Ignoro si es debido al calentamiento
global, pero de unos cuantos inviernos a esta parte, la estación de los fríos
por estas latitudes es más breve, más suave y, sobre todo, más soleada.
Cierto es que soy una especie de
analfabeto meteorológico, hasta el extremo de que me da corte hablar del tiempo
en el ascensor con los vecinos, no sea que descubran que no entiendo muy bien
lo de los milibares y el anticiclón de las Azores, pero recuerdo perfectamente
que antaño los inviernos eran mucho más duros. Ahora mismo estoy viendo en mi
memoria un Seat 850 que no arranca, cubierto con una gruesa costra de escarcha
y el usuario, que lo necesita poner en circulación para ir a trabajar esa cruda
mañana de invierno, primero prende un fuego con papeles y abrojos bajo el
chasis y luego me solicita que lo empuje un trecho por una bajada. Finalmente,
se pone en marcha pedorreando un denso y maloliente humo negro. Yo me quedo ahí
y me sale vapor de la boca, la respiración que se condensa.
Y la interminable temporada de la niebla. En
estos llanos y terrazas donde el Leteo se junta con el Cinca, la niebla era muy persistente. Solía dejar
de verse el sol a finales de noviembre y no volvía a aparecer hasta febrero. En
aquellos días y días que se sucedían como si viviéramos dentro de un vaso de
leche (y no se veía ni leches), la oscilación térmica era de un par de grados:
entre uno bajo cero de madrugada y uno sobre cero al mediodía. El reloj del
ayuntamiento, en la plaza, era un disco velado y fantasmal que sustituía a la
inexistente luna. Ahora es muy raro que la niebla se establezca más allá de una
semana seguida. Toco madera.
De modo que los breves días de invierno
son, ahora más a menudo, luminosos y soleados. El Sol, que va muy bajo sobre el
horizonte, deslumbra casi a cualquier hora y, como apetece pasear, me echo la
cámara al hombro y me voy a la chopera, donde las ramas desnudas de los árboles
se recortan nítidamente en el cielo y parece que quieren simbolizar algo,
aunque no sé muy bien el qué. De todas formas, las fotografío.
Incluso me permito la mayor transgresión
técnica a la hora de hacer las tomas: disparo la cámara de cara al sol,
desafiando la sobreexposición, el contraluz, los reflejos y todo lo que salga
de semejante despropósito. Me llevo una sorpresa, porque quedan bien. Y me
divierte pensar que he hecho como los niños cuando dibujan un paisaje, lo
primero un sol bien grande, bien redondo y con un montón de rayos. Y con la luz
derramándose a franjas por el camino.
Gracias por refrescarme virtualmente la mañana.
ResponderEliminarY sí, yo también pienso que el sol directo es un excelente tema fotográfico y el mecanismo necesario es su atenuación (llámese reflejo, nube o chopera).
Acuerdate de Esperanza Spalding y su último disco, herencia de los WR y de Shorter el larguísimo.
Ala, que te la pique un conejo de los del llanero solitario (entretenida).
luis
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