Hoy me ha dado por los puentes.
Comenzaré, como es frecuente, quejándome y reivindicando. Vivo a orillas de un
río no muy caudaloso, el Cinca (traicionero). Una hendidura que descose de
forma tajante el territorio que habitamos en esta remota provincia. Me explico:
su curso marca una frontera infranqueable, atravesado cada veinticinco kilómetros por un puente (o un conjunto de ellos
especializados, pero en el mismo punto). En tiempos premodernos había
barqueros, pero esa honrosa profesión ha caducado por aquí, de modo que dos
pueblos de distintas orillas, que se divisan muy cercanos el uno del otro,
pueden estar separados por carretera unos treinta kilómetros… Otrosí digo: mi
pueblo se extiende en la orilla izquierda del río y en la derecha hay una
bonita, extensa y agradable zona de parque natural, el llamado soto de la
Pinzana, a menos de dos kilómetros de la localidad. De modo que un paseante
podría acceder, atravesando el puente sobre el Cinca ¡pero éste carece de
cualquier habilitación para peatones! ¡Maravilloso! Propongo a la Renault, la
Opel o la Ford que costeen un monumento a los alcaldes de mi pueblo, lo tienen
bien ganado.
En las láminas de mi vieja enciclopedia, he
encontrado un pequeño muestrario de puentes. Me dan ganas de comenzar una
colección de fotografías de puentes, pero no llegaré a tanto, me conformaré con
rememorar la fascinación que siempre me ha producido esta obra, cuyo simbolismo
más obvio es el de permitirnos acceder al territorio de la otra orilla… ¿Qué
habrá en la otra orilla? Tal vez sólo una esperanza de encontrar algo mejor que
lo que conocemos en ésta, aunque para no perder tal esperanza, lo mejor sería
no atravesarlo. No obstante nuestra vida es un continuo cruzar de puentes,
algunos sin retorno, y una sucesiva exploración de orillas desconocidas. Hace
muchos años, leí una novela que me gustó muchísimo, que extravié y que no he
podido volver a conseguir traducida al español. Se trataba de “Climas” de André
Maurois y, en ella, se hablaba primordialmente de relaciones sentimentales,
amorosas, humanas… Bien, el caso es que leí una cita que se quedó instalada en
mi magín de adolescente, decía: “hay personas que son como puentes, las cruzas
y ya estás al otro lado”. No lo explicita, pero se supone que las dejas atrás y
te han servido para acceder a otro estado en tu evolución vital. Conforme me he
ido haciendo mayor, he ido pensando en esta frase desde otro punto de vista: me
hubiera gustado servir de puente a muchas personas que, dejándome
inevitablemente atrás, hayan podido acceder, a través de mí, a otras
realidades, a otras vivencias, a otras orillas.
Y como me he puesto trrrascendental,
usaré un contrapunto de corte chabacano para despedirme por hoy. Como va de
puentes… A ver, que levante la mano el que no aprecie, con una semisonrisa,
esta canción.
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