El domingo pasado estaba fabricando
Nocilla con mis diversas excrecencias y mirando el internet, por la cosa del
fútbol, para ver si de una vez había ganado el Zaragoza, cuando, desde las
páginas de El País Digital, me asaltó el típico artículo sobre el mundo
educativo donde, como siempre, se combinan con acierto sandez y pensamiento
Alicia, pero, aprovechando que hay libertad de expresión de esa, esta vez
decidí despacharme a gusto y regalarme un desquite, en plan trol.
Así que transcribo literalmente el articulito de marras, vamos, copiar y pegar, y
pongo, entre paréntesis y en rojo, las chorradas y paridas que mi discurso
interior, como el Leopold Bloom de Joyce, iba articulando mientras lo leía.
Entre unas cosas y otras, ha quedado un
poco largo y, además tengo que añadir una precisión, para que nadie se
confunda: si no tuviéramos estas aspiraciones (las reflejadas en el artículo),
estaríamos perdidos. Ahora, si sólo tenemos estas aspiraciones y nada más, estamos más perdidos aún:
seremos víctimas del enésimo timo…
La
educación exige emociones (La Educación,
qué emoción.)
El fenómeno es imparable. Los nuevos
tiempos exigen desarrollar las capacidades innatas de los niños y cambiar las
consignas académicas.
¿Estamos educando a las nuevas
generaciones para vivir en un mundo que ya no existe? (No te jode, ¿cómo educas a alguien para
vivir en un mundo que aún no existe?
¿Con una bola de cristal?) El sistema pedagógico parece haberse
estancado en la era industrial en la que fue diseñado. La consigna respecto al
colegio ha venido insistiendo en que hay que “estudiar mucho”, “sacar buenas
notas” y, posteriormente, “obtener un título universitario”. Y eso es lo que
muchos han procurado hacer. Se creyó que, una vez finalizada la etapa de
estudiantes, habría un “empleo fijo” con un “salario estable”.
Pero dado que la realidad laboral ha
cambiado, estas consignas académicas han dejado de ser válidas. (Dado que ya no
hay “empleos fijos” ni “salarios estables”, la solución connotada en el texto
es “estudiar poco”, “sacar malas notas” y “no obtener un título universitario”,
solución que los numerosos ninis de nuestro país ya parecen haber ensayado con
éxito. Por otra parte hay que hacer notar que para los políticos, me da igual
los de la “casta” que los de la “lasciva”, es más fácil tocarles los huevos a
los docentes y cambiar el sistema educativo, que tocárselos a financieros y
empresarios y cambiar la realidad laboral.) De hecho, se han
convertido en un obstáculo que limita las posibilidades profesionales. Y es que
las escuelas públicas se crearon en el siglo XIX para convertir a campesinos
analfabetos en obreros dóciles, adaptándolos a la función mecánica que iban a
desempeñar en las fábricas. Tal como apunta el experto mundial en educación Ken
Robinson, “los centros de enseñanza secundaria contemporáneos siguen teniendo
muchos paralelismos con las cadenas de montaje, la división del trabajo y la
producción en serie impulsadas por Frederick Taylor y Henry Ford”. (Cualquiera que
piense esto de nuestras escuelas públicas, no solo es un experto bellaco y un
rufián despreciable, es también un experto majadero y un pasmoso ignorante.
Además son tipos que luego van y dicen que en Mali, o en Chad, o en Pakistán,
los niños carecen de futuro al no recibir una educación como la que aquí
disfrutamos, ¿en qué quedamos? ¿Llegamos o nos vamos? Las cadenas de montaje,
la división del trabajo y la producción en serie se han deslocalizado y ahora están
en China, donde gracias a un paraíso socialista se han obtenido operarios que
trabajan veinticinco horas al día por un cuenco de arroz. El día que tomen
conciencia y se acabe el chollo, nos encontraremos con que aquí, ni los
expertos sabrán hacer los agujeros de las flautas.)
