico y social, extraído del
catecismo masticable que alimentó a los más canelos de entre los progres
pequeñoburgueses de hace cincuenta años. En síntesis, lo podemos ubicar a mitad de camino entre Bob Marley y
el Che Guevara, ambos en versión de Andy Warhol, e incluso lo oiremos reivindicar a
Cristo que, como nadie ignorará, se hubiera inscrito en un círculo de Podemos,
apenas su trotecillo sobre las aguas le hubiera llevado a la orilla adecuada.
Hay otra cosa que me descoloca con el
jambo este: daba yo en pensar que, teniendo en cuenta sus eslóganes más
recurrentes, sus olés al chavismo, sus “que paguen los ricos”, sus “hay que acabar
con la casta”, iba a tratarse del candidato de los sans-culottes, la chusma más
pordiosera, las masas hambrientas que abarrotan este país, aquellos que no
tienen nada que perder. Pues te jodes, Himphame, para tu sorpresa, el supporter
típico de Podemos es un joven universitario de la generación más preparada de
nuestra historia, según algunos medios, aunque dada la fauna que pulula por
allí, el que alguno tenga una sobrinita que sepa sumar con los dedos, debe
parecerles cosa inaudita, digna de maravillado asombro.
Un líder un tanto mesiánico
Uno imaginaba, erróneamente, que nuestro
joven revolucionario trincaría en el caladero de los antisistema y se
consolaba, como persona de orden, pensando que allí hay poco que hacer: unos
cuantos miles de indignados toman las calles, vuelcan containers, apedrean escaparates,
queman basuras, se lían a adoquinazos con la policía y luego se van a su casa
tan campantes, olvidándose de ir a votar, porque votar es de pringaos. Pues no:
resulta que el mensaje mediático del joven líder ha estado tan bien medido, tan
bien orquestado, que ha cuajado en el horizonte una mayoría que “piensa abrir
el candado del 78” (es decir, ya no asumen el modelo de la transición), “ha
decidido acabar con los privilegios de la casta” (es decir, subdividir al país,
para crear una nueva y pujante caterva o camarilla que encuentre sus propias baronías
por esquilmar) y “piensa devolver la soberanía al pueblo” (para que el pueblo
agradecido aclame a sus nuevos bienhechores). Como ya dijo Salomón, no hay nada
nuevo bajo el sol
Pastoreado en una entrevista televisiva
por una tal Ana, el chaval muestra, armado tan sólo con sus arrolladores eslóganes, su completa
carencia de un proyecto de índole práctica, de un programa concreto de
actuación más allá de los buenos deseos, de esas buenas intenciones de las que
está el infierno lleno. Da la impresión de que una asamblea formada por todos
los ciudadanos de este impreciso país, estudiará todos los temas para llegar a todos
los acuerdos, lo contrario no sería democrático. Este ultraconsenso, por
supuesto, puede llevar años (y años) alcanzarlo. Y lo que interesa es qué
hacer, qué medidas tomar mientras, durante las deliberaciones: ahí nos deja en
el terreno de las sospechas. Las mías son funestas e históricamente muy
documentadas, pero son las de una minoría invisible que no cuenta.
Ah, eso sí, en su haber anotaré el
nerviosismo causado en algunos de los elementos más despreciables de camarillas
que, hasta ahora, han disfrutado de la más absoluta falta de contestación. El
señor Mas, a quien usted negará su abrazo, ha hecho decir que es usted el
“caballo de Troya” de los nuevos tercios castellanos y los cowboys de Bildu, a
quienes usted, pese a todo, admira por la excepcional puntería política que
demostraron, le han recordado a Francisco Llera, responsable de un
euskobarómetro que le pone a usted muy bien implementado en la patria vasca, le
han mencionado al señor Llera, digo, que los resultados se han de determinar en primer lugar, las
encuestas, si son necesarias, los confirmarán después.
No le he dicho al joven líder de los
demócratas incorruptibles, ni creo que le interese, cual es mi hipótesis acerca
de sus elevadas expectativas de poder, pero lo haré ahora, de todos modos.
Aprecio que vivimos en un país que, con todo lo que ha pasado, se desprecia y
se da a sí mismo el suficiente asco como para romper la inmundicia que ha
cuajado en la situación anterior. Me baso en el voto esperado, procedente de
grupos sociales de la pequeña burguesía y de la clase media: no es que estos
sectores estén desesperados, pero han visto quebrarse la línea ascendente de
sus expectativas de progreso material y de bienestar y se van a lanzar en
brazos de usted, señor Iglesias, creyendo que les va a devolver el mundo de
comodidades sociales y derechos materiales que se ha esfumado para siempre.
Usted, obviamente, no les va a poner el tercer coche en el garaje, ni la
segunda vivienda en la Manga del Mar Menor, pero mientras esto se aclara, podrá
hacerse rico como sus predecesores (o mucho más, como alguno de sus admirados
dictadores tercermundistas).
Y hablando de dictadores, me parece
pertinente concluir, para exhibir mi memoria histórica, con un chiste de
Franco, un chascarrillo que viene al pelo: Franco está discurseando en
Nochebuena y dice “españoles, hace un año nos encontrábamos al borde del abismo…
El tío, con una sonrisa que le achicaba los
ojos, soltó al sobrino, indicándole que tomara asiento frente a él:
- Aunque
seas un cabeza hueca, que lo eres, no puedo refrenar un corazón que… ¿cómo
diría? Salta de alegría al volver a verte. El padre Mamilano ya me puso al
corriente de que no estabas hecho para la vida monástica. Yo ya me lo
imaginaba: tienes un espíritu demasiado impresionable, así que es lógica tu
vuelta a la vida seglar. El Señor da a cada uno su camino y también la vida
seglar puede ser santificada por la Gracia ¿Un vasito de vino?
