miércoles, 8 de enero de 2014

Ciudadanos, Súbditos, Patricios Y Plebeyos

Una de las funciones que mejor cumplen los medios de comunicación es la de halagarnos, agasajando obsequiosamente nuestro intelecto. Yo no puedo evitar ronronear de satisfacción escuchando, viendo o leyendo a un tribuno de la plebe deshacerse en elogios sobre lo agudos que somos, lo bien preparados que estamos y el buen sentido que nos caracteriza a los ciudadanos de este país.

Luego reflexiono y caigo en la cuenta de que, en realidad, siempre quieren vendernos algo y, haciendo uso de los principios de la publicidad, tratan de engatusarnos para colarnos los mensajes que les permiten mantener a salvo el negocio ganadero, en el que no nos toca otro papel que el de reses malamente apacentadas.

Viene esto a cuento del uso y abuso de la palabra “ciudadanos” con la que, de modo gratuito, parece derramarse sobre nosotros una gracia que no sé si merecemos. Por lo menos yo, voy a confesar que no me siento acreedor a tan indiferenciada distinción, al no haber sido agraciado con una educación que catalogue nítidamente mis derechos y responsabilidades, al no haber sido objeto de una pedagogía que canalice y reclame mi participación en alguna, hoy por completo imprecisa, empresa colectiva. El uso y abuso del citado término ha producido un gracioso fenómeno: todos los demás parecen peyorativos. En inglés usan el término “people”, que a mí me parece bastante neutro. Aquí, “gente” se considera un poco así como ramplón y vulgar, se teme que haya escasa distancia entre gente y gentuza. Todos ciudadanos.

 
Por tal motivo, se trata de una categoría por completo otorgada a sujetos de una inanidad absoluta. Luego en los medios a los que en párrafos anteriores atendía, hablan de los barones, subrayo la palabra porque no es casual, barones autonómicos de tal o cual partido y tan feudal terminología me devuelve a la realidad: somos súbditos o, en el mejor de los casos, plebeyos sometidos, como siempre en este país, a una caterva de patricios cuya incombustibilidad, privilegios e impunidad se disimulan peor cada día que pasa. Mi amigo el Resentido me dice que ciudadanos son los de Francia, que tuvieron los arrestos de cortarle la cabeza a un rey, sacudiéndose una tutela de la que aquí disfrutábamos hace cincuenta años en crudo y ahora, en maquillado.

Ser “ciudadano” sería pues el resultado de una dura lucha y de un arduo aprendizaje, de una tensa vigilia y de un prolongado entrenamiento. Pero claro, esto es muy pesado: imaginemos el tedio de controlar a nuestros representantes, exigirles vigilantemente explicaciones de por qué legislan lo que legislan, en qué se gastan lo que se gastan, cómo se han articulado consensos para armonizar intereses contrapuestos… Todo lo cual sería muy denso, habría que articular la exigencia de una carga de veracidad y de lealtad que nuestra “clase política” está muy lejos de detentar, ¿ y qué hacemos? Pues conformarnos sin más con el halagador discurso en el que todo, de nuevo, nos es otorgado y, como decían los antiguos romanos, ¿quién vigila a nuestros guardianes? Pues nadie, que se vigilen entre ellos y luego nos asombra que, en lugar de vigilarse, se ponen de acuerdo para perpetuar su ordeño.

Ciudadanos. Vaya encargo. Marchemos todos y yo el primero por la senda que nos encamina al redil, que si fuéramos ciudadanos, no podríamos eludir el pago de impuestos y, peor aún, habríamos de preocuparnos en determinar y controlar a qué se destinan. Es mucho más sano reivindicar el papel de plebe, de chusma, sumerjámonos en las turbas vocingleras, integrémonos en la cultura de nuestro pueblo (seamos pueblerinos aragoneses, asturianos, vascos, catalanes…).

 
Encontré un artículo que había escaneado hace unos años, por desgracia a muy poca resolución, de modo que casi cuesta leerlo. Pero lo recomiendo muy encarecidamente. La lucidez de que hace gala el profesor y escritor Antonio Escohotado, retratando nuestro laberinto político en una instantánea de hace nueve años, perfectamente extrapolable a la actualidad, me parece muy aguda, muy didáctica y muy iluminadora. Ahora eso sí, es denso. Reconozco que los trolls de Twitter son ciudadanos más divertidos.
 
 

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