Una
de las tareas más exasperantes y atractivas para el aficionado que sale a
pasear con una cámara de fotos al hombro, con ánimo de disparar a todo lo que
se ponga por delante del objetivo, es tratar de fotografiar mariposas. Son unos
bichejos nerviosos e imprevisibles y resulta difícil acecharlos y seguirlos. A
veces, tras ratos de derrochar paciencia y enfocar inútilmente, un bonito y
colorido lepidóptero se te escapa y no has podido sacarle una instantánea
decente.
Además,
desconozco casi todo lo relativo a su identificación, así que me voy a comprar
el recién publicado “Mariposas diurnas y Zygaenas del Cinca Medio y territorios
limítrofes”, editado por CEHIMO y la próxima vez que haga una entrada de este
tipo, ya sabré si las artistas invitadas son corrientes como plagas o raros y
exquisitos ejemplares, joyas de la entomología. De momento, mi guía en la
captura fotográfica es la estética del insecto y la oportunidad de capturarlo
en un buen encuadre.
En
un par de ocasiones, he tenido la fortuna de sorprender al “chupóptero” con la
lengua extendida, desenroscada, libando su alimenticio néctar en alguna
florecilla silvestre. Cuando, más bien por “chamba” me encuentro con un
resultado así, me acuerdo del bueno de Fernando Fernán-Gómez en la película “La
Lengua De Las Mariposas”, bordando su papel de maestro de los de antes y
describiendo a sus alumnos tan singular adaptación anatómica, con un entusiasmo
rayano en lo maníaco. Sean estas fotos, pues, un homenaje a tan singular
pedagogo.
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