viernes, 26 de diciembre de 2014

La Pequeña Ciudad Episcopal En Tiempos De Los Beatles 34

El tío, con una sonrisa que le achicaba los ojos, soltó al sobrino, indicándole que tomara asiento frente a él:

 - Aunque seas un cabeza hueca, que lo eres, no puedo refrenar un corazón que… ¿cómo diría? Salta de alegría al volver a verte. El padre Mamilano ya me puso al corriente de que no estabas hecho para la vida monástica. Yo ya me lo imaginaba: tienes un espíritu demasiado impresionable, así que es lógica tu vuelta a la vida seglar. El Señor da a cada uno su camino y también la vida seglar puede ser santificada por la Gracia ¿Un vasito de vino?

 - No, gracias, don Ángel. No es cierto que la vida en la Orden me resultara insoportable, fue el padre Mamilano el que…

 - Lo sé, lo sé. Tú hubieras querido continuar, pero eso no hubiera sido lo más conveniente ni para el monasterio ni para ti. Además, con el paso del tiempo, la circunstancia que hizo aconsejable tu salida de Jaca ha… ¿cómo diría? Ha cicatrizado. No ha prescrito, eso no, pues las consecuencias son visibles y, según decía don Gregorio, Dios lo tenga en su Santa Gloria, hasta palpables. No obstante, si no estás hecho para el orden sacerdotal, tendrás que madurar algún proyecto… ¿cómo diría? De índole civil. Este vino de consagrar, me lo traen de Daroca y está delicioso, ¿de verdad que no quieres un traguito?  

 - No, tío, gracias, vuélvase usted a servir… Yo no sé si valdré para la vida civil: por un lado sigo manteniendo mi vocación y siento que tengo una misión sobrenatural, ultraterrena y evangélica que llevar a cabo y, por otro lado, con más de treinta años no tengo oficio ni beneficio. Carezco de cualquier habilidad de menestral, así que nadie me va a dar trabajo y, para establecerme por mi cuenta, me faltan talento y dinero: el voto de pobreza no me ha costado ningún esfuerzo y creo que no estaría capacitado para llevar un negocio mundano.

 
- En un negocio mundano estaba yo pensando, porque ¿no te irás a quedar entre estas paredes? Tú mismo te das cuenta de que eso no es posible. Y por el dinero, no te preocupes: el episcopado tiene… ¿cómo diría? Una sólida línea de crédito en el banco Hispano Ansotano. Hace poco ha quedado libre un local que es propiedad de la diócesis; sí, ese donde se reunían las señoras de la Adoración Nocturna, más bien a hacer ganchillo que a rezar el rosario. Lo mandé desalojar y las envié al salón de la sacristía, allí en la parroquia de Santiago. Lo de la Adoración Nocturna es… ¿cómo diría? Una causa perdida, sólo quedan cuatro pobres viejas desdentadas, sordas y lelas. No me digas que no quieres probar este vino, sería un pecado, ¿un señalín? ¿Una lagrimita para remojarte los labios?

 - No señor, gracias. Pero si el local pertenece a la diócesis, debe dedicarse a una tarea de culto o de apostolado, no a un negocio de carácter profano.

 
 - No te preocupes por las formalidades, sobrino. De cara a las autoridades civiles y eclesiásticas, la situación estaría completamente… ¿cómo diría? Regularizada: tú pagarías un alquiler, devolverías los plazos de un crédito y te dedicarías a un desempeño honorable. Había pensado en una tienda de suministros litúrgicos, o quizá una imprenta que se encargara de los recordatorios de comunión, de defunción, de bautismo, las invitaciones de boda, es… ¿cómo diría? Un sector muy floreciente y con mucha proyección. Aunque si pones una tienda de gorras, o de corbatas, o una zapatería, a mí me va a dar igual, mientras te ocupes de artículos decorosos y decentes, entiéndeme, habrás oído hablar del biquini y sabrás que todo tiene un límite. Déjame que me sirva la última copita de este maravilloso vinillo, ¿de verdad que no quieres brindar conmigo por tu futuro negocio?

La conversación siguió a un ritmo muy sosegado, que se ralentizaba aún más con el declinar de la tarde. El señor obispo habló y escanció. Escanció y habló, todavía más y con mayor lentitud, del oscuro pasado de Serafín y de su luminoso futuro, que a éste no parecía causarle mayor entusiasmo. Hasta que un oblicuo rayo de sol horadó un postigo y cegó al cesado monje con otra repentina iluminación. Sí. Un bar. Un bar tiene fieles parroquianos como una iglesia. En él se sirve la sangre de Cristo y las modernas máquinas tocadiscos serían su púlpito y la buena nueva surgiría de ellas cantada por el Cordero de Liverpool… “I want to hold your hand”, fraternalmente, “I feel fine”, con la revelación divina, “I call your name”, tu Sagrado Nombre, Señor. ¿Y cómo llamar al establecimiento? ¿“El Ángel”, en pleitesía rendida a su tío?

 
El Ángel del Señor anunció a Serafín y él concibió, por obra y gracia del Espíritu Santo, llamarlo “El Arcángel”, así su tío sería honrado hasta lo máximo y, de paso, no andaría en lenguas que, o mucho había cambiado Jaca en su ausencia, o habrían de seguir siendo muy chismosas y alcahuetas.

 - ¡Ya lo tengo, señor tío, con su ayuda generosa abriré un bar! Deje que le explique el motivo por el que será el local más piadoso de esta devota diócesis…

 - ¡Un bar! ¿Cómo se te ocurre, muchacho? Sabes que repruebo, el que más entre los humanos vicios, la ingesta de vinos y licores, que es la mismísima puerta de la perdición para las almas de los humildes. ¡Ni hablar!

Pero la divina inspiración había calado del modo más manifiesto en Serafín, que estuvo muy persuasivo. Una verdadera lengua de fuego se vio flamear por encima de su cabeza y le concedió hablar en varios idiomas. Al final, el señor obispo, sintiéndose un infiel convertido y pretextando una fuerte cefalea, se excusó de cenar y se retiró a sus aposentos.

 
De mala gana, Crescencia sirvió al solitario sobrino un tomate abierto y una tortilla de jamón, que éste devoró con aire reflexivo, sin dejar de murmurar acerca de su proyecto:

 - “If I needed someone”, Harrison es también un gran apóstol, “There’s a place”, “All I’ve got to do”…

Cuatro meses más tarde, en la calle dedicada a don Joaquín Gil Berges, abría sus puertas el bar que durante una década iba a albergar al bullicioso estudiantado de la pequeña ciudad episcopal. Fue bendecido por el señor obispo, que asistió a la inauguración del establecimiento ataviado con una dalmática púrpura a juego con la reminiscencia del santo sacrificio de la sangre del señor, allí escenificada en su vertiente más festiva. 

 

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