Lo mío debe ser vocacional. En el
periódico de mi pueblo, hacia 1980, y con un alias anterior a éste que gasto
ahora de Himphame, ya dispensaba, a quien quisiera leerla, la pacotilla
intelectual que ahora acostumbro a desparramar por las entradas de este blog.
Transcribo íntegro un artículo que dediqué a promover, entre mis paisanos, la
ojeada a un libro que siempre me ha hecho tilín (aún no se llevaban los grupos
de lectura):
«Lo debí leer siendo crío, cuando iba a
la escuela, y sí, era interesante y divertido, un cuento un poco loco, en el
que nada tenía ni pies ni cabeza, una historia más bien “para niñas”. No, no
era blando y empalagoso, pero era “para niñas”. Por supuesto, no se trataría de
una versión fidedigna del texto literario original, sino de un “condensado” en
veinte o treinta páginas, al estilo del Selecciones del Reader’s Indigest. He
de confesar que no era de mis cuentos favoritos: prefería entonces las
aventuras de Simbad el Marino.
Hace poco tiempo, con la excusa de que la
viera el niño de unos amigos, fuimos a ver la versión que hizo Walt Disney en
dibujos animados en 1951. Reconozco que las películas del inefable americano
son, vistas con la sensibilidad de hoy, un pelín ñoñas; sin embargo, me gustan
un montón y ésta en particular la considero sin paliativos una obra maestra. Me
quedé, pues, absolutamente fascinado, y ya sólo pensé en hacerme cuanto antes
con una traducción adecuada del célebre relato infantil.
Y bastante adecuada parece ser la
ofrecida por Alianza Editorial que va ya por la onceava (sic) edición, ¡cinco
en los cuatro últimos años! No es de extrañar, pues la obra hace furor en
nuestro panorama cultural de los tiempos recientes, aunque no se trata de
ninguna novedad, qué va, si está más vista que el tebeo, pero la frescura y el
encanto que aún hoy tiene esta narración, que ha resistido 120 años al tedio de
críticos y comentaristas, hace que siga sabiendo a nueva, a inesperada y mágica
lectura que se devora en pocas horas. Ramón Tamames dice que es el libro más
citado en la bibliografía económica, pero también aparecen abundantes citas en
obras de matemáticas y astronomía, no me resisto a transcribir la más célebre:
“ … - ¿Me podrías indicar, por favor,
hacia dónde tengo que ir desde aquí?
-
Eso depende de a dónde quieras llegar - contestó el Gato.
-
A mí no me importa demasiado a dónde… - Empezó a explicar Alicia.
-
En ese caso da igual hacia dónde vayas - interrumpió el Gato.
-
... Siempre que llegue a alguna parte - añadió Alicia como explicación.
-
¡Oh! Siempre llegarás a alguna parte – dijo el Gato – si caminas lo bastante.”
En efecto, se trata de “Alicia en el país
de las Maravillas”, de Lewis Carroll, y contar ahora el hilo argumental de una
obra tan célebre y celebrada, me da un poco de reparo, perdería gracia y
sorpresa todo lo ocurrido a Alicia “cuando de golpe saltó corriendo cerca de
ella un conejo blanco de ojos rosados”, que se sacaba “un reloj del bolsillo
del chaleco, miraba la hora y luego se echaba a correr muy apresurado”.
“Alicia…” Narra un sueño, una experiencia
onírica trasladada a la vigilia del lector con un hechizo tan fuerte, tan
hipnótico, que el lector acaba confundiendo este sueño con uno propio, porque
el lenguaje y la evocación de la obra están hechos con la sustancia de los
sueños. Esto es difícil de explicar porque Carroll no cuenta simplemente el
sueño de Alicia, sino que nos lo hace vivir; no cuenta una fantasía, sino que
crea la atmósfera propicia para que nos sintamos dentro de ella. Nos sitúa
frente a una gigantesca oruga azul, sentada en el centro de una seta fumando un
narguile, que nos dice cómo hacerse más grande o más pequeño a voluntad.
Y vale la pena hacerse más pequeño de la
mano de Lewis Carroll, un clérigo inglés de mediados-finales del siglo pasado,
que destacó como matemático y lógico y consagró toda su vida a la labor docente
en un college británico.
Además tenía especial predilección por
las niñas, pero esto, si leen el cuento, ya lo notarán.»
He volcado literalmente el texto,
respetando su antiguallez y sus errores analógicos y conceptuales. Sólo quiero
añadir dos cosas, que se combinan en detrimento de este inmortal cuento moderno:
Una es que es demasiado “conocido”. Todo
el mundo cree haberlo leído, o saber de qué va, o haber visto la película (la
última, heterodoxa y reciente de Tim Burton, o las clásicas). Nos pilla tan
“enterados” que no consideramos oportuno echar un vistazo al texto original. Y
ahí es donde nos perdemos algo, de verdad, muy nutritivo.
Otra es que he dicho “texto original” con
la más alegre frivolidad, como no dándome por enterado de que fue escrito en un
victoriano inglés, lleno de alusiones, juegos de palabras, vocablos inventados,
chistes absurdos, poemas parodiados… La traducción de semejante guiso hace que
algunos de sus condimentos más picantes y sabrosos se pierdan, aunque hay muy
buenas versiones. La que yo leí de Alianza Editorial, hecha por Jaime de Ojeda,
es verdaderamente notable.
Como lo considero un libro “obligatorio”
para Primero de Lector, pruebo un enlace a una página donde hay una magnífica
versión en PDF:
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