En estas fechas celebran los creyentes el
advenimiento de su salvador y el resto de la peña, el solsticio de invierno,
combatiendo los rigores del frío con unas comilonas como aquellas que hacíamos
durante las glaciaciones, cuando hibernábamos como los osos (McGuffin).
Anteayer estaba el evento hasta en la
cabecera de Google. Fuera por esto, fuera porque había puesto demasiado
garbanzo en los callos de la cena, ayer tuve una curiosa pesadilla: estaba de
nuevo en el aula y unos muchachos de doce o trece años me preguntaban, como
antaño, “¿por qué hace tanto frío en invierno?” ”Eso, ¿y por qué dura tan poco
el día?” A lo que otro respondía desde el fondo de la sala: “¿Tú estás tonto o
qué? El día dura siempre igual, veinticuatro horas.” “¡Cara de conejo, me
refiero a las horas de luz!” Yo, como buen profesor plasta que fui, me disponía
a explicar de nuevo el asunto del solsticio invernal, traté de dominar el
guirigay, y pregunté socráticamente: “vosotros, ¿por qué creéis que hace más
frío en invierno?” “¡¡Porque la Tierra está más lejos del Sol!” Respondieron a
coro. Objeté: ”Eso no tiene nada que ver. Además, mientras en el hemisferio
norte es invierno, en los países del hemisferio sur es verano. Si la tierra
estuviera tan alejada del Sol, haría frío en ambos hemisferios. Es una cuestión
de la inclinación del eje de la Tierra, si el eje estuviera derecho, no habría
variaciones estacionales”. Ahora ya había mucho follón, todo era muy real:
Uno me contestaba: “¡Lo del invierno va a
ser así, porque lo digas tú!”
Otro decía: “¿Y qué pasaría si la Luna se
cayera sobre la Tierra!” “Bah, mientras no cayera sobre España, a mí me daría
igual”. “Ya, pero se extinguirían los dinosaurios”. “Los dinosaurios ya se
extinguieron cuando el profe era joven, pedazo de animal”. Golpeé con la regla
en la mesa y dije: “Chicos, volvamos al tema”.
Así que volvieron al tema: “¡Pero cómo va
a ser verano en otro sitio! Nos iríamos todos allí. ¡Así siempre habría
vacaciones!” “Es verdad. Mi prima estuvo en Argentina las Navidades pasadas y
allí era verano, me lo dijo al volver”. El testimonio de esta chica obró el
milagro. Intenté aprovechar el crédito, para contarles aquello de que la
inclinación de la tierra hace que la radiación solar recibida en el norte sea
menor, pues los rayos llegan más oblicuos y, por el mismo motivo la zona
iluminada (día) es menor que la zona en sombras (noche). Y ya me iba a adornar
señalando que el casquete Antártico quedaba perpetuamente iluminado en un día
muy duradero, mientras al “nuestro”, al Ártico, no le llegaba a dar el Sol por
más que la Tierra girara… Cuando fui alcanzado por la evidencia de que yo, en
la realidad, tenía una ficha para explicar esto y, por tanto, estaba en un
sueño. Así que me desperté. Y para gran contento mío, encontré la ficha, la
rellené, la pinté y aquí la cuelgo hoy, para seguir dando la brasa aun cuando
no tenga ya alumnos.
De paso os enseño (otra vez) la chopera
de mi pueblo, pues creo que no había colgado fotos de su sereno invierno. Feliz
solsticio.
Apreciado señor, le escribo para desmentirle en su croquis sobre el solsticio de invierno, en el cual, usted, con su desparpajo natural, me quiere situar en una equis. Se equivoca, yo no estoy allí, sino en mi casa calentito e importándome todo un pito. Madure, pero solo lo justo que sino al igual se cae de la rama.
ResponderEliminarHace tiempo que me caí de la rama y yazgo, más que maduro, putrefactado en el humus que, quizás con generosidad, nos regenere, aunque sea con el género cambiado. Un abrazo y felina vida.
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