Si
no recuerdo mal, visité por primera vez Montañana hacia 1975. Si no recuerdo
mal, repito, me encontré con un pueblo ruinoso y casi deshabitado. En un
entorno muy húmedo, entre dos barrancos, algunas casas y la torre de una
iglesia en lo alto sobresalían por encima de una vegetación bastante densa. Me
acompañaba una amiga y nos sentamos en el puente de piedra más allá del cual se
alza la población. Saqué unas fotos, hoy extraviadas y me pareció un lugar
apacible y solitario con mucho encanto.
Con
tanto que he vuelto en numerosas ocasiones, hasta dudar de mis recuerdos por
dos motivos: primero que el pueblo ha sido sometido a una minuciosa e
inteligente rehabilitación, que lo ha embellecido y restaurado sin quitarle
nada de su sabor y destacando un precioso adoquinado, ahora luce como uno de
los núcleos más bellos de toda la Ribagorza, sus dineros les habrá costado; y
segundo, que los persistentes años de sequía han convertido el lugar en un paisaje
bastante más árido del que anidaba en mi incierta memoria. Por los barrancos
baja muy poca agua, tan poca que en verano se secan y la piedra parece más
desnuda y más áspera.
Ésta
es la imagen emblemática de Montañana: la iglesia de Nuestra Señora de Baldós,
entre que románica y gótica, coronando un alto y en el interior de un recinto
amurallado del que sólo se conservan algunos sugerentes restos.
Estamos
en el reino de las fachadas de piedra, de una desconcertante autenticidad, bien
conservadas y, en su caso, restauradas. La puerta de la izquierda tiene un arco
que es un curioso acertijo constructivo. Por lo que se ve, hace de tablón de
anuncios y hay un afiche de una prueba ciclista.
En
esta hermosa fachada con escalinata de piedra, la voluntad de estilo ha
alcanzado a todos menos a la compañía eléctrica, claro que tampoco
pretenderemos que los habitantes de la vivienda laven a mano.
Esta
característica puerta de corral tiene las piedras de su base carcomidas por el
tiempo, al igual que la madera. Su dintel ostenta una rara asimetría que le da
un toque misterioso y el macetero roto parece una ofrenda a los dioses del
olvido.
Ésta,
ostenta una viga de madera en el dintel. La cerradura está oxidada, indicando
que los secretos que protege su dueño no son visitados a menudo. El enlucido de
la fachada le otorga un carácter pictórico. El umbral guarece hojas de un otoño
ya bastante remoto.
Esta
toma muestra una pareja de puertas tan próximas que componen un conjunto de una
belleza estrafalaria, insólita y contundente. Son absolutamente dispares y, sin
embargo conforman un conjunto tan armonioso y cautivador que daña la vista.
Y
hasta aquí puedo leer… que decían en un remoto concurso de televisión. Ha
resultado finalmente que este pueblo ha sobrepasado la capacidad de una entrada.
Tengo muchas más imágenes y, como me parecen muy interesantes, volveré pronto
sobre el asunto. Ahora debo acabar, que me cierran el quiosco.
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