Años atrás, solía decirme agnóstico para
disimular, pero estimulado recientemente por los frutos de las tres grandes
religiones monoteístas, particularmente por los del islam, no vacilo ahora en
confesarme ateo. Citaba, el año pasado por estas fechas, al filósofo Salvador Pániker,
el cual decía en una entrevista: “No soy ateo porque existe Bach”.
Creo que la música de Bach disculparía en parte la eventual
existencia de un Dios Creador, al que justificaría
de algún modo, a tal punto que Su obra en nosotros nos parecería menos
lamentable y penosa, menos miserable y chapucera: si le otorgamos la naturaleza
de Todopoderoso, justo es reconocerle que se ha esmerado poco. Ah, pero está la
música de Bach, que es una altísima alabanza a unos atributos que precisamente
esta alabanza convoca o materializa de forma extraordinaria. Realmente esta
música es la que crea a ese Dios.
Buceando en YouTube, tuve la fortuna de
dar con esta fantástica versión, que dirige sir John Eliot Gardiner, cuya
audición y visualización casi hace flaquear mis robustas creencias en el aleatorio
sinsentido del Universo. Decidí que, en el improbabilísimo caso de dirigir una
cadena de televisión, me echarían cuando verificaran que, año tras año, jamás
cejaría de programar semejante vídeo durante estas fechas. Volviendo de la
fantasía a mi modesta realidad, aquí lo encajo, por si algún alma curiosa le da
al “play” y es capaz de ascender, siquiera un ratito, donde la Música propone.
Luego, ya iremos al Mercadona a
desinfectarnos con espantosos “jingles” y soniquetes navideños que, por lo
menos a mí, me confirman en mi fe inquebrantable en que, las creencias de mis
mayores, se han ido por el desagüe al pozo negro de la cósmica sepultura del
Dios que nació muerto.
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