- No,
gracias, don Ángel. No es cierto que la vida en la Orden me resultara
insoportable, fue el padre Mamilano el que…
- Lo sé,
lo sé. Tú hubieras querido continuar, pero eso no hubiera sido lo más
conveniente ni para el monasterio ni para ti. Además, con el paso del tiempo,
la circunstancia que hizo aconsejable tu salida de Jaca ha… ¿cómo diría? Ha
cicatrizado. No ha prescrito, eso no, pues las consecuencias son visibles y,
según decía don Gregorio, Dios lo tenga en su Santa Gloria, hasta palpables. No
obstante, si no estás hecho para el orden sacerdotal, tendrás que madurar algún
proyecto… ¿cómo diría? De índole civil. Este vino de consagrar, me lo traen de
Daroca y está delicioso, ¿de verdad que no quieres un traguito?
- No,
tío, gracias, vuélvase usted a servir… Yo no sé si valdré para la vida civil:
por un lado sigo manteniendo mi vocación y siento que tengo una misión
sobrenatural, ultraterrena y evangélica que llevar a cabo y, por otro lado, con
más de treinta años no tengo oficio ni beneficio. Carezco de cualquier
habilidad de menestral, así que nadie me va a dar trabajo y, para establecerme
por mi cuenta, me faltan talento y dinero: el voto de pobreza no me ha costado
ningún esfuerzo y creo que no estaría capacitado para llevar un negocio
mundano.
- En un negocio mundano estaba yo pensando,
porque ¿no te irás a quedar entre estas paredes? Tú mismo te das cuenta de que
eso no es posible. Y por el dinero, no te preocupes: el episcopado tiene… ¿cómo
diría? Una sólida línea de crédito en el banco Hispano Ansotano. Hace poco ha
quedado libre un local que es propiedad de la diócesis; sí, ese donde se
reunían las señoras de la Adoración Nocturna, más bien a hacer ganchillo que a
rezar el rosario. Lo mandé desalojar y las envié al salón de la sacristía, allí
en la parroquia de Santiago. Lo de la Adoración Nocturna es… ¿cómo diría? Una
causa perdida, sólo quedan cuatro pobres viejas desdentadas, sordas y lelas. No
me digas que no quieres probar este vino, sería un pecado, ¿un señalín? ¿Una
lagrimita para remojarte los labios?
- No
señor, gracias. Pero si el local pertenece a la diócesis, debe dedicarse a una
tarea de culto o de apostolado, no a un negocio de carácter profano.
- No te
preocupes por las formalidades, sobrino. De cara a las autoridades civiles y
eclesiásticas, la situación estaría completamente… ¿cómo diría? Regularizada:
tú pagarías un alquiler, devolverías los plazos de un crédito y te dedicarías a
un desempeño honorable. Había pensado en una tienda de suministros litúrgicos,
o quizá una imprenta que se encargara de los recordatorios de comunión, de defunción,
de bautismo, las invitaciones de boda, es… ¿cómo diría? Un sector muy
floreciente y con mucha proyección. Aunque si pones una tienda de gorras, o de
corbatas, o una zapatería, a mí me va a dar igual, mientras te ocupes de
artículos decorosos y decentes, entiéndeme, habrás oído hablar del biquini y
sabrás que todo tiene un límite. Déjame que me sirva la última copita de este
maravilloso vinillo, ¿de verdad que no quieres brindar conmigo por tu futuro
negocio?
La conversación siguió a un ritmo muy sosegado,
que se ralentizaba aún más con el declinar de la tarde. El señor obispo habló y
escanció. Escanció y habló, todavía más y con mayor lentitud, del oscuro pasado
de Serafín y de su luminoso futuro, que a éste no parecía causarle mayor
entusiasmo. Hasta que un oblicuo rayo de sol horadó un postigo y cegó al cesado
monje con otra repentina iluminación. Sí. Un bar. Un bar tiene fieles
parroquianos como una iglesia. En él se sirve la sangre de Cristo y las
modernas máquinas tocadiscos serían su púlpito y la buena nueva surgiría de
ellas cantada por el Cordero de Liverpool… “I want to hold your hand”, fraternalmente, “I feel fine”, con la
revelación divina, “I call your name”, tu Sagrado Nombre, Señor. ¿Y cómo
llamar al establecimiento? ¿“El Ángel”, en pleitesía rendida a su tío?
El Ángel del Señor anunció a Serafín y él
concibió, por obra y gracia del Espíritu Santo, llamarlo “El Arcángel”, así su
tío sería honrado hasta lo máximo y, de paso, no andaría en lenguas que, o
mucho había cambiado Jaca en su ausencia, o habrían de seguir siendo muy
chismosas y alcahuetas.
- ¡Ya lo
tengo, señor tío, con su ayuda generosa abriré un bar! Deje que le explique el
motivo por el que será el local más piadoso de esta devota diócesis…
- ¡Un
bar! ¿Cómo se te ocurre, muchacho? Sabes que repruebo, el que más entre los
humanos vicios, la ingesta de vinos y licores, que es la mismísima puerta de la
perdición para las almas de los humildes. ¡Ni hablar!
Pero la divina inspiración había calado del modo
más manifiesto en Serafín, que estuvo muy persuasivo. Una verdadera lengua de
fuego se vio flamear por encima de su cabeza y le concedió hablar en varios
idiomas. Al final, el señor obispo, sintiéndose un infiel convertido y
pretextando una fuerte cefalea, se excusó de cenar y se retiró a sus aposentos.
De mala gana, Crescencia sirvió al solitario
sobrino un tomate abierto y una tortilla de jamón, que éste devoró con aire
reflexivo, sin dejar de murmurar acerca de su proyecto:
- “If I needed someone”, Harrison es también un gran
apóstol, “There’s a place”, “All I’ve got to do”…
Cuatro meses más tarde, en la calle dedicada a
don Joaquín Gil Berges, abría sus puertas el bar que durante una década iba a
albergar al bullicioso estudiantado de la pequeña ciudad episcopal. Fue
bendecido por el señor obispo, que asistió a la inauguración del
establecimiento ataviado con una dalmática púrpura a juego con la reminiscencia
del santo sacrificio de la sangre del señor, allí escenificada en su vertiente
más festiva.
¡Cono! En este nuevo miniteclado
bluetooth que me he comprado, falta una letra. Esto es un engano, tendré que
pedir que me lo cambien, o me va a salir un mensaje de felicitación muy
extrano. La verdad es que hace dano a los ojos.
