Corría el curso 1979-80, uno de los de
mayor esplendor en los anales de la EGB (Educación General Básica, “Yo también
fui a EGB”, solo que en la mesa de enfrente de los pupitres). El, por aquél
entonces MEC (Ministerio de Educación y Ciencia), que rigió largo tiempo mis
destinos, me envió a la localidad de Albelda, en la Litera oscense, para
hacerme cargo del alumnado que sale en las fotos.
Un alumnado de primera calidad académica,
dicho sea de paso. Muchos de ellos habrán completado estudios superiores o así
lo espero. Como hoy no me he tomado el Nutrament, apenas recuerdo media docena
de nombres, pero eso no hace al caso, lo que rememoro es un alumnado inquieto,
estimulante y, en general, bastante aplicado.
Eran otros tiempos, claro: en Matemáticas
y Ciencias, el nivel medio de uno de estos muchachos, en 8º, creo que podría equipararse a
los del actual 4º de ESO, misterios de la vida y es que, a veces, los
presupuestos no lo son todo.
Han pasado 36 años y eso se nota en las
fotos: tanto el alumnado, como mis compañeros y yo, parecemos seres de otra
época, así de implacables son los cambios en el tiempo y las modas. El look más
moderno y actual que seas capaz de imaginar hoy, dentro de 36 años parecerá
rancio y desfasado como el tinte del pelo de tu abuela.
Y sé que está prohibido publicar fotos de
niños en internet, la ley protege a los menores como es natural, solo que los
niños y niñas que prestan sus infantiles rostros a estas instantáneas se están
hoy aproximando, como diría Vargas Llosa, a la flor de la edad: la cincuentena.
Me haría ilusión, por supuesto, aunque lo
veo poco probable, que alguno de ellos se viera, se reconociera y experimentara
un puntito de nostalgia, siquiera la vigésima parte de la que he experimentado
yo al recuperar éstas fotos. Fotos de muy escasa calidad, ya que entonces
disponía yo de una cámara de cartón plastificado, de cero megapíxeles.
Si mal no recuerdo, creo haber tenido muy
buena relación con estas jóvenes personas pero, quien sabe, la memoria tiñe de
rosa el recuerdo y lo oscuro se desecha y olvida. Me enseñaron los alrededores
de Albelda, particularmente un espléndido paraje de rocas areniscas, que
llamaban los Castellasos, a donde solíamos ir de excursión algunas tardes de
buen tiempo para ver si me daba un ataque al corazón, ya que los chavales
colgados de esas rocas estaban bajo mi tutela y responsabilidad, así que
pensaba: “si alguno se escorromoña, voy al trullo”.
Una gran roca parecía un rinoceronte
varado.
Otra, una cabeza de caballo, o su efigie.
El paraje rocoso era de una buena escala:
la figura en la cumbre sirve como referencia.
Incluso años después, intenté pintarlo, pero
no me salía y dejé el cuadro sin concluir.
Más tarde siempre es demasiado tarde: al
volver hace poco a aquellos alrededores, me topé con un entorno algo
degradado y la fantasmagoría poética de rocas y vegetación ya no era como la
que habitaba en mi mente… O me equivoqué de sitio, ya que mi sentido de la
orientación es mítico, me puedo perder en un escobero.
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