Desde lo alto del cerro de la Alegría,
hace ocho días, tomé esta vista del castillo de Monzón, en esa hora entre
incierta y mágica en que cae la luz del día y los faroleros del municipio van
encendiendo las luces de las calles y la lujosa iluminación que, sobre el cerro
de areniscas y arcillas, hace destacar orgullosamente la fortaleza templaria.
Seguramente he caído en una ensoñación infantil. Los recortes de hace cincuenta
años sustituyeron la afanosa figura del farolero por unas prosaicas células
fotoeléctricas que, al declinar los rayos solares, accionan las luces
artificiales, o algo así.
El 3 de mayo de 1969 el, a la sazón,
Ministro de Información y Turismo del régimen, el señor Fraga Iribarne, que
luego sería lendakari de Galicia, llegó a Monzón y, dicen, prometió convertir
el castillo en un Parador Nacional. La promesa quedó en nada y uno se maravilla
al imaginar de dónde hubieran sacado los turistas para ocupar un establecimiento
hotelero de tanto pedigrí, porque Monzón, por diversos motivos, no es Pineta ni
Teruel. Así, durante bastantes años, el castillo siguió siendo una ruina
irredenta, a la que varios porreros ocasionales nos encaramábamos algunas
noches de verano, corriendo el riesgo de flipar bien fresquitos.
Las posteriores rehabilitaciones y
restauraciones se encargaron de poner coto a la degradación de este Monumento
Nacional, que es el emblema más reconocible de esta pequeña ciudad del Cinca
Medio. A mí particularmente, como fotógrafo amateur, me gusta su aspecto con la
iluminación nocturna, que lo engalana los fines de semana y días festivos.
Considero que tiene mejor aspecto que a la cruda luz diurna, aunque cuando
refleja la luz del atardecer también tiene una apariencia no desprovista de
belleza. Aunque su faz nocturna está muy vista, no he podido resistir la
tentación de reflejarla aquí. Y en tamaño de fondo de escritorio, toma ya.
No hay comentarios:
Publicar un comentario