martes, 29 de septiembre de 2015

Capturando Reflejos

El pasado 22 de septiembre, por la mañana me fui a pasear a la chopera de mi pueblo con mi abultada Pentax K-5 bajo el sobaco. Sabía que habían regado con generosidad las parcelas en días anteriores y me dije que, si tenía suerte, capturaría un desconcertante muestrario de reflejos en el contraluz de la mañana.

No madrugué tanto como hubiera deseado: me hubiera gustado “pillar” el sol más bajo en la orilla este del camino, para que el efecto de contraluz fuera aún más notorio y los destellos más luminosos, con idea de “quemar” las zonas más brillantes y ver qué salía del experimento.


 
Hice bastantes fotos: los chopos sobresalían de una especie de laguna que, merced a que el calor ya es escaso, no sugería amenaza alguna de paludismo. Sin embargo, los colores del otoño no habían hecho todavía su aparición.


 
Siempre que fotografío la chopera (y lo hago continuamente), tengo problemas con la nivelación de las imágenes: es debido a que la arboleda está muy expuesta al fuerte cierzo y la verticalidad de los troncos es variada, de este modo siempre se consigue que salgan torcidas.


 
Quería conseguir tomas donde no se acabara de precisar dónde acaba lo sólido y empieza lo líquido, dónde se transparenta el aire y dónde no lo hace el agua, dónde se confunden árbol, reflejo, reverberación e incluso manchas parásitas del sol desparramado en la luz avasalladora de la mañana. En fin, una gran confusión atmosférica y ambiental.

Esta vez, haciendo gala de lo torpe que es uno, las fotos no han sufrido NINGÚN tipo de edición o retoque, sólo les he cambiado el tamaño para poderlas “colgar” sin que el asunto tarde más que el atestado del juicio final.

 
 
Y finalizo con un cuadro al óleo que pinté hace cuarenta años, no sé si los chopos parecen chopos y los reflejos parecen qué se yo, pero la búsqueda era la misma y la torpeza, parecida.  

sábado, 26 de septiembre de 2015

Jornada De Refección

La independència, com sempre, es farà al voltant d’enguany. (Simó Bolívar, Nicolau Madur i Raül Castro).

Esta vez no parece que ningún atontado terrorista vaya a salpimentar la jornada de reflexión, así que hablar del voto del miedo, sobra. Hablaré a cambio, del transfronterizo voto de la risa. Como si algo no creo que sea internet es interactivo, convocaré a las masas de seguidores, cerca de 2 x 100 personas (y no votantes en esta lid), para que vean a estos mangarranes en su salsa.

Soy consciente de que enlazar este tipo de vídeos de YouTube, es como meter el agua en una cesta. Un montón de trabajo, para nada. Dentro de pocas semanas, las dos terceras partes estarán desaparecidos, pero en fin, yo lo intento, esta vez con “animus jocandi” y sin “animus injuriandi”.

Comenzaré con el primer acto de la campaña electoral. Como mi amigo el Resentido no entiende ni palabra de catalán (entre otros déficits educativos que atesora y ostenta), dijo. “fíjate qué adelantados están allí, ponen en la tele programas infantiles para niños con discapacidad intelectual… Y son bastante mejor que los Teletubbies”. Sin comentarios:


Un fantasma recorre Europa, que diría herr Karl Marx. Aquí vemos a Mr. Romeva sosteniendo que Cameron se equivoca, Merkel se equivoca… Y que, leída como es debido, la Constitución de 1978 no sólo contempla sino que incluso promueve la independencia catalana… ¡Bravo don Raül! ¡Romeva For President!:


Los chicos de la CUP comparan a Cataluña con una furgoneta averiada y exhortan a no fiarse de nadie y a votarse a uno mismo:


La alcaldesa de Barcelona promete apoyar la independencia desde su redecorado ayuntamiento. Eso será si se lo permiten sus compromisos con cadena Dial, los 40 principales y el contrato para hacer el remake de “Sor Citroen”:


Aquí vemos a un clérigo musulmán mostrando su apoyo al independentismo:


