jueves, 24 de octubre de 2013

La Pequeña Ciudad Episcopal En Tiempos De Los Beatles 14

- Anda, chico, entra y dile a tu madre que ha venido un señor que pregunta por ella.

Ahora, lo seco de su tono y el ademán de apremio fueron yesca y pedernal de los que brotó la chispa que prendió un sofoco incendiario que casi me asfixia. ¿Y si el muy ladino venía a chivarse de lo de la minina? ¿Y si le decía a mi madre que cuando habíamos ido a ver “Tarzán de los monos”. yo mismo, sin haberme él instado a que tal hiciera, había desabotonado su bragueta y le había masajeado el monstruoso pepino, costumbre que, por lo que se ve, ya tenía yo asociada con el séptimo arte? Yo sabía que esas cosas no se hacen y, por mucho que el culpable fuera él, seguro que me la iba a cargar de todas formas. De esta reflexión absurda me sacó el orondo cinéfilo con un empujón asaz vehemente que, confundido respecto a su intención, traté de rechazar.

 - No, don Gregorio, yo no quería, no sé si se acuerda, pero usted me obligó y, si está feo, está feo para los dos; así que yo le pido perdón, de verdad, perdón y no se lo diga a mi madre, que le va a dar un disgusto muy gordo y me pegará con la zapatilla.

 - ¿Qué trastada habrás hecho ahora, so desgraciao, que en vez de leche parece que te di hiel?

La que así hablaba era mi madre, a mi espalda. Parecía la protagonista, venida a menos, del cuento de “La Ratita”, con un mandil astrosísimo de cuadros blancos y azules y una ruinosa escoba con la que malamente conseguía cambiar el polvo y la borra de sitio, de debajo del tocador a debajo de la cama, de debajo de la cama a debajo del armario ropero y así, en complicados círculos y arabescos, hasta que llegaba la hora de ir a hacer la misma operación al palacio episcopal.

  - Buenas tardes caballero, usté al chico ni caso ¿eh? Ni caso, que es un cantamañanas y un desustanciao. Tú vete padentro, que ya te arreglaré yo bien arreglao cuando atienda a este señor. ¿No me oyes? ¡Venga padentro, qué esque ni esque! ¡Cómo me quite la zapatilla, te voy a poner el culo lleno de cardenales, mamarracho, ya me dirá este señor la que has armao ahora y ya te ajustaré luego las cuentas! ¡Vas a ir tú al hospital y yo a la cárcel!

Jaca. Ciudadela. Óleo sobre tapa de caja de polvorones
Normalmente estas amenazas con las que el carácter de mi madre solía expresarse, no me hacían gran mella. Como cualquier niño de los más bajos estamentos, estaba habituado a las cotidianas manifestaciones de histeria que emanaban del ser madre en difíciles condiciones socioeconómicas, pero esta vez confieso que la sismicidad de mis entrañas hizo fluir un material pastoso y ardiente, semejante a la lava aunque de olor mucho más desagradable, así que me retiré envarado y rígido para evitar, en lo posible, que se derramara al exterior, cuando don Gregorio, repuesto de cierto embarazo que había advertido yo en él, me cogió del pescuezo:

 - No, no te vayas, chaval. Escuche, señora Anastasia, su chico es muy formal y no ha hecho ninguna trastada que yo sepa. Además, a su modo, es muy despierto y parece que le gustan mucho los libros. Creo con sinceridad que valdría para los estudios y que sacándose un bachiller, tendría más oportunidades en la vida. En nuestro Régimen, como usted sabe, hay gente que se toma sus desvelos para que ningún talento se pierda, el Caudillo mismo lo ha dicho, así que no tiene vuelta de hoja. Supongo que no habrían pensado en esto, pero me he tomado la libertad de solicitar en Sindicatos una beca para el chico. Me han dicho que primero tiene que sacarse el Ingreso y que no habrá ningún problema, si yo lo recomiendo, para que estudie el bachillerato con todo pagado, ¡hasta los libros! Si ustedes dan su consentimiento, puede empezar a preparar el examen de Ingreso ahora mismo, que se quede en la escuela una hora más con los de permanencias y en Junio lo presentamos a Ingreso. Yo, si quieren, me encargo de todo: abonaré el recibo de permanencias, tramitaré la beca, lo matricularé en el Instituto…

Ya, con esto, veía yo el futuro de color de rosa, acaso con un matiz pútrido por la emanación de la tempestad interna de cagarrina en burbujas, predecesora de la bonanza que fluía con la voz meliflua y persuasiva de don Gregorio. Me equivoqué una vez más, pues una vez más mi madre exhibió sus impredecibles arranques de carácter.

Jaca Puente Nuevo. Óleo sobre servilleta
 - Oiga, señor don Comosellame, nosotros, en esta casa vivimos, como usté ve, de nuestros sudores, que hay que ver lo que nos cuesta. Más mal o más bien, que eso a nadie le importa y desde luego, lo que no nos hace falta es que se nos arrime un señor forastero, de la calle, por mú buena voluntá que tenga, a hacenos caridades. Así que se ha equivocau de puerta, o le han informau mal. Éste, en cuanto tenga edá, trabajará si vale pa algo, o se irá a vivir del aire, si no vale pa nada; pero deso de estudiar, nanay, que no nos hace falta un notario en la familia pa que nos haga las escrituras del polvo o del humo. Así que vaya a dales sus dos duros y unas camisas viejas a los gitanicos, que quien no pide favores, no los agradece.

 - Pero señora Enriqueta, si no se trata de favores ni caridades. No es por su forma de vida, que yo eso lo respeto, es que el chico lo merece.

 - Dos hostias es lo que merece este melón, por andarle a usté calentando los cascos con sus fantasías, ques más fantasioso que Cantinflas…

 - Que no, señora Aniceta, si soy yo el que insiste porque, de verdad, el chico vale.

 - Ya veremos pa lo que vale este cirigüello. A mí ni se me ocurriría ponelo a estudiar, porque perras no nos sobran y pa tiralas ni soñarlo. No; ya le he dicho que no y es que no.

 - Piénselo, señora Anacleta, piénselo tranquilamente, que ya se convencerá de que no se pierde nada por probar. Ah, y por cierto, cambie al chico, que hay días que huele que apesta.

Aún no me había yo acabado de escagarruciar, que ya mi madre había cerrado la puerta en las narices de don Gregorio. Después, muy sofocada, me estuvo arreando con la zapatilla y sonaba como si yo fuera pateando los charcos por un camino lleno de barro.


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