lunes, 7 de octubre de 2013

El Verano En Lisboa

Mi intención, hace ya algunas semanas, era explicar el atractivo inexplicable de esta singular capital, a la que he viajado en tres ocasiones, sin llegar a saber por qué me parece la ciudad más hermosa que conozco (tampoco conozco tantas, esa es la verdad).
Esta es la puerta por la que los navegantes
llegaban a la Plaza del Comercio
Como al final ha sido irresoluble, para mí, el misterio de esta declarada preferencia, me decido a reiterar las acostumbradas pamplinas, con las que intento justificar una pasión que no entiendo, pero que es compartida por muchísima gente (este verano estaba de bote en bote: en la Baixa tirabas un alfiler y no caía al suelo).

Esta es la espaciosa y monumental
Plaza del Comercio o Terreiro do Paço
Decir que se trata de una ciudad aristocrática, o más bien distinguida, un poco venida a menos, en una lentísima y larguísima decadencia de sus pretéritas glorias históricas, es algo tan obvio como inexacto. De alguna manera, en el siglo XV, este puerto atlántico era la capital del mundo y eso aún se nota, aunque ignorar su pasada relevancia no te excluye de su disfrute.

El Terreiro do Paço y las columnas de acceso
 vistas desde el río
Debe tratarse de otra cosa, algo así como de un juego de contradicciones que no se resuelven. Es intrincada y laberíntica, con muchos niveles topográficos, cuestas de vértigo y elevadores para trepar a calles puestas en alto. Pese a ello, parece diáfana, con una lógica urbanística clara, como si su distribución, tras ser arduamente estudiada, se hubiera hecho de una sola vez. Es un tanto vibrante y colorista, pero como en un disco de Newton, la suma de todos sus colores la hace una ciudad blanca. También es increíblemente luminosa para tratarse de una capital de la Europa atlántica, tal parece que haya sido alcanzada por un resplandor mediterráneo. Es un lugar bullicioso, pero relajante; ajetreado, pero tranquilo; abigarrado, pero apacible. Y lo que a muchos sorprende: un evidente descuido y desaseo no le merma una inmensa elegancia. Anduve buscando un término de síntesis y me lo dio mi hermano que había estado hacía poco: “es una ciudad con personalidad”. Es todo.

Fachada Característica con azulejos
Con las fotos, no tuve mucha suerte. Para poder captar la esencial belleza de una ciudad como ésta, tendrías que habitarla durante cinco años y yo estuve cinco días. Así que regresé con el bagaje de las imágenes turísticas puras y duras. No aspiro a hacer una aportación de ninguna clase a lo que es una de las ciudades más fotografiadas de occidente, pero de todas maneras me animo a compartir un puñado de imágenes, no por obvias menos atractivas. Y de paso, intento un desagravio por la entrada que perpetré en este blog el 22 de agosto. Aunque me reitero en lo de que la inmensa mayoría de las pintadas urbanas son, en mi opinión, la apoteosis de la cochambre.
 
Una vista casi general desde las alturas
Otra perspectiva también desde un mirador
del barrio da Graça
En un Transbordador, rumbo a Cazilhas
cruzando el estuario o mar da Pallha
El regreso nos brinda esta impresionante
panorámica "marina" de la ciudad
Torre de Belem, antigua fortificación defensiva (y prisión)
El Monumento aos Descobrimentos o la
estética del dictador Salazar
El elevador de Santa Justa,
para subir a las calles del Chiado
El elevador da Gloria, ¡qué cuestas!
Bonita puerta a la plaza
en la estación de Rossio
Y los tranvías, por supuesto
 
 

1 comentario:

  1. Yo también quiero ir a tirar fotos allí.... Aunque (ya desde hace mucho, mucho tiempo) sólo voy a las ciudades a las que me llevan.

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