Han cerrado la floristería donde solía acudir
a comprar alguna que otra planta de regalo. No se si será a causa de la crisis que
afecta al pequeño comercio en general, o por algún otro motivo en particular,
pero me he quedado sin mi asesora en plantas de interior.
No es que yo sea muy aficionado al laborioso
cuidado que requiere un jardín en una terraza, ni muy versado en el
conocimiento de las plantas decorativas, qué va: porque nadie es perfecto, si
no, en este tema, yo sería un perfecto ignorante. Mi sensación de pérdida se
debe a que tengo la costumbre de regalar una planta viva cuando mis ancianas
tías me invitan a merendar o cuando algún amigo me ofrece su generosa
hospitalidad… Siempre dando por supuesto que el receptor del regalo sea dado a
las bellas aficiones del cultivo en tiestos.
No digo que no me complaciera (o
compluguiera, ya que soy un tanto redicho) enormemente adquirir una buena dosis
de savoir faire en, por ejemplo, el cuidado de bonsáis, actividad a la que se
dedica un célebre expresidente de nuestro gobierno y que a mí me parece muy zen
(la actividad, no el expresidente, del cual ya creo haber dicho alguna vez lo
que me parece, con más cortesía de la que hubiera querido). No obstante, me
temo que lo de velar por los bonsáis no va a poder ser y por eso prefiero poner
las plantas de interior en buenas manos, obsequiándolas a gente que quiere y
sabe atenderlas. Uno necesitaría 312 vidas para dedicarse mínimamente a todo lo
que le gusta y le reclama y no una que tenemos y, encima, alicatada de
obligaciones.
Para mí, como he dicho, son el regalo
ideal, porque lo hago con un matiz egoísta y no me sonrojo en recomendarlo:
cuando llevas una planta a alguien que las tiene en gran estima, de alguna
manera te quedas con esa persona, en su recuerdo… Cuando la planta se pone
hermosa o florece, se acuerdan de ti con alegría, cuando se mustia o se seca,
el recuerdo se tiñe de tristeza o de melancolía, que también son válidas para
ser recordado (peor sería la indiferencia, aunque nadie te recuerda con
indiferencia, la indiferencia hace que no te recuerden).
Mi enciclopedia de los tiempos en que se
bailaba la yenka con miriñaque, me ilustraba sobre plantas de interior, casi
todas exóticas o, cuando menos, procedentes del Brasil. Yo me las miraba
largamente y pensaba que, cuando fuera mayor, si la fortuna me había sonreído y
tenía jardinero, lo enviaría a buscar un ejemplar de cada una de ellas a los
mejores viveros del mundo mundial. La fortuna no sólo me ha sonreído, sino que
se ha descojonado conmigo, así que transmito una primera entrega de las láminas
de plantas de interior, para continuar la cadena de gentes soñadoras con un
paraíso vegetal y doméstico a la vez. Feliz abonado.
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