Estos
últimos días tuve la ocasión de pasar un fin de semana con mi familia en un
lugar pirenaico verdaderamente remoto y escondido, el valle de Vió. Un sitio
recogido y apacible, situado a caballo entre los más concurridos valles del Ara
y de Añisclo. Nos instalamos en un acogedor albergue en el solitario pueblo de
Buerba, que se dispersa en una planicie a más de 1100 metros de altura, con
preciosas vistas sobre Monte Perdido y su entorno.
Pensé
que tendría la ocasión de fotografiar alguna puerta rústica y antigua, de
madera envejecida, con su dintel de piedra, con su punto de evocadora sugestión
y de misterio, y no me equivocaba. Allí se encuentran dos tipos de casas: unas
pocas ruinosas y otras, bastantes, rehabilitadas imagino que por hijos del
pueblo que, hace algunas décadas, lo abandonaron en busca de mejores
perspectivas laborales y vitales. Por asombroso que parezca, la red eléctrica
no llegó a este valle apartado hasta hace diez años. Si algunos conservaron la
vivienda y prosperaron un poco, es probable que la hayan restaurado en estos
últimos años para utilizarla como residencia durante las vacaciones.
En
ésta época del año, los pueblos están casi deshabitados. Son núcleos muy
pequeños, con accesos muy difíciles: una carretera muy estrecha y revirada
trepa trabajosamente hasta ellos, entre fajas abandonadas, pastos pobres y
masas arbóreas poco cuajadas. Quedan por aquellos andurriales unos pocos
pastores y algunos neorrurales, éstos parecen el único futuro posible en el
valle y sus pueblos, ya que han decidido aposentarse aquí en lugar de en
Katmandú. En verano la población se incrementa considerablemente en la zona,
debido a que es ideal para el barranquismo, ocupación que goza del beneplácito
de muchos ciudadanos, que acuden aquí dispuestos a aprovechar sus vacaciones, practicando
un deporte que es una sustanciosa fuente de ocupación para los traumatólogos.
Vió |
En
esta puerta de Vió, he conservado en el encuadre la ventana y una buena parte
de la fachada, para que se advierta la armonía de las proporciones en la
contrucción. Aquí las ventanas son pequeñas, porque en el largo y frío invierno
dejarán escapar menos calor.
Buerba |
Gistaín |
Aunque
me resisto a dejar el tema sin poner esta otra que he encontrado, que forma
parte de la colección de las que fotografié en Gistaín y que adjunto ahora,
porque es una preciosidad y “pega” con las otras. De Gistaín, como es un núcleo
más grande, aún tengo más.
Esta es la puerta a una vida más sencilla, con menos
necesidades y exigencias pero, ay, más dura y azarosa, más pegada a la
supervivencia. Una vida que todos añoran pero ya casi nadie quiere llevar.
Magníficas fotografías en las que se aprecia los efectos provocados por la lluvia y la nieve en las puertas.
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