- Anda, chico, entra y dile a tu madre
que ha venido un señor que pregunta por ella.
Ahora, lo seco de su tono y el ademán de
apremio fueron yesca y pedernal de los que brotó la chispa que prendió un
sofoco incendiario que casi me asfixia. ¿Y si el muy ladino venía a chivarse de
lo de la minina? ¿Y si le decía a mi madre que cuando habíamos ido a ver
“Tarzán de los monos”. yo mismo, sin haberme él instado a que tal hiciera, había
desabotonado su bragueta y le había masajeado el monstruoso pepino, costumbre
que, por lo que se ve, ya tenía yo asociada con el séptimo arte? Yo sabía que
esas cosas no se hacen y, por mucho que el culpable fuera él, seguro que me la
iba a cargar de todas formas. De esta reflexión absurda me sacó el orondo
cinéfilo con un empujón asaz vehemente que, confundido respecto a su intención,
traté de rechazar.
-
No, don Gregorio, yo no quería, no sé si se acuerda, pero usted me obligó y, si
está feo, está feo para los dos; así que yo le pido perdón, de verdad, perdón y
no se lo diga a mi madre, que le va a dar un disgusto muy gordo y me pegará con
la zapatilla.
-
¿Qué trastada habrás hecho ahora, so desgraciao, que en vez de leche parece que
te di hiel?
La que así hablaba era mi madre, a mi
espalda. Parecía la protagonista, venida a menos, del cuento de “La Ratita”,
con un mandil astrosísimo de cuadros blancos y azules y una ruinosa escoba con
la que malamente conseguía cambiar el polvo y la borra de sitio, de debajo del
tocador a debajo de la cama, de debajo de la cama a debajo del armario ropero y
así, en complicados círculos y arabescos, hasta que llegaba la hora de ir a
hacer la misma operación al palacio episcopal.
-
Buenas tardes caballero, usté al chico ni caso ¿eh? Ni caso, que es un
cantamañanas y un desustanciao. Tú vete padentro, que ya te arreglaré yo bien
arreglao cuando atienda a este señor. ¿No me oyes? ¡Venga padentro, qué esque
ni esque! ¡Cómo me quite la zapatilla, te voy a poner el culo lleno de
cardenales, mamarracho, ya me dirá este señor la que has armao ahora y ya te
ajustaré luego las cuentas! ¡Vas a ir tú al hospital y yo a la cárcel!
Jaca. Ciudadela. Óleo sobre tapa de caja de polvorones |
Normalmente estas amenazas con las que el
carácter de mi madre solía expresarse, no me hacían gran mella. Como cualquier
niño de los más bajos estamentos, estaba habituado a las cotidianas
manifestaciones de histeria que emanaban del ser madre en difíciles condiciones
socioeconómicas, pero esta vez confieso que la sismicidad de mis entrañas hizo
fluir un material pastoso y ardiente, semejante a la lava aunque de olor mucho
más desagradable, así que me retiré envarado y rígido para evitar, en lo
posible, que se derramara al exterior, cuando don Gregorio, repuesto de cierto
embarazo que había advertido yo en él, me cogió del pescuezo:
-
No, no te vayas, chaval. Escuche, señora Anastasia, su chico es muy formal y no
ha hecho ninguna trastada que yo sepa. Además, a su modo, es muy despierto y
parece que le gustan mucho los libros. Creo con sinceridad que valdría para los
estudios y que sacándose un bachiller, tendría más oportunidades en la vida. En
nuestro Régimen, como usted sabe, hay gente que se toma sus desvelos para que
ningún talento se pierda, el Caudillo mismo lo ha dicho, así que no tiene
vuelta de hoja. Supongo que no habrían pensado en esto, pero me he tomado la
libertad de solicitar en Sindicatos una beca para el chico. Me han dicho que
primero tiene que sacarse el Ingreso y que no habrá ningún problema, si yo lo
recomiendo, para que estudie el bachillerato con todo pagado, ¡hasta los
libros! Si ustedes dan su consentimiento, puede empezar a preparar el examen de
Ingreso ahora mismo, que se quede en la escuela una hora más con los de
permanencias y en Junio lo presentamos a Ingreso. Yo, si quieren, me encargo de
todo: abonaré el recibo de permanencias, tramitaré la beca, lo matricularé en
el Instituto…
Ya, con esto, veía yo el futuro de color
de rosa, acaso con un matiz pútrido por la emanación de la tempestad interna de
cagarrina en burbujas, predecesora de la bonanza que fluía con la voz meliflua
y persuasiva de don Gregorio. Me equivoqué una vez más, pues una vez más mi
madre exhibió sus impredecibles arranques de carácter.
Jaca Puente Nuevo. Óleo sobre servilleta |
-
Oiga, señor don Comosellame, nosotros, en esta casa vivimos, como usté ve, de
nuestros sudores, que hay que ver lo que nos cuesta. Más mal o más bien, que
eso a nadie le importa y desde luego, lo que no nos hace falta es que se nos
arrime un señor forastero, de la calle, por mú buena voluntá que tenga, a
hacenos caridades. Así que se ha equivocau de puerta, o le han informau mal.
Éste, en cuanto tenga edá, trabajará si vale pa algo, o se irá a vivir del
aire, si no vale pa nada; pero deso de estudiar, nanay, que no nos hace falta
un notario en la familia pa que nos haga las escrituras del polvo o del humo.
Así que vaya a dales sus dos duros y unas camisas viejas a los gitanicos, que
quien no pide favores, no los agradece.
-
Pero señora Enriqueta, si no se trata de favores ni caridades. No es por su
forma de vida, que yo eso lo respeto, es que el chico lo merece.
-
Dos hostias es lo que merece este melón, por andarle a usté calentando los
cascos con sus fantasías, ques más fantasioso que Cantinflas…
-
Que no, señora Aniceta, si soy yo el que insiste porque, de verdad, el chico vale.
-
Ya veremos pa lo que vale este cirigüello. A mí ni se me ocurriría ponelo a
estudiar, porque perras no nos sobran y pa tiralas ni soñarlo. No; ya le he
dicho que no y es que no.
-
Piénselo, señora Anacleta, piénselo tranquilamente, que ya se convencerá de que
no se pierde nada por probar. Ah, y por cierto, cambie al chico, que hay días
que huele que apesta.
Aún no me había yo acabado de
escagarruciar, que ya mi madre había cerrado la puerta en las narices de don
Gregorio. Después, muy sofocada, me estuvo arreando con la zapatilla y sonaba
como si yo fuera pateando los charcos por un camino lleno de barro.
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