Mi personaje de ficción favorito, el faro
que guía algunos de mis vicios y actitudes, es el protagonista de la formidable
novela de John Kennedy Toole, “La conjura de los necios”. Este personaje,
llamado Ignatius Reilly, un gordo excéntrico en guerra contra el mundo, tiene
la costumbre de ir al cine a ver las películas que más le desagradan y
horrorizan, con la intención de afirmarse en su repugnancia, desahogándose en
improperios y ratificándolas como un insulto “al buen gusto y la decencia”. Va
a ver a la actriz que más detesta y, en voz alta, opina que “habría que
azotarla hasta hacerla sangrar”. En el cine temen sus comentarios desagradables
y sus bufidos e intentan no dejarlo entrar.
Algo similar debe ocurrirme con los
libros. Con cierta frecuencia me descubro leyendo novelas que me parecen
deplorables y me irritan, por el puro placer de exasperarme como Ignatius.
Quizá haya una explicación más sencilla: conozco espectadoras inteligentes y
sensibles que, por puro morbo, ven, medio a escondidas, sus buenas dosis de
telebasura, programas del corazón donde la excompañera sentimental de un
actorzuelo famoso, lo cubre de inmundicia verbal, contando las más groseras y estúpidas
intimidades, para regodeo de un público ávido de hurgar en vertederos
sentimentales y morales. Cada uno se perjudica con lo que le apetece, que pa’
eso hay democracia, ¿no?
El caso es que éste es mi tercer libro
leído de una autora que no me gusta nada. Antes devoré con malsana fruición
“Amor, curiosidad, prozac y dudas” y “Lo verdadero es un momento de lo falso” y, lo que ahora me ponga a decir de
“Beatriz y los cuerpos celestes”, vale para las tres novelas, pues, no sólo
están cortadas por idéntico patrón, sino que son variaciones de la misma
historia: los mismos ambientes, los mismos personajes, los mismos conflictos.
La autora, Lucía Etxebarría, se enfrenta obstinadamente a la escritura de una
única novela de la que nos va sirviendo diferentes versiones o entregas.
En lo esencial, encontramos un discurso
en primera persona de un personaje femenino y joven. Es narcisista y
autocomplaciente hasta la náusea y, a la vez, autodestructivo. La que habla, se
postula como representanta de un espécimen generacional que se ha dado en
llamar “Generación Kronen”, cronológicamente perteneciente a los años noventa
del pasado siglo y caracterizada, psicológica y sociológicamente por un patrón
que trataré de condensar en cuatro frases.
Se trata de una hija de papá,
poseída por el odio generacional, lo que le lleva a una contradicción: tiene
posibles y vive de su familia o si la desprecia demasiado, de un trabajo
eventual, camarera, pongamos, aunque lo más frecuente es que sea estudiante, de
escasa aplicación, que es más antisistema. Una madre histérica y derrotada, es
imprescindible para dotar al personaje de complicidad con sus jóvenes lectoras.
Beatriz, aquí la protagonista, también es politoxicómana y emocionalmente
inestable, por tanto navega vitalmente a la deriva entre la autoindulgencia y
la egolatría, por un lado, y la temeridad y el desprecio, por ella misma y por todos los que conoce en su mundo y que
lógicamente repiten su patrón, por otro. De este modo, se cree por encima del
resto de los mortales: es una pija, pero desdeña a los pijos; coquetea con los
bajos fondos, poblados de camellos y rateros de medio pelo, pero también los
menosprecia. Por último está arduamente inmersa en el empeño de la liberación
sexual, la tal Beatriz es bisexual y feminista, pero es española y de formación
católica (colegio de monjas), con lo cual otra contradicción está servida:
siendo, a la vez, promiscua y estrecha.
