El de “cuchuflús” es un término poco
menos que inventado, no he encontrado su significado ni su definición por parte
alguna y creo que lo he heredado de un amigo de la infancia, allá en Jaca, el
cual lo usaba para designar todos los cacharritos inútiles que en cualquier
casa se tienen de adorno en aparadores, estanterías y muebles de salón. En
sentido estricto acordamos que, para que una cosa sea un cuchuflús, tiene que
ser pequeña, pretendidamente decorativa e inservible para cualquier otra
finalidad que no sea la de estorbar en medio de otros cacharros más
funcionales.
La búsqueda del significado de cuchuflús
en diccionarios y demás ha sido infructuosa. Lo más parecido ha resultado ser
cuchuflí, nombre de un dulce de cierta popularidad en Chile. Las pocas
referencias que he encontrado en internet sobre cuchuflús, aluden a un término “nonsense”,
apto para designar un gesto o una respuesta extravagantes, que más bien lo
relacionarían con cuchufleta. Y así lo empleo yo: para nombrar objetos de
cuchufleta.
De este modo serían cuchufluses unos
botijos o unos platos de cerámica en miniatura, las esferas de cristal con un
monumento sumergido en su interior, que si se agitan, reproducen una nevada en un
reducido espacio, los souvenirs turísticos (hace cincuenta años no faltaba aquí
en ningún hogar una figura de hawaiana), los marcos para fotografías (algunos enseñando
aún la imagen de muestra con la que salieron de la tienda) o, si me pongo
radical, un huevo de Fabergé que, pese a su estratosférico coste, a mí me
parece un objeto muy kitsch.
Los niños son muy aficionados a toda
clase de cuchufluses y eso lo saben los aviesos fabricantes que les inundan de
ofertas de figuritas, cachivaches, bártulos y trebejos, a cual más horrendo,
instándolos a coleccionar la fauna más aterradora en sucesivas hornadas de
miniaturas, más que feas, pavorosas. Dragon Balls, Digimones, Gormitis,
Invizimals y demás parentela han protegido desde los estantes, durante años, el
sueño de mis hijos.
Como yo no he tenido el necesario valor
para matar al niño que llevo dentro, soy inevitablemente muy aficionado a
determinados cuchufluses. Parafraseando el chiste, mis hijos jugaban con lo que
les salía de los huevos. De los huevos Kinder Sorpresa que yo les regalaba con
cualquier pretexto, para ver el juguetillo para armar o la figurita que les
salía dentro y que, muy a menudo, me parecía un prodigio de ingenio e
inventiva.
Por eso, hoy que he encontrado estas
fotos de cuchufluses, quiero recrearme con ellas y ponerlas en esta página: son
figuritas que admiten dos interpretaciones. En una de ellas son un animal: un
elefante, un cocodrilo o un pájaro. En la otra, adoptan el amable aspecto de un
enanito benefactor o un simpático gnomo. Además transmiten al tierno infante
que se extasía contemplándolas, la saludable enseñanza de que toda realidad
tiene, al menos, dos caras. Las dos caras, en este caso, envueltas en chocolate
y por cien pesetas (menos de un euro).
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