Pero bueno, el eslogan que he disenado,
lo que quería transmitir, porque ya estoy harto de escribir, ano tras ano,
aquello tan manido de Feliz Navidad, es correcto. Leíste bien: Felina Vida.
Mi deseo es que estés descansando,
calentito junto al fuego, ajeno a cualquier preocupación, sin problemas,
jugueteando, lamiéndote, ronroneando si fuese necesario.
Felina Vida a todos en estas apacibles y
reposadas fechas, calentitos en un rincón, mientras afuera nieva de lo lindo.
Ojalá.
Y que un rojo gordinflas, como el Papá
Noel que ha dibujado esta nina, con su arte cándido, absuelto y admirable, os
traiga sabrosas sardinas, cómodos cojines, ovillos de lana, un cesto…
O un teclado que funcione bien, en lugar
de este pequeno desengano tecnológico.
En estas fechas celebran los creyentes el
advenimiento de su salvador y el resto de la peña, el solsticio de invierno,
combatiendo los rigores del frío con unas comilonas como aquellas que hacíamos
durante las glaciaciones, cuando hibernábamos como los osos (McGuffin).
Anteayer estaba el evento hasta en la
cabecera de Google. Fuera por esto, fuera porque había puesto demasiado
garbanzo en los callos de la cena, ayer tuve una curiosa pesadilla: estaba de
nuevo en el aula y unos muchachos de doce o trece años me preguntaban, como
antaño, “¿por qué hace tanto frío en invierno?” ”Eso, ¿y por qué dura tan poco
el día?” A lo que otro respondía desde el fondo de la sala: “¿Tú estás tonto o
qué? El día dura siempre igual, veinticuatro horas.” “¡Cara de conejo, me
refiero a las horas de luz!” Yo, como buen profesor plasta que fui, me disponía
a explicar de nuevo el asunto del solsticio invernal, traté de dominar el
guirigay, y pregunté socráticamente: “vosotros, ¿por qué creéis que hace más
frío en invierno?” “¡¡Porque la Tierra está más lejos del Sol!” Respondieron a
coro. Objeté: ”Eso no tiene nada que ver. Además, mientras en el hemisferio
norte es invierno, en los países del hemisferio sur es verano. Si la tierra
estuviera tan alejada del Sol, haría frío en ambos hemisferios. Es una cuestión
de la inclinación del eje de la Tierra, si el eje estuviera derecho, no habría
variaciones estacionales”. Ahora ya había mucho follón, todo era muy real:
Uno me contestaba: “¡Lo del invierno va a
ser así, porque lo digas tú!”
Otro decía: “¿Y qué pasaría si la Luna se
cayera sobre la Tierra!” “Bah, mientras no cayera sobre España, a mí me daría
igual”. “Ya, pero se extinguirían los dinosaurios”. “Los dinosaurios ya se
extinguieron cuando el profe era joven, pedazo de animal”. Golpeé con la regla
en la mesa y dije: “Chicos, volvamos al tema”.
Así que volvieron al tema: “¡Pero cómo va
a ser verano en otro sitio! Nos iríamos todos allí. ¡Así siempre habría
vacaciones!” “Es verdad. Mi prima estuvo en Argentina las Navidades pasadas y
allí era verano, me lo dijo al volver”. El testimonio de esta chica obró el
milagro. Intenté aprovechar el crédito, para contarles aquello de que la
inclinación de la tierra hace que la radiación solar recibida en el norte sea
menor, pues los rayos llegan más oblicuos y, por el mismo motivo la zona
iluminada (día) es menor que la zona en sombras (noche). Y ya me iba a adornar
señalando que el casquete Antártico quedaba perpetuamente iluminado en un día
muy duradero, mientras al “nuestro”, al Ártico, no le llegaba a dar el Sol por
más que la Tierra girara… Cuando fui alcanzado por la evidencia de que yo, en
la realidad, tenía una ficha para explicar esto y, por tanto, estaba en un
sueño. Así que me desperté. Y para gran contento mío, encontré la ficha, la
rellené, la pinté y aquí la cuelgo hoy, para seguir dando la brasa aun cuando
no tenga ya alumnos.
De paso os enseño (otra vez) la chopera
de mi pueblo, pues creo que no había colgado fotos de su sereno invierno. Feliz
solsticio.
Utilizo para esta entrada el título en
español de un libro autobiográfico de Robert Graves, en el que cuenta sus
atroces experiencias personales en la Primera Guerra Mundial y el modo en que,
pese a haber sobrevivido, fue alcanzado por la certeza de que el inexorable
binomio guerra/tecnología habría de enterrar de manera definitiva el concepto cristiano
occidental de civilización humana, que él había heredado (concepto, por otra
parte, lastrado de una forma esencial por la hipocresía y la falsedad, no nos
vayamos a pensar que era un carca conservador). El hecho es que, por un lado,
vivió a partir de entonces largas temporadas expatriado en una especie de
exilio o alejamiento y acabó yendo a establecerse en lo que, antes de la
llegada masiva de los turistas, era el culo del mundo, en la isla de Mallorca
y, por otro lado, dio a la luz un libro que debiéramos leer los votantes antes
de echar en las urnas papeletas con los nombres de algunos cafres.
El caso es que, siendo el ajedrez un
trasunto sublimado de la guerra, también ha sido alcanzado por el influjo
aniquilador de la tecnología: los cazas y los drones son cada vez más rápidos,
los carros de combate, más potentes y veloces, imperan los modos y conceptos de
la blitzkrieg y, la antigua visión de un juego sosegado para pasar las largas
veladas de invierno, es tan anacrónica como el “informator”, que los jóvenes
jugadores ni saben lo que es, ni yo se lo iba a decir aquí, ¿para qué?
Closing Time (Tom Waits)
Adios Amigos (Ramones)
Los tiempos de reflexión concedidos a
cada jugador por el reloj para el cálculo de jugadas, han descendido, desde las
dos horas y media para el primer control a las cuarenta o cuarenta y cinco
jugadas, hasta la hora y media actual para toda la partida. Un amigo mío se
queja del asunto, diciendo que, al final, retirarán el tablero y las piezas y
dejarán a los dos contendientes enfrentados tan sólo con el reloj por medio,
dándole pim-pam, pim-pam, y al primero que se le agote el tiempo, pierde la
partida: con veinte segundos sería suficiente para un espectáculo que, justo es
reconocerlo, sería más mediático.