Observemos primero lo de pija: ”Cuando
mi madre iba a buscarme al colegio era la única que no lo hacía en coche, y las
otras niñas no comprendían que viniese a buscarme en autobús y que luego nos
fuéramos de vuelta a casa juntas otra vez en autobús… Tampoco sabía explicarles
entonces por qué no podía conducir.” Y ahora lo de estrecha: Beatriz tiene una
relación lésbica con su amiga Cat que trabaja en un bar. Así lo etiqueta la
protagonista: “Pero con el tiempo dejé de ir, porque me aburría. No conseguía
entender a aquella panda de mariquitas histéricas y repintadas que gorjeaban
tonterías entre risitas de damisela.” O sea, liberada sí, pero guardemos las
formas… en el armario. En resumen, la novela de las Bratz inconformistas.
El uso y abuso de semejante personaje
puede tener una triple explicación, ninguna del todo satisfactoria. Quizá
pretende reflejar un exponente característico de la juventud urbana acomodada,
pero no me convence dado mi conocimiento de personas de esa generación,
pertenecientes a tipos muy diversificados que no repiten ese patrón concreto. O
quizá pretende reflejar un arquetipo moral, atormentado pero irresponsable, un
ser que es malvado sin tener conciencia de serlo, ni culpa, pues las
circunstancias le han llevado a ser ruin con cierta tibieza. Tampoco me
convence, me parece, como alma oscura, poco interesante. Mucho menos que la
mujer de Roger Rabbit, que dice: “yo no soy mala, me dibujaron así”. Por último
queda la repetida explicación de la experiencia autobiográfica: Beatriz es la
propia autora, a la que se parecería en casi todo, menos en el tipo, siendo
Beatriz anoréxica y Lucía Etxebarría un poco llenita. “Basada en hechos
reales”, si te gustan esas historias, igual le encuentras un pase.
Pero lo que de verdad me conmueve es lo
mal escrita que está la novela. La prosa chirría aquejada de mil y un ripios y
lugares comunes. Es sorprendente que un personaje que se jacta de haber leído
tanto, que critica el “Ulises” de Joyce, se exprese con una prosa tan tosca y
desaliñada, plagada de incorrecciones. ¡Y es una novela que ganó el premio
Nadal en 1998! ¡El más prestigioso de nuestras letras! Leer para creer.
Pondré, como última muestra, un párrafo
que me parece singularmente torpe: “Supongo que en el fondo todos sentimos lo
mismo, puesto que al fin y al cabo venimos de lo mismo: hidrógeno, helio,
oxígeno, metano, neón, argón, carbono, azufre, silicio y hierro, los compuestos
básicos del universo, moléculas elementales que existen desde el principio de
los tiempos y que, recombinadas entre sí, han dado lugar a otras más complejas.
El desarrollo de la vida es un milagro inevitable, una milagrosa combinación de
elementos según una trayectoria de mínima resistencia. Dadas las condiciones de
la Tierra primitiva, la vida tenía necesariamente que surgir; del mismo modo
que el hierro inevitablemente se oxidará en el oxígeno húmedo. Cualquier otro
planeta que se pareciese física y químicamente a la Tierra desarrollaría vida.
Todos somos inevitables, todos venimos de lo mismo, todos constituimos un
milagro en nosotros mismos. Energía y moléculas es vida. Amor y frustración
igual a celos.” (Sic). Con un par…
El compendio de filosofía barata y
asimilación errónea de la ciencia, más el imposible equilibrio entre lo
alpargatero y lo pedante, me ponen en bandeja mi tan amado sentimiento de entusiasco. Ah,
y por supuesto, pienso leer más libros de esta colosal autora, antes de que se
seque su portentosa facundia.
A finales de 2011, Lucía Etxebarría anunció que iba a dejar de publicar libros "por culpa de la piratería".
ResponderEliminarYo creí que era un sano ejercicio de autocrítica dada su afición a "copiar y pegar", pero no. Se refería a que las descargas ilegales de su última novela superaban ampliamente a las ventas de la misma.
Espero que no te veas obligado a releer...
Me ha encantao tu reseña. Yo también soy adicta a leer basurilla y después de leer esto no voy a dudar en echarle un vistazo a la Etxebarría. :)
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