El otro día, mi hijo el menor me
preguntaba: “papá, ¿cuántos países hay en el mundo?” Pensé: “N.P.I.” que
significa, traducido a lo políticamente correcto, “no poseo información”.
Consulté mi vieja y desfasada enciclopedia y salían 160 banderas de otros
tantos Estados, aunque el número ha crecido con la descolonización, la
emancipación y la inflación. Pensé: si trato de documentarme y le digo, por
ejemplo, 214, es posible que en ese momento ya sean 216, tras el reconocimiento
de Biafra del Sur o cualquier otro país emergente, o vete a saber si Gría ya se
ha separado de Hun… Y tampoco puedo esperar al desfile inaugural de los Juegos
Olímpicos de 2016, porque al chaval ya se le habrán pasado el interés y la
inocencia de considerar a los Estados y sus banderas como realidades sustantivas
y permanentes.
En la canción “Citadel” de los Rolling
Stones, la vigorosa voz de Mick Jagger canta: “Flags are flying, dollar bills /
Round the heights of concrete hills / You can see the pinnacles” (las banderas
son dólares flotando al viento, coronando las colinas de cemento, cuyas cimas puedes
ver, o algo así) y no puedo estar más de acuerdo con su ocurrencia; si no te
gusta dólares, pon euros o rublos.
La visión de las banderas de la vieja
Enciclopedia Sopena, me ha traído a la memoria Estados que ya no existen:
pueden verse, en estas láminas, las banderas de la Unión Soviética, Yugoslavia,
la República Democrática de Alemania, Checoslovaquia, Birmania, Rhodesia o… la
España preconstitucional.
A juzgar por la repercusión que ha tenido
este año la celebración del Día de la Constitución, no puedo dejar de reflejar
aquí el clamor popular que exige su reforma: el vecino no me habla de otra cosa
en el ascensor, hasta parece haber perdido el interés por el fútbol, el del
quiosco me habla de ello todos los días, en la frutería es tema recurrente y
hasta en la peluquería es la conversación más repetida entre todos los
parroquianos: “a ver si la hacen más social…” “A ver si le dan un toque más
federal… “ “A ver si permiten de una vez el encaje de Catalunya…” Un hombre
calvo suspira: “A ver si establecen de una vez el derecho de todos los
ciudadanos a disfrutar de una buena mata de pelo”.
A mí, en mi inmodestia, se me ocurren dos
aportaciones al inminente consenso: una para modernizar la denominación del
Estado, que pasaría a llamarse España 2.0, con lo que seríamos la primera
nación en incorporar al nombre un moderno toque informático.
La otra se refiere a la bandera. He
observado que el marrón y el gris son colores con poca presencia en el universo
de los pendones, con lo cual hago una propuesta de absoluta originalidad, que
incorpora esos dos colores y hace tabla rasa de toda la simbología preexistente.
Me ha quedado el diseño tal que así:
Y es tan horroroso, que tiene una
importante virtud: dado que semejante oriflama no le puede gustar a ningún
compatriota, tampoco habrá ninguno que se sienta ofendido, despechado o
excluido por el mismo motivo, pudiéndose alcanzar una notable unanimidad. Tomen
nota, señorías.
Faltaban las banderas de los siguientes países: Djibouti, Dominica, Salomón (Islas) y Tuvalu.
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