En honor a la verdad, debo decir que lo
que a mí me ha retirado, es mi falta de reflejos para la competición (el tiempo
es igual para ambos contrincantes, ¿no?) El caso es que no creo que vuelva a
jugar torneo alguno, fuera del de Benasque, cuyo carácter vacacional me
recompensa ampliamente del estrés de acarrear madera por un enigmático tablero.
En mi club aún no saben esto, pero imagino que cuando se enteren, acogerán mi
deserción con el adecuado alivio.
Me consuela la convicción de que no voy, después
de dos o tres horas de estrujarme el cerebro, a jugar ya casi nunca una
posición como ésta, a trote gorrinero, con un minuto de tiempo restante:
Blancas juegan y ganan.
Por si no vuelvo a las andadas con entradas
del noble juego, explicaré que el blanco tiene que coronar el peón, pero
mientras el alfil esté en la gran diagonal a2-g8, no puede pasar. Yo jugué 1.
Cc5 y no fui capaz de ganar. Tarugo que es uno.
La clave es 1.Cg5! que amenaza Ce6
tapando la diagonal, con lo que se fuerza 1… Ag8, pero ahora, el caballo está
bien situado y juega 2.Cf7 ¡Vaya por Dios! piensa el negro, si muevo el alfil,
la cago. Acercaré el rey 2… Rd2 3.Rf8 ¡A mover el alfil! 3… Ah74.Cg5 otra vez y ahora, ¿dónde ir?
Ruina total: si 4… Ag65.Rg7 Ae86.Ce4+ Re37.Cd6 Ah58.Rh6 y ganan blancas porque el álfil ya no
puede seguir controlando la casilla f7 y el peón corona, cual doña Leticia.
Y si 4…. Ab1, para recuperar la diagonal
chachi, sigue 5.Ce6 taponando, con lo que hay que volver a 5… Ag6, pero tras 6.Cf4
Ac27.Re7 y al alfil ya sólo le queda el
derecho a decidir entre 7… Ab3 8.Ce6 o cualquier otra jugada que permita 8.f2
¿Chut-to o muet-te? No parece muy complicado… pero prueba a jugarlo en 20
segundos, 19, 18, 17….
Por cierto, si alguien pensó más de cinco
minutos en el juego de los cuatro peones de la entrada anterior, llegaría a la conclusión de que el
blanco gana moviendo 1.a1-a2 y, frente a cualquier jugada del negro, 2.b1-b2.
Excepto si el negro ha jugado 1… b4-b3, que se gana tomando el peón. ¿Crees que
debería aclararlo más? No sé…
Años atrás, solía decirme agnóstico para
disimular, pero estimulado recientemente por los frutos de las tres grandes
religiones monoteístas, particularmente por los del islam, no vacilo ahora en
confesarme ateo. Citaba, el año pasado por estas fechas, al filósofo Salvador Pániker,
el cual decía en una entrevista: “No soy ateo porque existe Bach”.
Creo que la música de Bach disculparía en parte la eventual
existencia de un Dios Creador, al que justificaría
de algún modo, a tal punto que Su obra en nosotros nos parecería menos
lamentable y penosa, menos miserable y chapucera: si le otorgamos la naturaleza
de Todopoderoso, justo es reconocerle que se ha esmerado poco. Ah, pero está la
música de Bach, que es una altísima alabanza a unos atributos que precisamente
esta alabanza convoca o materializa de forma extraordinaria. Realmente esta
música es la que crea a ese Dios.
Buceando en YouTube, tuve la fortuna de
dar con esta fantástica versión, que dirige sir John Eliot Gardiner, cuya
audición y visualización casi hace flaquear mis robustas creencias en el aleatorio
sinsentido del Universo. Decidí que, en el improbabilísimo caso de dirigir una
cadena de televisión, me echarían cuando verificaran que, año tras año, jamás
cejaría de programar semejante vídeo durante estas fechas. Volviendo de la
fantasía a mi modesta realidad, aquí lo encajo, por si algún alma curiosa le da
al “play” y es capaz de ascender, siquiera un ratito, donde la Música propone.
Luego, ya iremos al Mercadona a
desinfectarnos con espantosos “jingles” y soniquetes navideños que, por lo
menos a mí, me confirman en mi fe inquebrantable en que, las creencias de mis
mayores, se han ido por el desagüe al pozo negro de la cósmica sepultura del
Dios que nació muerto.
El domingo pasado estaba fabricando
Nocilla con mis diversas excrecencias y mirando el internet, por la cosa del
fútbol, para ver si de una vez había ganado el Zaragoza, cuando, desde las
páginas de El País Digital, me asaltó el típico artículo sobre el mundo
educativo donde, como siempre, se combinan con acierto sandez y pensamiento
Alicia, pero, aprovechando que hay libertad de expresión de esa, esta vez
decidí despacharme a gusto y regalarme un desquite, en plan trol.
Así que transcribo literalmente el articulito de marras, vamos, copiar y pegar, y
pongo, entre paréntesis y en rojo, las chorradas y paridas que mi discurso
interior, como el Leopold Bloom de Joyce, iba articulando mientras lo leía.
Entre unas cosas y otras, ha quedado un
poco largo y, además tengo que añadir una precisión, para que nadie se
confunda: si no tuviéramos estas aspiraciones (las reflejadas en el artículo),
estaríamos perdidos. Ahora, si sólo tenemos estas aspiraciones y nada más, estamos más perdidos aún:
seremos víctimas del enésimo timo…
La
educación exige emociones(La Educación,
qué emoción.)
El fenómeno es imparable. Los nuevos
tiempos exigen desarrollar las capacidades innatas de los niños y cambiar las
consignas académicas.
¿Estamos educando a las nuevas
generaciones para vivir en un mundo que ya no existe? (No te jode, ¿cómo educas a alguien para
vivir en un mundo que aún no existe?
