La exploración del Espacio tuvo su mejor
momento hace algunas décadas, hoy nos hemos resignado a la idea de que es muy
grande y muy caro. Alguno de los últimos presidentes de los Estados Unidos han
prometido que se pondrá en marcha una expedición tripulada a Marte, pero no
parece que vaya a ser el mes que viene.
Del Renacimiento a esta parte, el hombre
viene siendo la medida de todas las cosas y, habiendo medido la enormidad
inhumana del espacio exterior, ha determinado que la posibilidad de topar con
vida, más allá de los límites de nuestro planeta, es incierta. Si además se
tratase de vida inteligente (¿qué debe ser esto?), la citada posibilidad,
además de incierta es bastante inconveniente… ¿Qué harían con nosotros unos
seres del espacio exterior, lo suficientemente desarrollados en el plano
tecnológico, como para arribar a nuestro estropeado planeta? La ciencia ficción
lo ha imaginado de veinte mil maneras distintas, todas poco alentadoras. En
todo caso, nuestro destino no sería mucho mejor que el de las civilizaciones
precolombinas tras la llegada de los españoles al continente americano. De este
modo, podemos dar gracias de que el contacto con civilizaciones alienígenas se
vaya aplazando.
Y ya que hablo de ciencia ficción, temo
que no podré sustraerme, en un muy breve plazo a aparecer por aquí con un
dilatado comentario de dos de las fantasías que más me han impactado. Una es la
atrozmente gamberra película de Tim Burton, Mars Attacks! Una traviesa
escenificación del apocalipsis donde se demuestra que, a veces, las parodias pueden
superar a los originales. La otra es un sugestivo libro de Arthur C. Clarke, titulado "El fin de la infancia", donde se
tratan estos temas invadiendo un terreno metafísico en el que, los turistas de
la filosofía como yo, nos sentimos muy gratamente sorprendidos.
Pero lo que hoy me ha traído a estos
arriesgados lugares, es una foto y una canción. La imagen de la fotografía vino
en la prensa hace unos años, como parte de un reportaje sobre las
características y la morfología del suelo marciano… Con ser muy bella, a mí me
recuerda la vista aérea de un barranco de los Monegros, como los que algunas
temporadas atrás yo recorría en bicicleta. Da la impresión de que, de existir,
los marcianos serán gente curtida por el sol, la sempiterna sequía y la
aspereza de la tierra (y poco receptivos con los forasteros).
En cuanto a la canción, soy poco
aficionado a las listas de éxitos, pero si confeccionara una intitulada “Las
mejores canciones de los años 70”, pondría ésta en el número uno. Un alienígena
desgranaba, en estrofas imprecisas y desconcertantes (aunque, por aquel
entonces, sólo cuatro estudiosos sabían el suficiente inglés para entender algo
más allá del título) una especie de alegato acerca de la soledad la
masificación y la incomunicabilidad que atenaza al ser humano. Musicalmente es
tan redonda, tan inspirada y tan bonita que hasta la London Symphony Orchestra
se ha animado a hacer una versión que, sinceramente, no le recomiendo a nadie aunque,
de haber colaborado con Il Divo, podía haber sido peor. Bueno, sobran las
palabras, Ladies and Gentlemen, confío en que puedan verla y oírla, tal vez
tras los anuncios de rigor…
Si no soportamos la asfixiante pesadez de los anunciantes, podemos probar este otro:
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