Mi intención, hace ya algunas semanas,
era explicar el atractivo inexplicable de esta singular capital, a la que he
viajado en tres ocasiones, sin llegar a saber por qué me parece la ciudad más
hermosa que conozco (tampoco conozco tantas, esa es la verdad).
Esta es la puerta por la que los navegantes llegaban a la Plaza del Comercio |
Como al final ha sido irresoluble, para
mí, el misterio de esta declarada preferencia, me decido a reiterar las
acostumbradas pamplinas, con las que intento justificar una pasión que no
entiendo, pero que es compartida por muchísima gente (este verano estaba de
bote en bote: en la Baixa tirabas un alfiler y no caía al suelo).
Esta es la espaciosa y monumental Plaza del Comercio o Terreiro do Paço |
Decir que se trata de una ciudad
aristocrática, o más bien distinguida, un poco venida a menos, en una lentísima
y larguísima decadencia de sus pretéritas glorias históricas, es algo tan obvio
como inexacto. De alguna manera, en el siglo XV, este puerto atlántico era la
capital del mundo y eso aún se nota, aunque ignorar su pasada relevancia no te
excluye de su disfrute.
El Terreiro do Paço y las columnas de acceso vistas desde el río |
Debe tratarse de otra cosa, algo así como
de un juego de contradicciones que no se resuelven. Es intrincada y
laberíntica, con muchos niveles topográficos, cuestas de vértigo y elevadores
para trepar a calles puestas en alto. Pese a ello, parece diáfana, con una
lógica urbanística clara, como si su distribución, tras ser arduamente
estudiada, se hubiera hecho de una sola vez. Es un tanto vibrante y colorista,
pero como en un disco de Newton, la suma de todos sus colores la hace una
ciudad blanca. También es increíblemente luminosa para tratarse de una capital
de la Europa atlántica, tal parece que haya sido alcanzada por un resplandor
mediterráneo. Es un lugar bullicioso, pero relajante; ajetreado, pero tranquilo;
abigarrado, pero apacible. Y lo que a muchos sorprende: un evidente descuido y
desaseo no le merma una inmensa elegancia. Anduve buscando un término de
síntesis y me lo dio mi hermano que había estado hacía poco: “es una ciudad con
personalidad”. Es todo.
Fachada Característica con azulejos |
Con las fotos, no tuve mucha suerte. Para
poder captar la esencial belleza de una ciudad como ésta, tendrías que
habitarla durante cinco años y yo estuve cinco días. Así que regresé con el
bagaje de las imágenes turísticas puras y duras. No aspiro a hacer una
aportación de ninguna clase a lo que es una de las ciudades más fotografiadas
de occidente, pero de todas maneras me animo a compartir un puñado de imágenes,
no por obvias menos atractivas. Y de paso, intento un desagravio por la entrada
que perpetré en este blog el 22 de agosto. Aunque me reitero en lo de que la
inmensa mayoría de las pintadas urbanas son, en mi opinión, la apoteosis de la
cochambre.
Una vista casi general desde las alturas |
Otra perspectiva también desde un mirador del barrio da Graça |
En un Transbordador, rumbo a Cazilhas cruzando el estuario o mar da Pallha |
El regreso nos brinda esta impresionante panorámica "marina" de la ciudad |
Torre de Belem, antigua fortificación defensiva (y prisión) |
El Monumento aos Descobrimentos o la estética del dictador Salazar |
El elevador de Santa Justa, para subir a las calles del Chiado |
El elevador da Gloria, ¡qué cuestas! |
Bonita puerta a la plaza en la estación de Rossio |
Y los tranvías, por supuesto |
Yo también quiero ir a tirar fotos allí.... Aunque (ya desde hace mucho, mucho tiempo) sólo voy a las ciudades a las que me llevan.
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