¿Con una bola de cristal?) El sistema pedagógico parece haberse
estancado en la era industrial en la que fue diseñado. La consigna respecto al
colegio ha venido insistiendo en que hay que “estudiar mucho”, “sacar buenas
notas” y, posteriormente, “obtener un título universitario”. Y eso es lo que
muchos han procurado hacer. Se creyó que, una vez finalizada la etapa de
estudiantes, habría un “empleo fijo” con un “salario estable”.
Pero dado que la realidad laboral ha
cambiado, estas consignas académicas han dejado de ser válidas. (Dado que ya no
hay “empleos fijos” ni “salarios estables”, la solución connotada en el texto
es “estudiar poco”, “sacar malas notas” y “no obtener un título universitario”,
solución que los numerosos ninis de nuestro país ya parecen haber ensayado con
éxito. Por otra parte hay que hacer notar que para los políticos, me da igual
los de la “casta” que los de la “lasciva”, es más fácil tocarles los huevos a
los docentes y cambiar el sistema educativo, que tocárselos a financieros y
empresarios y cambiar la realidad laboral.) De hecho, se han
convertido en un obstáculo que limita las posibilidades profesionales. Y es que
las escuelas públicas se crearon en el siglo XIX para convertir a campesinos
analfabetos en obreros dóciles, adaptándolos a la función mecánica que iban a
desempeñar en las fábricas. Tal como apunta el experto mundial en educación Ken
Robinson, “los centros de enseñanza secundaria contemporáneos siguen teniendo
muchos paralelismos con las cadenas de montaje, la división del trabajo y la
producción en serie impulsadas por Frederick Taylor y Henry Ford”. (Cualquiera que
piense esto de nuestras escuelas públicas, no solo es un experto bellaco y un
rufián despreciable, es también un experto majadero y un pasmoso ignorante.
Además son tipos que luego van y dicen que en Mali, o en Chad, o en Pakistán,
los niños carecen de futuro al no recibir una educación como la que aquí
disfrutamos, ¿en qué quedamos? ¿Llegamos o nos vamos? Las cadenas de montaje,
la división del trabajo y la producción en serie se han deslocalizado y ahora están
en China, donde gracias a un paraíso socialista se han obtenido operarios que
trabajan veinticinco horas al día por un cuenco de arroz. El día que tomen
conciencia y se acabe el chollo, nos encontraremos con que aquí, ni los
expertos sabrán hacer los agujeros de las flautas.)
Si bien la fórmula pedagógica actual
permite que los estudiantes aprendan a leer, escribir y hacer cálculos
matemáticos, “la escuela mata nuestra creatividad”. A lo largo del proceso
formativo, la gran mayoría pierde la conexión con esta facultad, marginando por
completo el espíritu emprendedor. Y como consecuencia, se empiezan a seguir los
dictados marcados por la mayoría, un ruido que impide escuchar la propia voz
interior. (También
puede ocurrir que carezcamos de creatividad, en cuyo caso, la escuela la dejará
indemne. Y aunque seguir los dictados de la mayoría es una putada, algunos
hemos pasado buena parte de nuestra existencia siguiendo los dictados de una
minoría y eso, a lo que llamábamos dictadura, era una putada todavía mayor. En
cuanto a la voz interior, mira a ver si la puedes oír con el ruido del tráfico,
salao.)
La
voz de los adolescentes
“Desde muy pequeño tuve que interrumpir
mi educación para empezar a ir a la escuela”
Gabriel García Márquez (El gran Gabo podía escribir lo que le
saliera de la punta del nabo, pero esta cita, interpretada por un cenutrio, le
llevará a pensar que él, de no haber sido escolarizado, podía haber sido
acreedor al premio Nobel.)
Cada vez más adolescentes sienten que el
colegio no les aporta nada útil ni práctico para afrontar los problemas de la
vida cotidiana. En vez de plantearles preguntas para que piensen por sí mismos,
se limitan a darles respuestas pensadas por otros, tratando de que los alumnos
amolden su pensamiento y su comportamiento al canon determinado por el orden
social establecido.
Del mismo modo que la era industrial creó
su propia escuela, la era del conocimiento emergente requiere de un nuevo tipo
de colegio. Básicamente porque la educación industrial ha quedado desfasada.
Sin embargo, actúa como un enfermo terminal que niega su propia enfermedad.
Ahogada por la burocracia, la evolución del sistema educativo público llevará
mucho tiempo en completarse. Según Robinson, “ahora mismo sigue estando
compuesto por tres subsistemas principales: el plan de estudios (lo que el
sistema escolar espera que el alumno aprenda), la pedagogía (el método mediante
el cual el colegio ayuda a los estudiantes a hacerlo) y la evaluación, que
vendría a ser el proceso de medir lo bien que lo están haciendo”.
La mayoría de los movimientos de reforma
se centran en el plan de estudios y en la evaluación. Sin embargo, “la
educación no necesita que la reformen, sino que la transformen”, concluye este
experto. En vez de estandarizar la educación, en la era del conocimiento va a
tender a personalizarse. Esencialmente porque uno de los objetivos es que los
chavales descubran por sí mismos sus dones y cualidades individuales, así como
lo que verdaderamente les apasiona. (Ah, ¿pero el experto no sabe lo que les apasiona a los
chavales? Seguramente será que no ha visto ninguno en su puta vida. Le aconsejo
que vaya a darles una charla con eso de los valores, la creatividad, la
felicidad… Y uno que yo conozco le dirá: ¿me puedes traer una moto que mole y
un par de tías guays? Pues no te enrolles…)
En el marco de este nuevo paradigma
educativo está emergiendo con fuerza la “educación emocional”. Se trata de un
conjunto de enseñanzas, reflexiones, dinámicas, metodologías y herramientas de
autoconocimiento diseñadas para potenciar la inteligencia emocional. Es decir,
el proceso mental por medio del cual los niños y jóvenes puedan resolver sus
problemas y conflictos emocionales por sí mismos, sin intermediarios de ningún
tipo.
