Los aficionados al bricolaje tienen aquí
un verdadero desafío: uno de esos que puede mantenerte ocupado los fines de
semana de, al menos, un trimestre. En la casa donde vivíamos anteriormente, se
instaló un vecino en el piso situado encima del nuestro y, recién llegado a su
nueva vivienda, comenzó a levantar el suelo del piso entero, para reemplazar
las baldosas por otras de un tono más fucsia o menos beige, no llegué a saberlo.
También destruyó todos los tabiques, a fin de redistribuir los espacios más a
su gusto. El caso es que durante las primeras horas de los sábados y domingos
de una buena temporada, el alegre repicar de un martillo neumático o el ameno
tañido de un pico, amenizaban nuestros despertares y una generosa parte de la
mañana. Mi mujer y yo nos mirábamos perplejos: “si no le gustaba el piso, ¿para
qué se lo ha comprado?” Ahí lo tenemos: para consagrarse al bricolaje, para
tener un reto.
Estas láminas de la antigua enciclopedia
ilustrada, nos dan acceso a algunos de los secretos mejor guardados de
occidente, ríete tú de Güiquilics; nada menos que cómo son las tripas de los
submarinos atómicos norteamericanos, para uso de cualquier patriota que, salvo
que viva en Paraguay o en Bolivia, quiera construir, botar y sumergir tan
amenazadores ingenios.
De crío, uno siente la fascinación por
estos pintorescos vehículos y piensa que sería una saludable y divertida idea
navegar, a bordo de uno de ellos, yendo desde Barcelona hasta Montevideo,
saludando a los calamares y poniéndose, de cuando en cuando, el traje de buzo
para salir a recoger un ramillete de algas aromáticas. De mayor, uno comprende
que se trata de artefactos ominosos y costosísimos, fabricados con finalidades
militares, que se chupan enormes cantidades de presupuesto. Los políticos de
toda laya aseguran que sería mejor destinar estos millones que se arrojan al
agua al bienestar social (OTAN, de entrada no, y esas chorrimemeces), pero una
vez instalados en el poder, con sobornos o con amenazas, o con ambas cosas, se
ven impelidos a seguir autorizando su financiación. Faltaría más. Y no sé por
qué digo “políticos de toda laya”: no hay más que una y todos pertenecen a ella.
No recuerdo qué escritor inglés, decía que la política era el pasatiempo en que
se ocupaban los vástagos más degenerados de las clases altas. Hoy en día,
habría que añadir a todos aquellos que, careciendo por completo de escrúpulos,
quieren acceder rápidamente a ellas.
Tampoco es que me queje de que los
submarinos nucleares estén destinados al desguace, a la chatarra o a la basura:
apañados estaríamos si se emplearan a menudo. Ya parecemos haberlo olvidado,
pero en los años ochenta, bajo el imperio de Ronald Reagan, flotaba en el
ambiente un palpable pánico al desastre nuclear. Había gente que empleaba su
afición al bricolaje para construirse un refugio contra el holocausto atómico y
otros, más pudientes, adquirían estos bunkers de supervivencia (hormigón y
plomo), en un mercado que me consta que fue floreciente: se ofertaban refugios
equipados con alimentos, medicinas, generadores eléctricos y pilas de sudokus
para ocupar los trescientos años que tardarían en disiparse las radiaciones más
nocivas. Me pregunto si aún estarán habitables para la “élite” que habrá de
sobrevivir a la amenaza, no ya de los rusos, cuyos K-19 parecen yacer desde
siempre en los fondos marinos de la ineficiencia y el olvido, sino de cualquier
potencia islamergente, organización terrorista o cualquier otro hombre del saco
que justifique tener sumergido y alerta ese horror bajo la superficie de los
océanos.
Así que, o te apuntas a Grinpís, para
afearles la conducta a los del complejo militar-industrial y, de paso, defender
el hábitat del pez regadera del acoso del lanzamisiles subacuático, o te
construyes tú mismo un Nautilus para operaciones de represalia con estos
planos. Estás avisado.
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