Si bien la fórmula pedagógica actual
permite que los estudiantes aprendan a leer, escribir y hacer cálculos
matemáticos, “la escuela mata nuestra creatividad”. A lo largo del proceso
formativo, la gran mayoría pierde la conexión con esta facultad, marginando por
completo el espíritu emprendedor. Y como consecuencia, se empiezan a seguir los
dictados marcados por la mayoría, un ruido que impide escuchar la propia voz
interior. (También
puede ocurrir que carezcamos de creatividad, en cuyo caso, la escuela la dejará
indemne. Y aunque seguir los dictados de la mayoría es una putada, algunos
hemos pasado buena parte de nuestra existencia siguiendo los dictados de una
minoría y eso, a lo que llamábamos dictadura, era una putada todavía mayor. En
cuanto a la voz interior, mira a ver si la puedes oír con el ruido del tráfico,
salao.)
“Desde muy pequeño tuve que interrumpir
mi educación para empezar a ir a la escuela”
Gabriel García Márquez(El gran Gabo podía escribir lo que le saliera de la punta del nabo, pero esta cita, interpretada por un cenutrio, le llevará a pensar que él, de no haber sido escolarizado, podía haber sido acreedor al premio Nobel.)
Cada vez más adolescentes sienten que el
colegio no les aporta nada útil ni práctico para afrontar los problemas de la
vida cotidiana. En vez de plantearles preguntas para que piensen por sí mismos,
se limitan a darles respuestas pensadas por otros, tratando de que los alumnos
amolden su pensamiento y su comportamiento al canon determinado por el orden
social establecido.
La mayoría de los movimientos de reforma
se centran en el plan de estudios y en la evaluación. Sin embargo, “la
educación no necesita que la reformen, sino que la transformen”, concluye este
experto. En vez de estandarizar la educación, en la era del conocimiento va a
tender a personalizarse. Esencialmente porque uno de los objetivos es que los
chavales descubran por sí mismos sus dones y cualidades individuales, así como
lo que verdaderamente les apasiona. (Ah, ¿pero el experto no sabe lo que les apasiona a los
chavales? Seguramente será que no ha visto ninguno en su puta vida. Le aconsejo
que vaya a darles una charla con eso de los valores, la creatividad, la
felicidad… Y uno que yo conozco le dirá: ¿me puedes traer una moto que mole y
un par de tías guays? Pues no te enrolles…)
En el marco de este nuevo paradigma
educativo está emergiendo con fuerza la “educación emocional”. Se trata de un
conjunto de enseñanzas, reflexiones, dinámicas, metodologías y herramientas de
autoconocimiento diseñadas para potenciar la inteligencia emocional. Es decir,
el proceso mental por medio del cual los niños y jóvenes puedan resolver sus
problemas y conflictos emocionales por sí mismos, sin intermediarios de ningún
tipo.
La base pedagógica de esta educación en
auge está inspirada en el trabajo de grandes visionarios del siglo XX como
Rudolf Steiner, María Montessori u Ovide Decroly. Todos ellos comparten la
visión de que el ser humano nace con un potencial por desarrollar. Y que la
función principal del educador es acompañar a los niños en su proceso de
aprendizaje, evolución y madurez emocional. En esta misma línea se sitúan los
programas de la educación lenta, libre y viva que están consolidándose como
propuestas pedagógicas alternativas dentro del sistema. (Ah, lenta, eso es, como decía Bart
Simpson, si vamos retrasados, iremos más despacio y así alcanzaremos a los
demás. La propuesta alternativa es, pues, vayamos todos retrasados, qué prisa
hay, si nadie nos va a emplear, ¿o seremos emprendedores retrasados? O diremos,
como el padre de Ralph Wiggum, “sepa que a mi hijo se lo disputan los mejores
colegios de educación especial”.) Eso sí, el gran referente del
siglo XXI sigue siendo la escuela pública de Finlandia, país que lidera el
ranking elaborado por el informe PISA. (Pisha, pásame el infomme!)
“Educar no consiste en llenar un vaso
vacío, sino en encender un fuego latente”
Lao Tsé (Admiro al creador del Tao más que a
Bisbal, Bustamante y Fernando Alonso juntos, pero aquí he de decir que si el
fuego no tiene combustible, el ardor dura menos de un segundo.)
La educación emocional está comprometida
con promover entre los jóvenes una serie de valores que permitan a los chavales
descubrir su propio valor, pudiendo así aportar lo mejor de sí mismos al
servicio de la sociedad. Entre estos destacan: (Atención, como decía mi libro de filosofía
de sexto durante la dictadura, después de repasar todas las tendencias del
pensamiento, doctrina verdadera, y
ponía las chorradas con las que el nacional-catolicismo se solazaba. Ahora
viene la parte buena.)