La base pedagógica de esta educación en
auge está inspirada en el trabajo de grandes visionarios del siglo XX como
Rudolf Steiner, María Montessori u Ovide Decroly. Todos ellos comparten la
visión de que el ser humano nace con un potencial por desarrollar. Y que la
función principal del educador es acompañar a los niños en su proceso de
aprendizaje, evolución y madurez emocional. En esta misma línea se sitúan los
programas de la educación lenta, libre y viva que están consolidándose como
propuestas pedagógicas alternativas dentro del sistema. (Ah, lenta, eso es, como decía Bart
Simpson, si vamos retrasados, iremos más despacio y así alcanzaremos a los
demás. La propuesta alternativa es, pues, vayamos todos retrasados, qué prisa
hay, si nadie nos va a emplear, ¿o seremos emprendedores retrasados? O diremos,
como el padre de Ralph Wiggum, “sepa que a mi hijo se lo disputan los mejores
colegios de educación especial”.) Eso sí, el gran referente del
siglo XXI sigue siendo la escuela pública de Finlandia, país que lidera el
ranking elaborado por el informe PISA. (Pisha, pásame el infomme!)
¿Para
qué sirve?
“Educar no consiste en llenar un vaso
vacío, sino en encender un fuego latente”
Lao Tsé (Admiro al creador del Tao más que a
Bisbal, Bustamante y Fernando Alonso juntos, pero aquí he de decir que si el
fuego no tiene combustible, el ardor dura menos de un segundo.)
La educación emocional está comprometida
con promover entre los jóvenes una serie de valores que permitan a los chavales
descubrir su propio valor, pudiendo así aportar lo mejor de sí mismos al
servicio de la sociedad. Entre estos destacan: (Atención, como decía mi libro de filosofía
de sexto durante la dictadura, después de repasar todas las tendencias del
pensamiento, doctrina verdadera, y
ponía las chorradas con las que el nacional-catolicismo se solazaba. Ahora
viene la parte buena.)
Autoconocimiento.
Conocerse a uno mismo es el camino que conduce a saber cuáles son las
limitaciones y potencialidades de cada uno, y permite convertirse en la mejor
versión de uno mismo.
Responsabilidad.
Cada uno de nosotros es la causa de su sufrimiento y de su felicidad. (Ay, y de de los
de los demás, ¿por qué te olvidas, perdonavidas? Acaso no oíste hablar de
torturadores y terroristas? ¿Nadie te mencionó la exclusión social, experto del
huerto?) Asumir la responsabilidad de hacerse cargo de uno mismo en
el plano emocional y económico es lo que permite alcanzar la madurez como seres
humanos y realizar el propósito de vida que se persiga. (En el plano económico, si heredas caballos
de carreras de tu padre, te será fácil, de lo contrario, la escuela viva, libre
y lenta, te será poco útil.)
Autoestima. El mundo no se ve como es,
sino como es cada uno de quienes lo observan. De ahí que amarse a uno mismo
resulte fundamental para construir una percepción más sabia y objetiva de los
demás y de la vida, nutriendo el corazón de confianza y valentía para seguir un
propio camino. (Me
recuerda a la Susanita de Mafalda.)
Felicidad.
La felicidad es la verdadera naturaleza (creí que era aspiración,
a ver si ahora resulta que tengo derecho
a la felicidad y no lo sabía) del ser humano. No tiene nada que ver
con lo que se tiene, con lo que se hace ni con lo que se consigue. Es un estado
interno que florece de forma natural cuando se logra recuperar el contacto con
la auténtica esencia de cada uno.
Amor.
En la medida que se aprende a ser feliz por uno mismo, de forma natural se
empieza a amar a los demás tal como son y a aceptar a la vida tal como es. Así,
amar es sinónimo de tolerancia, respeto, compasión, amabilidad y, en
definitiva, dar lo mejor de nosotros mismos en cada momento y frente a
cualquier situación.
Talento.
Todos tenemos un potencial y un talento innato por desarrollar. El centro de la
cuestión consiste en atrevernos a escuchar la voz interior, la cual, al ponerla
en acción, se convierte en nuestra auténtica vocación. Es decir, aquellas
cualidades, fortalezas, habilidades y capacidades que permiten emprender una
profesión útil, creativa y con sentido.
Bien
común. Las personas que han pasado por un profundo proceso de
autoconocimiento se las reconoce porque orientan sus motivaciones, decisiones y
acciones al bien común de la sociedad. Es decir, aquello que hace a uno mismo y
que además hace bien al conjunto de la sociedad, tanto en la forma de ganar
como de gastar dinero.(Todo esto, con ser lo menos memo del artículo, tiene un penetrante
tufillo de telepredicador la-verdad-está-en-tu-interior, mándame 50 € y te
enseñaré a ser tú mismo, o de cursillo para vendedores, estilo norteamericano,
“Cómo venderse a sí mismo”, que echa para atrás y además es tan novedoso como
el Tupperware, el Avon y similares.)
En vez de seguir condicionando y
limitando la mente de las nuevas generaciones, algún día –a lo largo de esta
era– los colegios harán algo revolucionario: educar. (Chúpate esa, hasta ahora ¿qué han estado
haciendo, el calvo o la peineta?) De forma natural, los niños se
convertirán en jóvenes con autoestima (y con automóvil) y confianza en sí mismos. Y
estos se volverán adultos conscientes, maduros (¿Cómo el de Venezuela? Ay, mi abuela),
responsables y libres, con una noción muy clara de quiénes son y cuál es su
propósito en la vida. El rediseño y la transformación del sistema educativo
son, sin duda alguna, unos de los grandes desafíos contemporáneos. Que se hagan
realidad depende de que padres y educadores se conviertan en el cambio que
quieren ver en la educación (sic).
(Para acabar, suena aquella tonadilla de Aladdin: Uun
muundo ideaaaal ¡UUUN MUUUNDO IDEEAAAAAAL! y nos cogemos todos de la mano
meciéndonos con suavidad en la dulce brisa de diciembre. Ah, los domingos, ¡qué
rrrreconfortancia!)
Hay días en los que uno se abisma en su
tristeza y quiere disfrutar de ella. Transcribo un par de poemas, por si te
pueden ayudar a deleitarte en el abatimiento, cuando tengas un día de esos.
