Llegando desde la cara norte |
En el borde oriental de una terraza que
se alza unos setenta metros sobre el cauce del Cinca encontramos la ermita de
Santa María de Chalamera, que data de finales del siglo XII o comienzos del
XIII, una construcción de considerables dimensiones, situada justo en medio de
ninguna parte, batida por el cierzo, con la portada principal orientada a
poniente, un edificio románico grande, sólido y armonioso. Una inesperada
preciosidad de piedra. Una joya.
La primera vez que la vi, allá por 1990, aunque
sabía que era un monumento de considerable valor, me quedé impresionado, ¿qué
hacía en aquel despoblado una ermita de semejante tamaño? El empaque, la
nobleza y la antigüedad de la edificación saltaban a la vista, su aparente estado
de conservación era bueno, aunque unos años después se benefició de una
restauración encaminada, sobre todo, a reparar sus cubiertas. Cuando llegué por
la penosa cuesta, entonces sin asfaltar, el exterior del templo me pareció
deslumbrante, a un lado había una pequeña extensión con césped (¿o lo he
soñado?) y allí, atado a la sombra, un burro silencioso y paciente, cuyo dueño
no debía de andar lejos.
Cara sur |
Este sábado aprovechamos la gentileza del
depositario de la llave y alcalde de Chalamera, pueblo situado a un par de
kilómetros río abajo, al sureste de la ermita, y tuvimos ocasión de visitar el
interior del edificio. Allí reinan la oscuridad y la ausencia de mobiliario, el
gastado suelo es irregular y, donde se asoma, la penumbra dibuja un espacio
amplio y muy bello, fresco y apacible: hay una nave principal casi desierta y
un pequeño crucero.
Altar, detrás ábside con 3 ventanas |
Parece ser que perteneció a la orden del
Temple y eso explicaría su porte y sus orgullosas dimensiones. Los que
entienden y aprecian el arte románico destacan el cimborrio octogonal que
remata en lo alto el crucero y la portada occidental, con sus arcos superpuestos
(arquivoltas) y capiteles con figuras y motivos que llevan ocho siglos peleando
con un durísimo viento, que los remodela y simplifica. Yo aprecié la quietud y
el misterio de su interior con ecos de alguna letanía que debían salmodiar,
hace ochocientos años, los monjes guerreros de estos territorios, que eran y
siguen pareciendo, territorios fronterizos.
Pila de agua bendita |
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