Admitiendo que la democracia es una mera
representación formal, he de inclinarme a confesar que la representación a la
que estamos asistiendo en los últimos tiempos es de una muy baja calidad. Y, en
estas, se acerca una nueva convocatoria electoral, Dios nos pille confesados.
Decir que todas las candidaturas que van a entrar en liza me han defraudado o
me merecen una desconfianza absoluta, sería un tanto exagerado por mi parte.
Pero esta vez lo voy a decir. Y aunque el voto es secreto voy a hacer un
secreto a voces del mío: he decidido votar nulo.
No me extenderé sobre la incompetencia y
ruindad de la clase política: seguramente tenemos la que somos capaces de
apreciar y merecer. Uno, si fuera lo bastante ingenuo, hubiera podido soñar con
unos gestores capaces de predecir y atajar la crisis, afrontándola con medidas
imaginativas, valientes y honradas, que no hicieran recaer sus consecuencias en
los lomos habituales, pero ¿dónde encontraríamos semejantes gestores en el
mundo en que vivimos? Nos hallamos ante una imposibilidad metafísica: o bien no
existen, o bien no tienen la menor posibilidad de aflorar en la jungla
política… Y así nos encontramos con los incapaces de turno que, o piensan que
los ciudadanos somos estúpidos y nos tragamos sus explicaciones de chicha y
nabo y sus propuestas de Pero Grullo, o son malvados y piensan que de nuevo van
a escamotearle al público sus chanchullos y componendas, viviendo de baracalofi
los próximos cuatro años y los que vengan.
Por supuesto que nada de esto cambiará si
un voto de más o de menos va a Cañete o a Cañuto, éste es el motivo que me ha
hecho optar esta vez por la diversión.
Cuando uno está disgustado con los
aspirantes, lo normal es optar por la abstención. Una abstención muy elevada testimonia
desafecto o descontento, pero tiene un severo inconveniente, que se evidencia
cuando los capitostes de los partidos, en la misma noche electoral, hacen balance
de los resultados: si te has abstenido, todos te apuntan a su bando. Sale
Mariano Dino, jefe del Partido Aristocrático y dice: “nuestros electores son
célebres por su vagancia y dejadez y han preferido quedarse en el loft durmiendo
la siesta”. O sale Susana Conda presidenta del Partido Endós y dice: “nuestros
votantes se han abstenido porque abren los colegios electorales demasiado tarde
y los cierran demasiado pronto y además, llovía”. A mí, cuando no he ido porque
he pensado “que les den”, luego me irrita sobremanera que me tomen por un
votante suyo que se ha confundido y, en vez de echar la papeleta en la urna, la
ha metido en el buzón de la esquina por despiste.
Otra opción sería votar en blanco: esto
sí que es inequívoco, transmite el mensaje de que “todas sois iguales”, aunque
el inconveniente es que no hay papeletas en blanco, con lo cual, o te la tienes
que traer de casa, o echas en la urna el sobre vacío. Y da corte, porque se
nota… Además es una sosada y, por el mismo precio, puedes dedicarles una
ingeniosidad, una queja o una burla.
Queda así el voto nulo como “venganza” y “manifestación
de cabreo”, “disconformidad con aquellos que no nos representan” o “rechazo a
la partitocracia”. De este modo, si no sabes a quién votar, pues se lo dices
claramente a la parroquia allí reunida, o alegras la insípida jornada del
Presidente de la Mesa y de los Vocales. Los Interventores de los partidos se
chinchan y tú te tronchas todo el día, pensando en la sandez que se te ha
ocurrido y has puesto en la papeleta.
Se puede optar por diversos tipos de voto
nulo:
1. Simular ser una viejita temblorosa y
meter dos papeletas juntas en el sobre. Ideal para causar perplejidad si se
hace con dos opciones políticas muy contrapuestas.
2. El rayujo que tacha el nombre de uno o
varios candidatos. Sensacional para dar a entender que lo tuyo es que estás a
favor de listas más abiertas y en contra de la tiranía del aparato de los
partidos.
3. El mal gusto: una frase chabacana y
soez, una maldición o blasfemia, un dibujo de corte pornográfico o unas manchas
de pintura simulando sangre o mierda seca, es para los que quieren mostrar un
mayor grado de resentimiento y cabreo. Yo lo desaconsejo, porque se vierte el
mal rollo sobre los integrantes de la mesa electoral que no tienen la culpa de
nada.
4. Una frase reivindicativa en la
papeleta: contra más ingenua y entrañable, tiene más gancho; “no a los vertidos
tóxicos”, “acabad con el paro, sinvergüenzas”, “salvemos la fauna marina” o
“más carriles bici”, pueden servir, si no se te ocurre nada mejor… Seguramente
esto ya lo llevarán algunos partidos en su programa, pero no te molestes en
votarles si de verdad te tomas en serio alguna de estas u otras
reivindicaciones.
5. El humor. Una chorrada divertida, una
ocurrencia, un chascarrillo, un dibujo… algo que alegre la larga jornada de los
que han estado allí pringando y contando papeletas. Yo optaré por esta última
propuesta. Como he hecho alguna otra vez, elaboraré una papeleta de un partido
fantasma (por ejemplo PCHOE, Partido del CHoriceo Organizado Europeo), luego
pondré un recuadro con un pictograma apropiado (en este caso, el esquema de un
chorizo de sarta), y luego una lista de “candidatos” imaginarios con nombres
bizarros y estrafalarios. Por ejemplo:
Vicente Rador Germán Gante Jacinto
Lerante
Esteban Dolero Ernesto Fado Fermín
Galarga
Carmen Drugo Eusebio Ladores Aitor
Tillades Pinacas
Jaime Locotón Pío José T. Elena
Jenado
Nicodemo Roides Ester Colero Elsa
Poviscoso
Santiago Rinillo Olga Zana Inés
Perta
Edgar Banzo Francisco Merrabos Eladio Porculo
Y así hasta los que hagan falta,
incluidos suplentes. Vigilar la paridad y confiemos en que ningún padre haya
sido tan desaprensivo cuando fue al Registro Civil.
¿Qué os parece? Espero haber ofendido a
todos por igual.
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