Llegan las ansiadas y temidas vacaciones
navideñas y los colegios, haciendo gala de su escasa sensibilidad social,
cierran sus verjas, puertas y ventanas durante quince interminables días, en
los que los padres habremos de hacernos cargo de nuestros indómitos polluelos.
Para más inri, el frío y el mal tiempo desaconsejan mandar a las inquietas
criaturas al parque o a la plaza, con una pelota, una comba o un bocadillo de sardinas
en aceite, para que nos dejen solazarnos ante nuestra serie favorita, ¿qué
hacer? San Vladimir Ilich, ¿qué hacer?
Tarde o temprano, las compras navideñas
se acaban y enchufarlos al ordenador o a una videoconsola parece lo más
socorrido, pero cuando, al cabo de dieciséis horas de masacres ininterrumpidas,
empiecen a darles ataques epilépticos, no habrá más remedio que optar por
alguna de esas actividades en común, que desgaste, siquiera un ápice, sus
inagotables energías, mientras malbarata las nuestras, mucho más limitadas.
Es aquí donde las sugerencias de
Entusiasco, pueden hallar un campo abonado por el sudor y otras excrecencias de
los progenitores desesperados: se trata, en esta ocasión, de proponer una tarea
sencilla pero interminable, que pondrá a prueba la paciencia de mayores y
pequeños, en los cometidos de pintar, recortar, doblar y pegar este historiado
barco salido de una precuela de “Piratas del Caribe”.
Navega, velero mío, sin temor... |
Sin más aclaraciones innecesarias, ahí
van los patrones para colorear. Se imprimen en cuatro cartulinas dina 4 y
pista.
El modelo y las tapas del casco |
El casco |
La cubierta y los complementos |
Las velas y los mástiles |
Los laterales del casco son abatibles y
permiten ver la embarcación por dentro para dar respuesta a nuestras
inquietudes acerca de la vida cotidiana de los piratas en aquellos procelosos
mares donde ofrecían sus servicios a los turistas de aquella lejana y
apasionante época.
¡Se ve por dentro! |
Colorée los patrones con el ordenador,
los recorté y los doblé, marcando primero las dobleces con un bolígrafo Bic
rojo (no tenía el aconsejable punzón) y una regla, y los pegué con muchas
dificultades.
Los pegamentos escolares de hoy en día
son una mierda de mucho cuidado y aquí conviene hacer una disquisición: las
barras de adhesivo pegan menos que la saliva, en los bazares chinos ofrecen
engrudos de similares características y se debe evitar cuidadosamente cualquier
producto que en su etiqueta lleve “escolar”, “educativo”, “ecológico”, “libre
de disolventes”, o cualquier otro sermón por el estilo; su adherencia será
menor que la de los mocos de Pippi Calzaslargas.
Educa, pero no pega |
Esto es lo que yo no tuve en cuenta: se
me pasó por alto que en el tubo ponía “educa” y aquello era caldo de almejas.
Hay una loable intención de que los niños no esnifen antes de tiempo y, claro,
los pegamentos carecen de las cualidades aquellas que tenían los clásicos
“Uhu”, “Imedio” y por ahí: olían a gloria y pegaban que si, cual cerdito listo,
ponías aquello en los ladrillos, la casa no se caía ni con un terremoto.
Por detrás había que pintar más |
Hecha la salvedad de que el niño no lo
podrá pegar como es debido, el barco se construye sin instrucciones
adicionales. Lo monté, sobre todo, para constatar que las medidas de los
patrones encajaban y descubrí, cual cerdito tonto, que hay piezas, las velas
sobre todo, que han de pintarse por ambas caras para que queden bien. En fin,
nadie es perfecto, como decían en “Con faldas y a lo loco”. Mola, cuesta un
rato considerable hacerlo y aquí lo dejo con la fe de que evitará que algún
padre escriba una carta al director de “El País”, sugiriendo que los colegios
permanezcan abiertos durante el cotillón de nochevieja.
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