jueves, 29 de mayo de 2014

The Way . Emilio Estévez

En estos momentos, si los hados me hubieran sido propicios, tenía una largamente planeada cita con el camino de Santiago, pero como el hombre propone y dios su férrea herramienta le impone, motivos de salud, más bien de falta de salud ocular, me han impedido echar a andar en aquélla dirección.

Como el que no se consuela es porque no quiere, he buscado (y encontrado) un par de sucedáneos cinematográficos, persiguiendo películas recientes, hechas con la intención de mostrar en qué consiste la indagación de un no creyente que emprende una aventura tan ardua y agotadora.

El cartel español
Como digo, he topado con dos películas, pero sólo hablaré de una. La otra, que se titula “Peregrinos”, dirigida por Coline Serreau (la de “Tres solteros y un biberón”), es una tontorrona comedia francesa, llena de clichés buenistas y multiculturales que, si bien puede facilitar la digestión, no me ha parecido memorable en ningún aspecto.

Tampoco es que “The Way”, de Emilio Estévez, sea un hito cinematográfico del siglo XXI, pero por lo menos tiene su puntito. Es un drama emotivo, supongo que muy al gusto americano, que aderezan y aligeran unos personajes secundarios rebosantes de empatía. Pese a ser muy tramposamente sentimental, se deja ver en una agradable sobremesa (y también, a su modo un poco sobrecogedor, facilita la digestión), teniendo además unos indudables puntos a favor.

El cartel anglosajón
El director Emilio Estévez es, en la película y en la vida real, el hijo del protagonista, Martin Sheen. Tom Avery (Martin Sheen) es el padre de Daniel Avery (Emilio Estévez). Éste tiene un papel muy breve, pues la película empieza con su fallecimiento y sólo lo vemos en breves flashbacks (en castellano se llaman analepsis, pero yo no lo sabía). Comenzamos pues con el bueno de Tom Avery (un Martin Sheen considerablemente envejecido, para los que vimos a este exitoso gallego haciendo de capitán Willard en Apocalypse Now), Tom es un oftalmólogo en California y recibe la noticia del fallecimiento de su hijo Daniel, con el que no se llevaba muy bien, en Francia. El pese a todo destrozado padre, viaja a Saint Jean Pied-de-Port con idea de repatriar el cadáver de su malogrado retoño. Una vez allí, se entera de que el fallecido estaba iniciando el Camino de Santiago cuando fue sorprendido por su aciago destino en forma de tormenta. En un “pronto” misterioso, Tom decide hacer incinerar el cadáver de su hijo y llevar a cabo, con sus cenizas, el viaje que éste no pudo llevar a término.

Tom Avery / Martin Sheen
En eso consiste la película: se trata de Tom Avery dando, según sus propias palabras, “un paseo muy largo”, que tiene por objeto llevar las cenizas de su hijo, en un principio, hasta Santiago de Compostela… Narrativamente no hay más argumento, no se establece una trama con ninguna clase de enfrentamiento, complejidad, conflicto o cualquier otro motivo de interés. Vamos, que no hay suspense. Esto se traduce a veces en falta de ritmo o en carencia de tensión pero, pese a todo, el largometraje funciona bastante bien, emociona y divierte lo suyo. Se podría hablar de una road movie enfocada al peatón fatigado, aunque su auténtica estructura es la de una película de episodios y anécdotas, algo irregular: algunos son fantásticos, apasionantes y conmovedores, y otros previsibles, prescindibles o, incluso, grotescos hasta el punto de lastrar funestamente la cinta.

Joost
Uno de los aciertos más considerables ha sido rodear al algo soso, bastante apenado y muy seco Tom Avery, de tres secundarios, tres compañeros de camino, que se presentan como especímenes más bien plastas y acaban convertidos en personajes entrañables, cada uno a su modo: Joost, un holandés gordo, tan dócil como sociable; Sarah, una canadiense, fumadora compulsiva, que se las da de mujer fatal, y Jack, un escritor irlandés pirado, al que la inspiración que tal vez nunca tuvo, le ha abandonado. Estos tres personajes y el de Avery, acaban formando en el relato una simbiosis, alegre y vital, que es lo más reconfortante de la película, haciendo que olvidemos a menudo, su trasfondo luctuoso.

Sarah
Otro aspecto destacable es el meramente turístico: por activa y por pasiva se muestra el entorno de los caminantes, en largas secuencias protagonizadas por lo paisajístico y lo monumental. Cabe reconocer que aquí las subvenciones que haya podido recabar la película, dan un fruto promocional inequívoco: nos entran ganas de salir corriendo para sumarnos a la riada de peregrinos que serpentean rumbo a Santiago, envueltos en una banda sonora, para mi gusto, un poco demasiado obvia, salpimentada con éxitos de Coldplay, David Gray y, en honor del “yayo” Sheen, James Taylor, todo en exceso “ligero”, con lo que se detrae densidad dramática a la obra.

Jack
Al final, los peregrinos de este viaje cinematográfico, se estiran hasta Muxía, para que Tom Avery/Martin Sheen pueda arrojar las cenizas de su hijo al Océano, como le ha aconsejado un gitano de Burgos, en uno de los lances de la película, más que prescindibles, contraproducentes para la consistencia y credibilidad de la misma. Menos mal que no todos los episodios son tan patéticos: algunos que no te voy a desvelar, para no chafártelos, son tan lindos, tan bienaventurados, que elevan la categoría del filme de “llevadero” a “recomendable”. Esta película fue estrenada en 2010 y, hace poco, la daban en DVD aquí con un periódico por un euro o así. Sin duda, su valor excede este precio.
 
Los cuatro peregrinos
Al final, figura que Jack es el narrador de la historia
Un joven Emilio Estévez
actuando en la mítica "El club de los cinco"
 
 
     

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