Dado que las condiciones laborales que
estamos dejando en herencia para nuestros hijos propiciarán un desarraigo
creciente, un número de excluidos cada vez mayor y los demás disfrutarán de
trabajos-basura eventuales, mal retribuidos, sometidos a la movilidad, la
incertidumbre y la inseguridad, cuando no al abuso directo, amén de alternativas
tan poco estimulantes como los minijobs, los contratos de aprendizaje
permanentes y los de becarios y meritorios sin expectativas, a tal punto de que
los que carezcan de patrimonio o de acomodo en familias desahogadas, ya pueden
ir planteándose emigrar a algún país emergente, o buscar refugio en evasiones
como la poesía, que es barata, no como los estupefacientes, que están por las
nubes. Así que no me importa predecir, aunque me equivoque, que el consumo de
poesía aumentará, como paliativo, si los tiempos, como parece, se ponen
singularmente duros.
No sé si me sigo, pero todo esto venía a
cuento de un poema, un soneto cómo no, que compuse hace unos años, durante una
crisis económica también muy jodida, allá en los ochenta, cuando mandaba la señora
Thatcher, recientemente retirada, y la reconversión industrial vació las
factorías, lanzando al paro a miríadas de operarios especializados. Entonces
quise poner versos a un mensaje de optimismo, pensando que uno podía trabajar
de primavera, o ser lo suficientemente primavera para trabajar, ya no me
acuerdo. Aunque lo cierto es que me quedó un poema hecho un abril, la mar de
pulido, que puede gustar a grandes y pequeños y proporcionar no poco consuelo a
algún alma afligida. Yo lo pongo por si acaso.
EVENTUAL DE PRIMAVERA
me levantaba de muy buena hora,
ponía nueve alondras en la aurora
y un mirlo dirigiendo el vivo ensayo.
la lluvia deslizábase sonora
y regaba amapolas de soslayo.
colmaba el aire tibio de fragancia.
en rincones ocultos de mi estancia.
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