Bueno pues se han terminado las
vacaciones de verano y comienza un nuevo curso. Los niños lo afrontan con un
poco de melancolía y mucha resignación y sus padres con un indisimulado alivio.
Por delante se extienden algo más de
nueve meses de clase: una pesada carga para profesores y alumnos, que puede
afrontarse como un paso adelante en una larga y, en ocasiones, provechosa
misión.
Con el fin de aliviar esta dolorosa
inmersión en la rutina de las tareas escolares, me permito traer de nuevo a
estas páginas el humor de Quino, cuyos personajes son unos niños, con
caracteres muy diversos, que afrontan con mejor o peor fortuna lo que la institución
escolar exige de ellos.
Estas tiras, que ya han cumplido cuarenta
años, hacen diversas incursiones en una escuela menos anticuada de lo que
podría parecer, sus observaciones son bastante atemporales y nada obsoletas. En
mi opinión han pasado bastante bien el tiempo: la prueba es que mi hijo el
pequeño se ríe cuando las lee, pese a la lejanía geográfica (allí el curso
empieza en marzo, comienzo del otoño en el hemisferio sur) y a algunas pequeñas
dificultades léxicas con el habla lindísima de sus pequeños protagonistas.
Mafalda, la concienciada y un tanto
marisabidilla (con evidentes influencias en Lisa Simpson), el indeciso Felipe,
el tosco Manolito, la conformista Susanita, el egocéntrico Miguelito y la
rebelde Libertad, conforman un elenco de personajes absolutamente entrañables
para mí. No reflejan (ni lo pretenden) con un estricto realismo el mundo de la
infancia, sino una perspicaz y, a la vez, ingenua interpretación adulta de los
desajustes del mundo que nos rodea.
La escuela no escapa a la observación de
Quino, su autor, que los sumerge allí para dar de ella, como de todo lo demás,
una visión cargada de sentido crítico y de cariñosa ternura, cada cosa cuando
toca.
Conciliar inocencia y lucidez, con tanta
carga de humor, es un logro indiscutible, desde aquí lo reivindico una vez más. Y no será la última.
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