Hay días en los que uno se abisma en su
tristeza y quiere disfrutar de ella. Transcribo un par de poemas, por si te
pueden ayudar a deleitarte en el abatimiento, cuando tengas un día de esos.
Según he leído en Ortega (La rebelión de las masas), “…las dos únicas (cosas) a
las que el hombre no tiene derecho son la petulancia y su opuesto, el
desánimo”. No sé tú, pero yo oscilo perpetuamente entre ambas y, cuando estaba
instalado en el desaliento me ponía a escribir versos (era un millón de años
más joven). La petulancia, en cambio, me llevaba a las discotecas (con lo que
volvía a caer en el desaliento), En fin, ahí van los dos sonetos que
testimonian mi antigua afición a la metafísica casera:
Molesta que la inercia de las cosas
se arrogue la virtud de ser la vida;
sojuzgan el deseo tantas losas,
que se enturbian la sed y la bebida.
Acechan tales ruinas herrumbrosas
que abruman la ilusión desprevenida.
no hemos sido llamados, ¿no te basta?
y el Sol, una explosión que lo desgasta.
Lo
tendría más fácil siendo un perro,
la humana condición bien abdicada,tengo lo irracional por buen destierro
y el alma, por los golpes, magullada.
con tanta adversidad que no me cierro
ni a ser perro, terrier, de poca alzada.
lamiéndote la cara y las narices.
en la envidia de seres más felices.
En éste último me transmuto en un perro:
debo explicar que es uno de mis animales menos favoritos, ya que un ejemplar me
mandó 20 días al hospital. Conceptualmente, hubiera debido de usar (en el
poema) una cucaracha, pero es un bicho aún menos poético y da lugar a rimas de
inferior calidad.
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