Según he leído en Ortega (La rebelión de las masas), “…las dos únicas (cosas) a
las que el hombre no tiene derecho son la petulancia y su opuesto, el
desánimo”. No sé tú, pero yo oscilo perpetuamente entre ambas y, cuando estaba
instalado en el desaliento me ponía a escribir versos (era un millón de años
más joven). La petulancia, en cambio, me llevaba a las discotecas (con lo que
volvía a caer en el desaliento), En fin, ahí van los dos sonetos que
testimonian mi antigua afición a la metafísica casera:
INERCIA
Molesta que la inercia de las cosas se arrogue la virtud de ser la vida; sojuzgan el deseo tantas losas, que se enturbian la sed y la bebida.
Ofende la promesa de las rosas
en marchita hojarasca convertida. Acechan tales ruinas herrumbrosas que abruman la ilusión desprevenida.
Pero no está la llave, no abriremos,
¿cuánto tiempo nos dieron? Caminemos, no hemos sido llamados, ¿no te basta?
Te
cambio mi camisa por tus sueños,
la rosa y la ilusión tienen sus dueños, y el Sol, una explosión que lo desgasta.
APERREADO
Lo
tendría más fácil siendo un perro,
la humana condición bien abdicada, tengo lo irracional por buen destierro y el alma, por los golpes, magullada.
No
venía a batir con tanto hierro,
entré por la cancela equivocada, con tanta adversidad que no me cierro ni a ser perro, terrier, de poca alzada.
Lo
tendría más leve y ladraría
de noche, dormitando al mediodía, lamiéndote la cara y las narices.
Inmerso en la más burda perrería,
seguro que no malgastaba el día en la envidia de seres más felices.
En éste último me transmuto en un perro:
debo explicar que es uno de mis animales menos favoritos, ya que un ejemplar me
mandó 20 días al hospital. Conceptualmente, hubiera debido de usar (en el
poema) una cucaracha, pero es un bicho aún menos poético y da lugar a rimas de
inferior calidad.
Llegan las ansiadas y temidas vacaciones
navideñas y los colegios, haciendo gala de su escasa sensibilidad social,
cierran sus verjas, puertas y ventanas durante quince interminables días, en
los que los padres habremos de hacernos cargo de nuestros indómitos polluelos.
Para más inri, el frío y el mal tiempo desaconsejan mandar a las inquietas
criaturas al parque o a la plaza, con una pelota, una comba o un bocadillo de sardinas
en aceite, para que nos dejen solazarnos ante nuestra serie favorita, ¿qué
hacer? San Vladimir Ilich, ¿qué hacer?
Tarde o temprano, las compras navideñas
se acaban y enchufarlos al ordenador o a una videoconsola parece lo más
socorrido, pero cuando, al cabo de dieciséis horas de masacres ininterrumpidas,
empiecen a darles ataques epilépticos, no habrá más remedio que optar por
alguna de esas actividades en común, que desgaste, siquiera un ápice, sus
inagotables energías, mientras malbarata las nuestras, mucho más limitadas.
Es aquí donde las sugerencias de
Entusiasco, pueden hallar un campo abonado por el sudor y otras excrecencias de
los progenitores desesperados: se trata, en esta ocasión, de proponer una tarea
sencilla pero interminable, que pondrá a prueba la paciencia de mayores y
pequeños, en los cometidos de pintar, recortar, doblar y pegar este historiado
barco salido de una precuela de “Piratas del Caribe”.
Navega, velero mío, sin temor...
Sin más aclaraciones innecesarias, ahí
van los patrones para colorear. Se imprimen en cuatro cartulinas dina 4 y
pista.
El modelo y las tapas del casco
El casco
La cubierta y los complementos
Las velas y los mástiles
Los laterales del casco son abatibles y
permiten ver la embarcación por dentro para dar respuesta a nuestras
inquietudes acerca de la vida cotidiana de los piratas en aquellos procelosos
mares donde ofrecían sus servicios a los turistas de aquella lejana y
apasionante época.
¡Se ve por dentro!
Colorée los patrones con el ordenador,
los recorté y los doblé, marcando primero las dobleces con un bolígrafo Bic
rojo (no tenía el aconsejable punzón) y una regla, y los pegué con muchas
dificultades.
Los pegamentos escolares de hoy en día
son una mierda de mucho cuidado y aquí conviene hacer una disquisición: las
barras de adhesivo pegan menos que la saliva, en los bazares chinos ofrecen
engrudos de similares características y se debe evitar cuidadosamente cualquier
producto que en su etiqueta lleve “escolar”, “educativo”, “ecológico”, “libre
de disolventes”, o cualquier otro sermón por el estilo; su adherencia será
menor que la de los mocos de Pippi Calzaslargas.
Educa, pero no pega
Esto es lo que yo no tuve en cuenta: se
me pasó por alto que en el tubo ponía “educa” y aquello era caldo de almejas.
Hay una loable intención de que los niños no esnifen antes de tiempo y, claro,
los pegamentos carecen de las cualidades aquellas que tenían los clásicos
“Uhu”, “Imedio” y por ahí: olían a gloria y pegaban que si, cual cerdito listo,
ponías aquello en los ladrillos, la casa no se caía ni con un terremoto.
Por detrás había que pintar más
Hecha la salvedad de que el niño no lo
podrá pegar como es debido, el barco se construye sin instrucciones
adicionales. Lo monté, sobre todo, para constatar que las medidas de los
patrones encajaban y descubrí, cual cerdito tonto, que hay piezas, las velas
sobre todo, que han de pintarse por ambas caras para que queden bien. En fin,
nadie es perfecto, como decían en “Con faldas y a lo loco”. Mola, cuesta un
rato considerable hacerlo y aquí lo dejo con la fe de que evitará que algún
padre escriba una carta al director de “El País”, sugiriendo que los colegios
permanezcan abiertos durante el cotillón de nochevieja.
Cuando Serafín penetró en el austero
vestíbulo del palacio episcopal, un destello de limpiasuelos en el ajedrezado
de las bruñidas baldosas le hizo tomar conciencia simultánea de muchas cosas.
