Estoy en la pared orientada al oeste de
una ermita que corona una pequeña elevación cerca de mi pueblo, aunque alejada
de su ajetreo. Un poyo de obra brinda un descanso frente al crepúsculo y, en su
contemplación, me asalta una ocurrencia entre filosófica y fotográfica: una
persona que no tiene otro compromiso, acude aquí todas las tardes de su
existencia a documentar el ocaso del día. ¿Cuántas veces le sería dado hacer
este cotidiano registro? He calculado que, teniendo la fortuna de ser lo
bastante longevo, unas 30.000 veces. Esas son las dimensiones de nuestro
perdurar. No me preguntaré si son muchas o pocas, aunque sé que casi todos
anhelaríamos ser testigos de unas cuantas más, ignoro si muchos ambicionarían
el tedio de ser millonarios en este desempeño.
Los crepúsculos así registrados serían
tan parecidos y tan diferentes… Constituirían una colección y un testimonio, a
la vez apasionante e insípido, que sería una metáfora de nuestra propia vida,
mira tú por dónde.
Yo, como soy muy voluble, sólo tuve
paciencia para hacerlo en una ocasión, pero si cierro los ojos y multiplico la
secuencia por treinta mil, me hago una idea de la dilatada secuencia que
enmarca nuestro transcurso. Y también, ay, que habrá uno que será el último que
habremos contemplado. Estaba el otro día releyendo a mi admirado Borges y me
coló la palabra “eviterno”. Como no recordaba su significado, lo miré en el
diccionario y ponía: “Que habiendo comenzado en el tiempo, no tendrá fin; como
los ángeles y las almas racionales”. Ahí está el quid, con fe o sin ella, nos
pretendemos eviternos.
Me hubiera gustado que la secuencia
hubiera tenido un encuadre fijo, a pulso queda poco profesional, pero uno no
sale por ahí a meditar en la fugacidad de nuestra existencia con un trípode. ¿O
sí?
Cuando le comento a mi amigo el
Resentido, la ocurrencia del testimonio fotográfico de todos los atardeceres
que nuestra vida nos permitiera contemplar, me pregunta que cuál sería la
finalidad, la remuneración o el fruto de una empresa tan disparatada. Le
contesto que cualquier otra empresa que acometamos tiene, en su balance final,
unos resultados muy parecidos y, por una vez, no sabe qué contestarme.
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