Definía mi libro de literatura de 4º de
bachiller a la poesía como “la expresión de lo inefable”. A mis trece años no
sabía lo que quería decir inefable y lo busqué en el diccionario, ponía: “De
tal naturaleza o tan grande que no se puede expresar con palabras”. Me viene al
recuerdo esto ahora, porque si algo expresa más que las palabras que lo
componen es este poema de Rubén Darío. Aquí está la expresión de un anhelo
inexpresable con el que muchos niños y jóvenes pueden verse identificados.
Es un error considerar que niños y
jóvenes ven en la poesía una paparrucha académica más y una cursilada. Mi
experiencia me dice lo contrario: es un acceso privilegiado a su sensibilidad,
una de las pocas puertas abiertas a sus intereses por la vía emocional y
estética. El sentido de la belleza es casi innato. Con un trabajo empeñoso y
continuado, pero menos arduo que en otras muchas materias, es fácil seducirlos
con el atractivo, la musicalidad, la evocación y el ritmo de las palabras. He
sido tan sádico que he conseguido, de alumnos de once y doce años, que
aprendieran este poema de memoria, en los tiempos que corren, por el puro gusto
de hacer rodar estas palabras, que son como caramelos, en la boca. Y hoy me doy
el placer de copiar completo el cuerpo del delito, la Sonatina del gran Rubén, uno de mis poetas
preferidos. Memorable:
La princesa
está triste... ¿Qué tendrá la princesa?
Los suspiros
se escapan de su boca de fresa, que ha perdido la risa, que ha perdido el color.
La princesa está pálida en su silla de oro,
está mudo el teclado de su clave sonoro,
y en un vaso, olvidada, se desmaya una flor.
Parlanchina, la dueña dice cosas banales,
y vestido de rojo piruetea el bufón.
La princesa no ríe, la princesa no siente;
la princesa persigue por el cielo de Oriente
la libélula vaga de una vaga ilusión.
¿Piensa, acaso, en el príncipe de Golconda o de China,
o en el que ha detenido su carroza argentina
para ver de sus ojos la dulzura de luz?
¿O en el rey de las islas de las rosas fragantes,
o en el que es soberano de los claros diamantes,
o en el dueño orgulloso de las perlas de Ormuz?
quiere ser golondrina, quiere ser mariposa,
tener alas ligeras, bajo el cielo volar;
ir al sol por la escala luminosa de un rayo,
saludar a los lirios con los versos de Mayo
o perderse en el viento sobre el trueno del mar.
Ya no quiere el palacio, ni la rueca de plata,
ni el halcón encantado, ni el bufón escarlata,
ni los cisnes unánimes en el lago de azur.
Y están tristes las flores por la flor de la corte,
los jazmines de Oriente, los nelumbos del Norte,
de Occidente las dalias y las rosas del Sur.
Está presa en sus oros, está presa en sus tules,
en la jaula de mármol del palacio real;
el palacio soberbio que vigilan los guardas,
que custodian cien negros con sus cien alabardas,
un lebrel que no duerme y un dragón colosal.
¡Oh, quién fuera hipsipila que dejó la crisálida!
(La princesa está triste. La princesa está pálida.)
¡Oh visión adorada de oro, rosa y marfil!
¡Quién volara a la tierra donde un príncipe existe,
(La princesa está pálida. La princesa está triste.)
más brillante que el alba, más hermoso que Abril!
en caballo, con alas, hacia acá se encamina,
en el cinto la espada y en la mano el azor,
el feliz caballero que te adora sin verte,
y que llega de lejos, vencedor de la Muerte,
a encenderte los labios con un beso de amor».
Pío Baroja, novelista lapidario, otro de
mis escritores favoritos, dijo del genial nicaragüense: “Rubén Darío es un
escritor de buena pluma. Ya se conoce que es indio”. Y sí, aún no se había
inventado lo políticamente correcto. Pero si te gusta la pluma de Rubén Darío y
te animas a leer más poemas de este monstruo de las rimas, aquí está el mejor
enlace que pude conseguir:
Fotografié todas las flores subiendo al castillo del Turbón |
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