Nos asomamos, algunos con desconfianza y
aprensión, otros con esperanza y ganas de ventilar la casa, a un año recién
estrenado, nuevecito en el calendario. En mi caso parece como si no me
atreviera a entrar en él, como si lo observara desde una ventana, o desde la
baranda de un balcón, no sabiendo aún si bajar al portal y abrirle la puerta.
Esta mirada, quizá asustada, o más bien
desorientada, la quiero simbolizar con un escueto álbum fotográfico, que traerá
a éstas páginas una pequeña colección de ventanas y balcones.
Se trata de balcones y ventanas un tanto
desasistidos o incluso desvencijados, más orientados a un pasado nunca
concluido que a un futuro incierto. La mayoría ostentan la cautela de hallarse
cerrados y, muchos de ellos, dan la sensación de no haberse abierto en el
tiempo reciente.
Son, en su práctica totalidad, balcones y
ventanas de pueblos de la montaña, del Sobrarbe y de la Ribagorza, que muy a
menudo se benefician de la montañesa manía de abarrotarlos de flores durante la
breve estación del buen tiempo (para definir aquellos climas, alguien acuñó la
frase acertada, ocho meses de invierno y cuatro de infierno, no importa, las
flores reflejan y colorean un sol radiante). Es el toque optimista en una
colección con tintes de melancolía o nostalgia.
¿Y de qué tendría yo nostalgia? No crecí
en sitios así. A veces digo “soy de pueblo, pero no de campo”, significando mi
desconocimiento real de estos ámbitos rurales. No obstante son los balcones y
ventanas cuyo misterio me resuena, tan vívido como si hubiera convivido siempre
con él.
Al final no habrá más remedio que abrir.
Abrir ventanas, puertas y balcones: el año irrumpirá de todas formas, para
unos, devastador, para otros abriendo los postigos y batientes a una
perspectiva de ilusión y optimismo… Ahí lo tienes, de todas formas ya se ha
colado: feliz 2016 a todos.
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