Ayer falleció, con 71 años de edad, el
cantante y guitarrista Lou Reed, uno de los mitos de la música rock. No es que
haya sido muy longevo, pero para un superviviente del lado desenfrenado de la
vida, tampoco está nada mal: Jimi Hendrix, Jim Morrison o Janis Joplin, no lo
consiguieron. Ayer se pudo aplicar al gran Lou Reed, lo expresado por él en su
canción:
“Oh, it's such a perfect day
I'm glad I spent it with you
Oh, such a perfect day
You just keep me hanging on
You just keep me hanging on”
¿Qué hace tan significativa e influyente
la figura de este hombre? Se preguntan algunos, que no tienen edad suficiente
para recordar la importancia de la música como fenómeno cultural y de masas
entre, por ejemplo 1967 (año de publicación de “The Velvet Underground &
Nico”, el disco con la célebre portada del plátano de Andy Warhol, grabación
que aquí, gracias a la censura, llegaría más bien un poco tarde) y 1974 (año en
que se edita el archicélebre disco en directo “Rock N' Roll Animal”). Contestar
a la pregunta no es fácil. He ensayado estas respuestas: también los malos
necesitamos un director espiritual y también las sensibilidades torcidas o
echadas a perder, necesitamos de un poeta que cante nuestras más abyectas y
desdichadas epopeyas en la perra aventura de la vida.
Lou Reed hizo con solvencia ambas cosas.
Viviendo su propia existencia entre el desorden y el caos (muchos
entrevistadores y periodistas relatan que se chutaba delante de ellos, antes o
después de un concierto). Pero hizo muchas cosas más: buena música, excelentes
canciones, letras llenas a partes iguales de poesía y sordidez, de cinismo y de
ternura hacia toda suerte de perdedores… Y, tras su relativa rehabilitación
hasta se embarcó en “proyectos artísticos serios” y siguió dispensándonos una obra
musical que, habiendo ganado en madurez, nunca llegó a perder el filo de su
crudeza, siempre áspera y rigurosa.
Vale. No fue tan popular como Michael
Jackson. Es cierto que tuvo siempre un aroma marginal. El público más joven lo
desconoce, pese a las evidentísimas influencias del bueno de Lou y de su grupo
matriz, la Velvet Underground, en la mayor parte de la música de los 90 y
siguientes… Entre el público de más edad, los carcas deberíamos quedar
descartados de su influjo, su temática no nos debería alcanzar: las últimas
consecuencias del placer y del egoísmo, hedonismo y desesperanza, andanzas de drogadictos
y pervertidos, autodestrucción y suicidio, menudo ejemplo. Pero claro, su
magnetismo es incuestionable, incluso cuando pinta sus cuadros más afligidos,
desoladores y terminales, va el tío y nos alcanza: está hablando con claridad
meridiana de nuestro propio lado oscuro, de nuestra desventura metafísica y,
encima, no deja de hacerlo con desarmante misericordia. Si a eso le sumamos que
tenía glamour, no debe extrañarnos que hiciera del infierno un lugar más
interesante.
Como disco que a mí me parece más significativo
elegir, para hacer sonar en sus exequias remotas en este rincón perdido del
mundo, me decanto por este “1969: Velvet Underground Live with Lou Reed” que
recomiendo a cualquiera que guste de la música cruda, de las canciones en
estado salvaje, de las tormentas eléctricas en plena noche, al aire libre. Es
una lista, punto por punto, de todo lo que no me gusta, de todo lo que me
desagrada en un disco, y sin embargo el compendio me parece fascinante,
aterrador, sublime, inolvidable. Voy por partes: no aprecio los discos en
directo, ni los discos dobles y este es ambas cosas. Los discos en directo
suelen tener un sonido descuidado, plano y empobrecido, el de éste raya lo
deficiente, con un omnipresente ruido de fondo en una grabación que parece
casera y desaliñada. Los discos dobles suelen albergar material de relleno que
la discográfica empluma al oyente con el señuelo de que el formato doble le
sale más barato. Aquí algunas canciones se alargan en interminables tormentas
de denso guitarreo distorsionado. Además los instrumentistas, con la salvedad
de Lou, no son nada del otro mundo: particularmente la batería, Maureen Tucker,
parece que ha aprendido a tocar tomando una semana de clases por
correspondencia. Y el bajo tiene una presencia escasa. Creo que he trazado un
panorama lo bastante impresentable y no te lo bajarás.
Pues te vas a equivocar. El disco
funciona. De principio a fin. En el terreno de la más desnuda emoción, comunica
con inaudita intensidad y acaba siendo asombroso. Claro, están las canciones,
casi todas las buenas de la Velvet, desde “Sweet Jane”, “Pale Blue Eyes” o
“I’ll Be Your Mirror”, hasta “Rock And Roll”. Una experiencia mesmerizante.
Tuve el disco (que se publicó en 1974) varios años y lo puse hasta que se quedó
casi transparente, luego se lo pasé a un amigo y más tarde he tardado un montón
en encontrarlo por ahí. Si, como yo, crees que puede haber mucha belleza en
cosas poco pulidas y acabadas, disfrútalo con este enlace:
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