- EL FUTURO TRIUNFADOR
Hubo
una época de mi vida en que estudiaba, con un entusiasmo difuso pero obstinado,
la Tabla Periódica de los Elementos de Lothar Meyer y Mendeléyev, pues tenía la
certeza de que el saberla de memoria iba a valerme para oscuros e importantes
fines. Creía que este ejercicio de retentiva y asimilación me acercaba a una
parcela esencial de verdades a las que quería tener acceso, en parte porque,
aprovechando nuestra ignorancia, nos imbuían que el saber es la antesala del
tener y el poder, tal vez incluso del ser; en parte, también, porque hasta hace
algún tiempo, daba yo en pensar que el mundo este era un entramado de
evidencias empíricas, lógicas y didácticas, amén de sencillas, que valía la
pena conocer y desentrañar, para andar por ahí hecho un listillo.
De
esa época de mi vida, empachada de ilusiones y famélica de frustración, y de
los variados acontecimientos que fueron engordando la frustración y dejando las
ilusiones tísicas, tratará este tosco relato, iniciado con la sospecha de que
las amarguras de los más insensatos tontainas tienen la importante función
social de divertir a los demás.
Un
recuerdo brumoso y gélido, entreverado de autocompasión fingida, rescata a un
muchacho esquelético y desgarbado, horadando la mañana aterida del frío invierno,
caminando con precaución por los sucios adoquines de la calle Mayor, evitando
los tramos que están como un espejo turbio, donde lucen cuatro dedos de nieve
prensada y congelada, en la que un pie puesto alegremente, puede canjearse por
un premio de escayola en el cercano ambulatorio.
Lo timorato redime de lo
patoso al muchacho que, finalmente, no se desmorra, ya que resbala con una
prudencia impropia de sus catorce años.
Como impropia fue la imprudencia de los
noventa años de la abuela de Cipriano, a la que, como no sabemos su nombre,
llamamos la Flaturrápida, que le viene de flatulenta por lo mal que su anciano
intestino digiere los garbanzos, pues, según Josemari, “se ventosea hasta en
misa, cuando pasa a comulgar, y huele mucho peor que las bombas fétidas que
echamos en las peluquerías de señoras, cuando hay tres o cuatro sentadas bajo
los secadores, con el pelo recién marcado.” Lo de rápida le viene además porque
va trotando sin parar a todas partes, hasta el día de anteayer que, resbalando
en el hielo, se rompió la cadera y el coche fúnebre la llevó a Pamplona al
hospital. No parece para tanto, pero como está la ambulancia averiada, es el
coche de los muertos el que cumple, de modo provisional o interino, el cometido
de ésta, además la suspensión es mucho más cómoda.
Dejando a un lado a la pobre
abuela, el muchacho en cuestión soy yo, caminando hacia el instituto para
hacerme un hombre de provecho, cosa esta que, debo aclarar honradamente que no
he conseguido, cualquiera que sea la idea que uno tenga de un hombre de
provecho.
El
aprendiz de triunfador, futuro pelagatos, dobla por José Antonio Primo de
Rivera, pasando por delante del Paseo y del Gran Hotel, con su valla guarnecida
de esqueletos congelados y mustios de rosales y se dirige, tieso de frío, al anodino
edificio blanco del Instituto Nacional de Enseñanza Media “Domingo Miral”.
Con una mano sujeta sus libros, más sobados que sabidos, la otra mano la lleva resguardada en un bolsillo del abrigo de sucedáneo de paño barato, del color del pelo de las ratas. “Ese abrigo te lo ha hecho tu madre prensando la pelusilla y la borra que recoge cuando barre”, suele repetirle su amigo Chus siempre que hay alguna chica cerca.
Entra por fin en el templo del saber y se dirige presuroso hacia un radiador de la calefacción, de ser posible, el más cercano que esté desprovisto de culos apoyados en él, llegado al cual extrae la mano del bolsillo protector y con ella descarga los libros de la otra, que trae agarrotada. Permanece con ella curvada como un garfio de pirata sobre el radiador tibio, sintiendo un dolor lacerante que le reanima las articulaciones.
¿El pequeño TRINFADOR?
ResponderEliminarBusco en el RAE trinfar y no está.
Me sugiere trinar, trincar o triunfar.
Creo que por lo leído me quedaré con la primera.
El pequeño trinador, aunque luego se hizo muy alto y ancho de espaldas (de tanto aguantar papel) y ahora prueba en la tercera y oronda dimensión.
Cómo Dickens en el Pickwick, por entregas.
Ánimo
OK Gracias. Corrijo y a ver si me fijo.
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