Autoconocimiento.
Conocerse a uno mismo es el camino que conduce a saber cuáles son las
limitaciones y potencialidades de cada uno, y permite convertirse en la mejor
versión de uno mismo.
Responsabilidad.
Cada uno de nosotros es la causa de su sufrimiento y de su felicidad. (Ay, y de de los
de los demás, ¿por qué te olvidas, perdonavidas? Acaso no oíste hablar de
torturadores y terroristas? ¿Nadie te mencionó la exclusión social, experto del
huerto?) Asumir la responsabilidad de hacerse cargo de uno mismo en
el plano emocional y económico es lo que permite alcanzar la madurez como seres
humanos y realizar el propósito de vida que se persiga. (En el plano económico, si heredas caballos
de carreras de tu padre, te será fácil, de lo contrario, la escuela viva, libre
y lenta, te será poco útil.)
Autoestima. El mundo no se ve como es,
sino como es cada uno de quienes lo observan. De ahí que amarse a uno mismo
resulte fundamental para construir una percepción más sabia y objetiva de los
demás y de la vida, nutriendo el corazón de confianza y valentía para seguir un
propio camino. (Me
recuerda a la Susanita de Mafalda.)
Felicidad.
La felicidad es la verdadera naturaleza (creí que era aspiración,
a ver si ahora resulta que tengo derecho
a la felicidad y no lo sabía) del ser humano. No tiene nada que ver
con lo que se tiene, con lo que se hace ni con lo que se consigue. Es un estado
interno que florece de forma natural cuando se logra recuperar el contacto con
la auténtica esencia de cada uno.
Amor.
En la medida que se aprende a ser feliz por uno mismo, de forma natural se
empieza a amar a los demás tal como son y a aceptar a la vida tal como es. Así,
amar es sinónimo de tolerancia, respeto, compasión, amabilidad y, en
definitiva, dar lo mejor de nosotros mismos en cada momento y frente a
cualquier situación.
Talento.
Todos tenemos un potencial y un talento innato por desarrollar. El centro de la
cuestión consiste en atrevernos a escuchar la voz interior, la cual, al ponerla
en acción, se convierte en nuestra auténtica vocación. Es decir, aquellas
cualidades, fortalezas, habilidades y capacidades que permiten emprender una
profesión útil, creativa y con sentido.
Bien
común. Las personas que han pasado por un profundo proceso de
autoconocimiento se las reconoce porque orientan sus motivaciones, decisiones y
acciones al bien común de la sociedad. Es decir, aquello que hace a uno mismo y
que además hace bien al conjunto de la sociedad, tanto en la forma de ganar
como de gastar dinero.(Todo esto, con ser lo menos memo del artículo, tiene un penetrante
tufillo de telepredicador la-verdad-está-en-tu-interior, mándame 50 € y te
enseñaré a ser tú mismo, o de cursillo para vendedores, estilo norteamericano,
“Cómo venderse a sí mismo”, que echa para atrás y además es tan novedoso como
el Tupperware, el Avon y similares.)
En vez de seguir condicionando y
limitando la mente de las nuevas generaciones, algún día –a lo largo de esta
era– los colegios harán algo revolucionario: educar. (Chúpate esa, hasta ahora ¿qué han estado
haciendo, el calvo o la peineta?) De forma natural, los niños se
convertirán en jóvenes con autoestima (y con automóvil) y confianza en sí mismos. Y
estos se volverán adultos conscientes, maduros (¿Cómo el de Venezuela? Ay, mi abuela),
responsables y libres, con una noción muy clara de quiénes son y cuál es su
propósito en la vida. El rediseño y la transformación del sistema educativo
son, sin duda alguna, unos de los grandes desafíos contemporáneos. Que se hagan
realidad depende de que padres y educadores se conviertan en el cambio que
quieren ver en la educación (sic) .
(Para acabar, suena aquella tonadilla de Aladdin: Uun
muundo ideaaaal ¡UUUN MUUUNDO IDEEAAAAAAL! y nos cogemos todos de la mano
meciéndonos con suavidad en la dulce brisa de diciembre. Ah, los domingos, ¡qué
rrrreconfortancia!)
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