Fue como si el pasado le hubiera dado un porrazo seco, perpendicular a su ya
muy descuidada tonsura. De modo súbito, se le hizo presente su desastrado
estado físico y anímico: su mefítico hedor combatía con eficacia los efluvios
de menta y albahaca provenientes del patio, el sayal de su hábito se había
descompuesto en un círculo de zarrapastrosos jirones, cuya rigidez le daba el
aspecto de una hawaiana de carnaval. Además, el poder espiritual que le había
dado la revelación otorgada en la plaza Monumental de Barcelona, se había
esfumado en parte, dejando su alma varada entre la congoja producida por el
forzoso abandono de sus obligaciones monásticas y la duda de si su nueva tarea
no le iba a convertir en una figura a mitad de camino entre un hereje y un
fantoche.
En éstas, se percató de que una sirvienta
fregoteaba enérgicamente las baldosas de la esquina más alejada, donde la
humedad descascarillaba un estucado ocre que, a modo de manto, cubría el suelo
próximo al rincón de unos rebeldes cascotes del color del orín, adheridos a las
baldosas con una firmeza que la asistenta trataba de minar mediante las sólidas
cerdas de un cepillo empapado en lejía Conejo. La fregona estaba en posición
cuadrúpeda, de espaldas a Serafín, sumergida en la penumbra a unos once pasos
de éste, que sólo veía un culo como un capazo y la parte trasera de dos
pantorrillas amorcilladas y blanquecinas sobresaliendo de la saya. Sin saber ni
dejar de saber por qué, el conjunto y su movimiento le resultaron muy
familiares y el corazón le dio un vuelco:
-
¡Anacleta! ¿Es usted, Anacleta?
La sirvienta, se incorporó como si le
hubieran dado un fustazo en salva sea la parte, se volvió con viveza hacia
donde estaba Serafín y le espeto:
-
Así que era verdá, eres tú. En mala hora que has vuelto. Ya debe de haber ido
Crescencia a avisar al señor obispo, tu tío. En seguida te recibirá. Ahora no
puede, porque está atendiendo a unas visitas muy principales…
Serafín observó a la mujer de faenas, no
supo si enternecido o azorado. Aunque la vergüenza lo había obligado a bajar la
mirada, había advertido que Anacleta estaba muy avejentada. Y había engordado
por lo menos un par de arrobas más, su cutis estaba mucho más ajado y su pelo
empezaba a ralear. Verrugas que aún no habían brotado antaño, junto con otras
que habían llenado de embeleso sus recuerdos, constelaban el bigote de la
mujer, congelado en un mohín hosco:
-
No sé cómo tienes la frescura y los cojonazos de aparecer por aquí otra vez, en
mala hora te digo, vuelves a pisar esta casa, ¡hace falta tener cuajo! Tu pobre
tío es un santo: don Ángel irá pronto al cielo y allí por fin se librará de ti.
¡Y vaya unas pintas que traes! El señor obispo no te lo dirá, Serafín, pero no
eres bienvenido. Yo, por mi parte, ni quiero estar en el mismo cuarto que tú,
así que me voy parriba a hacer la alcoba y a sacar el polvo de la biblioteca;
cuando acabe, me iré sin despedime y espero que no te quedes mucho tiempo por esta
casa, aunque en eso no entro, depende de tu tío.
Y mientras esto decía, fue saliendo con
acarreo de cubos, escobas, cepillos y bayetas. Volcó un bote de Vim y se cagó
en la Santa Inquisición antes de desaparecer por completo.
Diez minutos más tarde, salió Crescencia,
acompañada de dos señoronas, del tipo cacatúa garbosa, las cuales se
despidieron con grititos melifluos y complacidos, sin dignarse siquiera a mirar
en la dirección donde Serafín remedaba una desmedrada estatua de san Francisco
de Asís, a la que ni siquiera le faltaban los malolientes palominos. Cuando las
dejó tras la puerta de la calle, Crescencia se encaminó con cara avinagrada
hacia el ex fraile convertido en espantajo:
-
Mira tú que ir a coincidir con la visita de la jefa y la presidenta de Acción
Católica, nada menos que las señoras de Giral y de Casajús, no podías ser más
inoportuno. El señor obispo estaba tan inquieto que ha acabado por abreviar sus
deberes pastorales por tu culpa. Ahora te recibirá, pero te advierto que no
está de humor. Hace once días que abandonaste el monasterio y estaba empezando
a preocuparse muy seriamente. ¿Dónde te habías metido, cabeza de chorlito?
Anda, pasa, que la reprimenda que te espera es de aúpa.
Mientras esto iba diciendo, encaminó a
Serafín, precediéndolo hasta una puerta de recios cuarterones de caoba renegrida
que, al abrirse con un chirrido sobrenatural, daba a un despacho espacioso, tan
sobrio como acogedor. Un Cristo crucificado de tamaño natural, presidía en
taparrabos la estancia Serafín correteó hacia el sillón donde se sentaba su
tío, para evitar que el señor obispo se levantara, pero como éste ya se había
erguido, impulsado por los muelles del cómodo escaño, el mozo chocó con él y
derribó su anciano y gordezuelo cuerpo, que volvió a hundirse de costado en el
asiento. Serafín, sin disculparse, debido al aturrullamiento, buscó con avidez
el anillo de monseñor y le dio media docena de sonoros y chapoteantes besos,
que inundaron el grueso granate engarzado en oro, de saliva viscosa, aderezada
con alguna escama suelta de las sardinas de cubo en las que se había
sustanciado su magro refrigerio al llegar a Jaca hacía pocas horas.
El obispo se volvió a incorporar y empujó
a Serafín a una distancia suficiente como para verlo por entero:
-
Nada de besamanos, hijo, ven aquí y dame un abrazo como es debido.
Durante casi un minuto, el sobrino
inclusero y el tío adoptivo se fundieron en un apretado abrazo, en el que éste
logró disimular las ofensas que sus sentidos encajaban debido al olor, atuendo
y aspecto de Serafín, comparados con el cual, algunos leprosos de Molokai
hubieran parecido unos dandis.