Hace cuarenta años, cuando empecé a
trabajar en Monzón, había, corrígeme si me equivoco al contar, un parque en el pueblo (1). Para una población
de catorce mil habitantes, era una dotación un tanto escasa, incluso para los
criterios de la época. Tal parque estaba (y está) situado en la plaza Aragón,
junto a la Carretera N-240 y era (y es) vulgarmente conocido como el “parque de
la Churrería”.
Con el advenimiento de los ayuntamientos
democráticos, la situación mejoró espectacularmente. En pocos años, el número
de parques se quintuplicó y, ahora mismo, no sabría decir la cifra total de
parques y parquecillos que alberga esto que ya se ha convertido en la segunda
ciudad altoaragonesa.
Pero una cosa es inaugurar parques, que
no deja de tener su mérito y otra muy distinta (y mucho más meritoria),
conseguir que pueda diferenciárseles de otros espacios, como descampados,
vertederos o solares abandonados. Asignar recursos al mantenimiento, parece ser la asignatura pendiente, frente al
deterioro producido por la intemperie, la vandalización o el simple paso del
tiempo.
Por tanto no deja de congratularme, a la
par que me inquieta un poco, el acondicionamiento de un nuevo espacio público
en el barrio de la Jacilla, un pequeño parque recién rediseñado, flamante, que
propone un más original que acertado trampantojo: el fingimiento de que esta
pequeña comunidad se ha dotado de ferrocarril metropolitano o, abreviadamente, “metro”.
Lo cual no deja de ser un sarcasmo, teniendo en cuenta la imparable mengua que
el ferrocarril no metropolitano viene sufriendo en los últimos tiempos, aunque
no importa, hacemos como que tenemos “metro” y así los de Barbastro se mueren
de envidia.
Un examen más detenido, permite
determinar que no se trata de líneas de “metro”, ni siquiera en proyecto. Son
propuestas de paseos, en bicicleta o a golpe de calcetín, que nuestro inefable
concejo propone a la ciudadanía. Se adjuntan las distancias en metros y los
tiempos estimados, calculados para un vecino con un grado de entrenamiento
físico medio. Incluso es posible, extremo que no me he molestado en verificar, que,
tal vez de cara al imaginario turismo, los itinerarios hayan sido parcialmente
señalizados o balizados, la fantasía de algunos de nuestros gestores públicos,
como se sabe, no tiene límites. No quisiera desanimar al eventual paseante,
pero alguno de los paseos es un poco peligroso (en bici, todos). Un peatón que
acometiera la “línea 4” (en verde), habría de disponer de tres “vidas”, como en
los videojuegos, ya que al cruzar el Cinca por el puente de la carretera
general, sin ningún acondicionamiento para viandantes, podría ser arrollado no
menos de dos veces… En fin, más atrevidos fueron Orellana o Núñez de Balboa.
La placeta que alberga el nuevo parque
está en el cruce de las calles San Francisco y Santiago. En un breve lapso de
tiempo ha pasado de ser un solar vallado a lo que veis en las fotos. Tuvo un
breve estado intermedio en el que, aprovechando hallarse el terreno cercano a
la residencia de ancianos, se instalaron dos flamantes aparatos gimnásticos de
esos que invitan a los pensionistas a combatir el entumecimiento, la rigidez y
la artrosis, mediante completos y estudiados ejercicios físicos, adaptados a su
idiosincrasia y necesidades, y tendentes a mejorar su calidad de vida, si bien
es verdad que, pasando por allí diariamente, jamás vi a un abuelo hacer uso de
ellos, así que los quitaron (dicen las malas lenguas que los llevaron al
aeropuerto de Huesca-Pirineos, aunque este extremo no ha podido ser verificado).
Los inconvenientes de este parquecito de
La Jacilla aparentan ser los habituales en las dotaciones al aire libre en
Monzón. Por un lado las inclemencias del clima: tal como está orientado éste,
puede ser más agradable pasar las tardes de verano en un microondas en
funcionamiento que en los bancos de la foto, al menos en tanto no medre el
arbolado. Por otra parte, al estar abierto al oeste, los numerosos días de
cierzo le depararán, al que se siente aquí a leer el periódico, que éste se le
volatilice, o incluso se le desintegre.
Por otro lado, el hecho de que en los medios
nos llamen ciudadanos y en la escuela nos eduquen en valores, nos impartan un
programa de “Educación para la Ciudadanía” y hasta nos den el carnet de
recicladores, de ninguna manera parece impulsarnos a cuidar mínimamente el
patrimonio común. Observemos la foto que acredita que la noche de la víspera
del Pilar se celebró aquí un “pizzallón” y, aun sin alcohol, fueron capaces de
dejarlo todo hecho un estercolero. Acredito que el contenedor está allí mismo,
a pocos pasos. No escapará al observador más diligente que la cofradía de los
empuerkamuros ya ha señalado con una diminuta “R” azul su próximo objetivo. O
mucho me equivoco, o en unos días este muro perderá su decoración original para
adquirir otra más espontánea y descuidada. Un amigo mío se quejaba de que la
policía urbana es más aficionada a caligrafiar sobre los coches mal aparcados,
que a “apatrullar” echando un ojo preventivo a algunos desmanes muy
recurrentes. Pero yo creo que la cosa no tiene remedio, puede que el
cumplimiento del deber esté ya sólo al alcance de los barrenderos municipales.
Que lo cumplen, doy fe. Hoy en el parque
había menos detritus y eran nuevos. Los viejos, ya los habían retirado.
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