De verdad que me ha gustado el sonoro
epitafio que adornará la tumba del más insigne de nuestros ex presidentes. Al
menos de los del periodo constitucional posterior al autodenominado “Caudillo
de España por la G. de Dios”. En general, me ha sorprendido que nuestro nunca
bien ponderado cainismo nos haya permitido reconocer con unanimidad que Adolfo
Suárez fue un prócer. Uno como aquellos cuyas estatuas adornan los
emplazamientos más principales de las avenidas, plazas y parques de Europa y
América. Aquí andamos muy escasos de esos grandes hombres de la vida pública
cuyo recuerdo no defenestra el siguiente gobierno, el siguiente régimen o el
siguiente antojo de los tiempos, las modas o las masas. Últimamente, los
escultores figurativos recibían tan sólo encargos de las efigies de Iniesta y
Bob Esponja. Veremos si la de Suárez preside algún espacio público en Barcelona
o Bilbao. (Aunque parezca no venir a cuento, ninguno de los cuatro presidentes
norteamericanos representados en el monte Rushmore era oriundo de Dakota del
Sur).
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Jefe Nacional Del Movimiento |
Más vale tarde que nunca, pero a este
hombre el reconocimiento le llega tarde. Yo recuerdo su figura en la época de
sus mandatos y se hallaba tres puntos por encima de “controvertida” y tan sólo
uno por debajo de “vituperada”. Andaba el buen señor, con su pulido aspecto de
actor guaperas de los sesenta, pilotando una nave que daba bandazos en el
escabroso mar de las componendas políticas más difíciles, tratando de
complacer, sin conseguirlo, a tirios y troyanos y siendo objeto de chanzas,
zancadillas, emboscadas y algún que otro Golpe de Estado. Finalmente, el
desgaste y la enfermedad pudieron con él pese a su mucha gallardía, la que le
hacía entonar aquel bizarro “puedo prometer y prometo…” que tanta hilaridad
despertaba, y lo arrumbaron fuera de los focos, apartándolo de la vida pública
en la que tan duramente le tocó fajarse. Bien es verdad que, al morir una persona
tan destacada, sólo el rencoroso Dante era capaz de ensañarse con sus vicios y
defectos. No es éste el caso, así pues, descanse en paz, presidente.
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Fumando en el hemiciclo. Qué tiempos |
Somos muchas las personas mayores y no
tan mayores que, a raíz del fallecimiento del egregio duque, hemos caído en la
trampa de la nostalgia y falseamos el recuerdo de aquel periodo incierto y convulso,
tiñéndolo de una pátina de ilusiones y esperanzas que nada nos permitía
albergar. Por supuesto, éramos más jóvenes y algunos, entre los que me cuento,
bastante más lilas, pero ya hubiéramos debido saber que la misión de los
políticos no consiste en mejorar nuestras condiciones de vida, sino las suyas.
Aunque he de reconocer que el difunto ex presidente se empeñó en un substancial
cambio de procedimientos y formas, que han acabado teniendo una influencia
determinante en nuestros humildes destinos. Yo, en estos momentos, creo honradamente que el
homenajeado en el funeral y su cabal adversario, don Santiago Carrillo, fueron
dos de los gigantes capaces de mover las rocas que entorpecían el camino de la
transición política hacia una democracia formal, como la que hoy, pese a todas
sus contrastadas podredumbres, disfrutamos.
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¿Qué pasa aquí? |
Por supuesto que los mecanismos de poder
y privilegio siguen, en su mayor parte, inalterados. Y que las disfunciones de
esta partitocracia de tendencias centrífugas, están comenzando a ser
insufribles, pero este hombre que se ha ido, fue capaz, engañando a unos,
seduciendo a otros y camelando a los demás, de edificar un sólido entramado de
acuerdos básicos de partida, que resistió cerca de treinta años y que voló por
los aires, con los trenes de cercanías de Madrid, el 11 de marzo de 2004. Meses
después, el presidente Zapatero daría por finiquitado el espíritu de la
transición, en cuanto que impulso de concordia para superar los traumas atroces
de la Guerra Civil y la Dictadura. Y tanto él y los suyos, como sus chasqueados
oponentes, regresaron al ánimo sectario que ha caracterizado las facciones
políticas en este aporreado país, desde los tiempos de Alarico, Amalarico y
Gesalerico.
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Los demás estaban bajo los asientos |
No comparto el punto de vista de mi amigo
el Resentido, que viene a decir que “aquí y en casi todas partes, mandan
siempre los mismos: si las cosas les van bien, están contentos y adquieren
confianza, abren la mano y eso se llama democracia.
Cuando las cosas les van mal y están disgustados o atemorizados, cierran el
puño y eso se llama dictadura. De
ser cierta, tal simplificación minimizaría el esfuerzo y la obra de este hombre
que creyó que “la concordia era posible”. Aunque yo añado que “poco probable”,
a juzgar por el lodazal al que hemos sido llevados (con mano poco firme, esta
vez). Dejémoslo en algo así como “el espejismo fue posible”.
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Con el Rey. ¡Qué jóvenes! |
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El galán en una pose característica |
"El rencoroso Dante" —¡ahí tú, y luego dicen que el diablo está en los detalles! Si son de lo mejor, al menos aquí. Bueno, aparte, igual te interesa la entrevista a propósito de Suárez en EL MUNDO de hoy, creo que hará algo de ruido el libro. http://www.elmundo.es/cronica/2014/03/29/53369a7ae2704e2e078b456e.html
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