lunes, 27 de enero de 2014

Construya Su Propio Submarino Nuclear

Los aficionados al bricolaje tienen aquí un verdadero desafío: uno de esos que puede mantenerte ocupado los fines de semana de, al menos, un trimestre. En la casa donde vivíamos anteriormente, se instaló un vecino en el piso situado encima del nuestro y, recién llegado a su nueva vivienda, comenzó a levantar el suelo del piso entero, para reemplazar las baldosas por otras de un tono más fucsia o menos beige, no llegué a saberlo. También destruyó todos los tabiques, a fin de redistribuir los espacios más a su gusto. El caso es que durante las primeras horas de los sábados y domingos de una buena temporada, el alegre repicar de un martillo neumático o el ameno tañido de un pico, amenizaban nuestros despertares y una generosa parte de la mañana. Mi mujer y yo nos mirábamos perplejos: “si no le gustaba el piso, ¿para qué se lo ha comprado?” Ahí lo tenemos: para consagrarse al bricolaje, para tener un reto.
 
 
Estas láminas de la antigua enciclopedia ilustrada, nos dan acceso a algunos de los secretos mejor guardados de occidente, ríete tú de Güiquilics; nada menos que cómo son las tripas de los submarinos atómicos norteamericanos, para uso de cualquier patriota que, salvo que viva en Paraguay o en Bolivia, quiera construir, botar y sumergir tan amenazadores ingenios.

De crío, uno siente la fascinación por estos pintorescos vehículos y piensa que sería una saludable y divertida idea navegar, a bordo de uno de ellos, yendo desde Barcelona hasta Montevideo, saludando a los calamares y poniéndose, de cuando en cuando, el traje de buzo para salir a recoger un ramillete de algas aromáticas. De mayor, uno comprende que se trata de artefactos ominosos y costosísimos, fabricados con finalidades militares, que se chupan enormes cantidades de presupuesto. Los políticos de toda laya aseguran que sería mejor destinar estos millones que se arrojan al agua al bienestar social (OTAN, de entrada no, y esas chorrimemeces), pero una vez instalados en el poder, con sobornos o con amenazas, o con ambas cosas, se ven impelidos a seguir autorizando su financiación. Faltaría más. Y no sé por qué digo “políticos de toda laya”: no hay más que una y todos pertenecen a ella. No recuerdo qué escritor inglés, decía que la política era el pasatiempo en que se ocupaban los vástagos más degenerados de las clases altas. Hoy en día, habría que añadir a todos aquellos que, careciendo por completo de escrúpulos, quieren acceder rápidamente a ellas.

 
Tampoco es que me queje de que los submarinos nucleares estén destinados al desguace, a la chatarra o a la basura: apañados estaríamos si se emplearan a menudo. Ya parecemos haberlo olvidado, pero en los años ochenta, bajo el imperio de Ronald Reagan, flotaba en el ambiente un palpable pánico al desastre nuclear. Había gente que empleaba su afición al bricolaje para construirse un refugio contra el holocausto atómico y otros, más pudientes, adquirían estos bunkers de supervivencia (hormigón y plomo), en un mercado que me consta que fue floreciente: se ofertaban refugios equipados con alimentos, medicinas, generadores eléctricos y pilas de sudokus para ocupar los trescientos años que tardarían en disiparse las radiaciones más nocivas. Me pregunto si aún estarán habitables para la “élite” que habrá de sobrevivir a la amenaza, no ya de los rusos, cuyos K-19 parecen yacer desde siempre en los fondos marinos de la ineficiencia y el olvido, sino de cualquier potencia islamergente, organización terrorista o cualquier otro hombre del saco que justifique tener sumergido y alerta ese horror bajo la superficie de los océanos.

 
Así que, o te apuntas a Grinpís, para afearles la conducta a los del complejo militar-industrial y, de paso, defender el hábitat del pez regadera del acoso del lanzamisiles subacuático, o te construyes tú mismo un Nautilus para operaciones de represalia con estos planos. Estás avisado.    

 
 

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