El
disco que me trae hoy a esta página es un producto prefabricado, listo para el
consumo masivo de un público de adolescentes, un álbum que fue manufacturado en
2005, en Inglaterra, por el avispado productor de las Spice Girls, buscando un
éxito comercial que no llegó. Se trata de una colección de canciones
synth-pop-electro-dance y todas las etiquetas similares que se te ocurran y
quieras adjudicarles, un álbum pegadizo y facilón, descaradamente orientado a
la pista de baile… En la vida he oído algo que huela tanto a montaje, algo en
la onda que luego nos han hecho aborrecer Britney Spears, Lady Gaga y compañía.
Música intrascendente, estudiada por la industria del entretenimiento para
destilar un inofensivo pasatiempo a jovencitos y jovencitas que, de mayores, ya
no escucharán música.
Claro
que he dicho que fue un relativo fracaso… en su terreno. Lo puedes oír y
descartar en unos minutos… o no. ¿Por qué no? No sabría decir qué me enamoró
concretamente de esta grabación, sabiendo lo que sabía cuando la escuché, pero
lo cierto es que lleva unos años entre mis chiclés favoritos y no acabo de
cansarme de ella.
En
primer lugar fue la chica de la portada, la actriz, modelo, bailarina y
cantante inglesa Rachel Stevens, que es muy guapa y muy sexy. Además canta como
los mismísimos ángeles rebeldes, justo antes de ser expulsados del paraíso.
En
segundo lugar, el estilo musical y los arreglos hacen del disco algo
desconcertante. Suena, a la vez, ochentero y actual. Tan actual que, por un
lado, en 2005, anticipa con claridad el toque electro de las divas de ahora
mismo, escuchas “So Good”, que abre el disco, e imaginando una voz más
robotizada, pasada por un vocoder, podrías pensar que se trata de un tema de este
mismo momento; por otro lado, la producción tiene un aroma ochentero que
recuerda a cantantes como Cindy Lauper, Kim Wilde o la mismísima Madonna de
entonces, que nos deleitaron en aquellos, ay, ya lejanos días.
En
tercer lugar, llego a la conclusión de que escucho una golosina pop de 24 quilates. Decenas de detalles elaborados con un
exquisito cuidado para poner el oído contento y, de rebote, el espíritu. Todo
ha sido, modelado, añadido, fabricado con el más depurado artificio, con el más
acabado gusto por una música comercial de altísima calidad, en caso necesario
se han plagiado frases y efectos de contrastada eficacia: la frase de guitarra
de The Cure en “It’s All About Me”, lo que haga falta, para sonar agradable y
resultón.
En
cuarto lugar, lo más importante, las canciones: unas composiciones diáfanas y
pegadizas que se van saboreando una a una, como caramelitos. Un disco que se
abre con “So Good” y se cierra con “Dumb Dumb” y, en medio, tiene once temas
más, de los que puedo decir que me pondrías en un aprieto si me pidieras un
descarte, es algo muy poco común. Es algo rarísimo, más bien. Lo común es
pergeñar tres o cuatro temas graciosos y lo demás va de relleno. Aquí, no: si
te gusta uno, te los comes todos. Mis preferencias se decantan por el intenso
“Je m’appelle”, el alegre y trotón “Funny How” que, si estoy deprimido, me
alegra el día y los perfectamente redondos “Negotiate With Love”, con sus
divertidos ruiditos, y “Secret Garden”, donde el registro insinuante de la
cantante luce de maravilla. Abstenerse diabéticos,
Será
complicado que te tomes en serio un producto así a estas alturas, pero si lo
haces habrás tenido suerte: tienes un deleite, entre muy poco y demasiado
inocente, garantizado.
Prueba
a bajarlo en mp3 con este enlace y si te rechifla, como a mí, te haces con una
copia de más calidad.
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