En éste, un pobre señor que no disfrutó de las ventajas de la inmersión lingüística, nos demuestra hasta qué punto, con la dosis prescrita de entusiasmo y buena voluntad, todos tenemos cabida en el proyecto soberanista:


Menos este señor, uno de los más unánimemente odiados en Cataluña (hasta intentaron pegarle un tiro), que sigue obstinado en sembrar cizaña, allá él:


Yo pensaba que decir un periodista inteligente era un oxímoron. Me equivocaba, aquí hay uno. Y el caso es que lo recordaba de la Guía del Ocio de Barcelona…


Y por último Boadella, en su papel de SUBLIME bufón. Aunque lo noto esta vez un poco triste, un poco melancólico… Si sólo tienes tiempo para ver un vídeo, ésta es mi recomendación:

La solución, como dije ayer y repetiré todos los días, mañana.

viernes, 25 de septiembre de 2015

La Guerra De Banderas En El Torneo De Ajedrez De Benasque

Un amigo, del mundillo ajedrecístico, me sugiere que cuente semblanzas y anécdotas de Benasque, un torneo de ajedrez que ha marcado el comienzo de mis vacaciones veraniegas durante más de treinta años. Como, a la edad que tengo, es muy difícil que nadie me pida que me esfuerce en recordar tal o cual suceso, o que cuente una anécdota que ya han oído setecientas veces, más bien la gente sale corriendo con cualquier excusa ante semejante posibilidad, decido hacer caso de la sugerencia del amigo, pese a la soterrada convicción de que se arrepentirá de haberla formulado.

 
Y como me desayuno con la noticia de la “guerra de banderas” en el ayuntamiento de Barcelona, deporte éste de gran predicamento entre las tribus celtíberas, viene a mi memoria un incidente ocurrido a mediados de los años 80 en el torneo ajedrecístico de mis amores. Era yo a la sazón un jugador flojo, casi tanto como ahora, que carecía del entonces ansiadísimo ELO Fide, para el profano una especie de rating internacional que cuantifica la fuerza ajedrecística de su poseedor. Hoy lo tenemos hasta los jugadores menos aventajados, pero en aquella época era un sueño figurar en un ranking internacional, a mí me parecía la rehostia. Además a los jugadores con ELO internacional les ponían una banderita muy cuca al lado del tablero, con su pie y todo. Hoy sé que hay demasiadas banderas en el mundo y que todas valen lo mismo, pero entonces me hubiera hecho más ilusión que una gorra a cuadros.

En aquellos tiempos remotos, el torneo comenzaba con largos preámbulos y discursos de los organizadores, de las autoridades y hasta del repartidor comarcal de Coca-cola, aquello se eternizaba. Hoy, con un elevado grado de profesionalización de los jugadores, los preliminares son más parcos y nadie se enrolla más de tres minutos, pero aquél día la cosa se alargaba y empezamos a oler a quemado.

El maestro internacional Félix Izeta, llevado de su entusiasmo patriótico, había prendido fuego al rayón o poliéster barato de la enseña española que adornaba su lado de tablero. Se armó un tumulto muy leve, había cosas más serias en qué pensar y, en aquella época, la icineración de la bandera constitucional era un elemento cotidiano de la, casi recién estrenada, libertad de expresión.

Al día siguiente, el maestro Izeta enfrentaba a Lucas Cisneros, un fuerte jugador zaragozano. El maestro vasco apareció provisto de un soporte con una enhiesta hoja de cuaderno escolar, donde había pintado, con más pasión que maña, una ikurriña con lápices de colores…

Su rival, Cisneros… No adivinaríais fácilmente la réplica que le dio. Extrajo, como si fuera la cosa más natural del mundo, otra bandera en su soporte, para ponerla de su lado del tablero: una primorosa enseña pirata, negra, con la calavera y las dos tibias. Fue un puntazo.

He citado, pese a las molestias que esta indiscreción pudiera reportar, los nombres de los protagonistas de esta bizarra historia. Lo he hecho, por si llegara a conocimiento de algún presente con una memoria más precisa, y fuera capaz y quisiera enmendarme o desmentirme algún detalle. La partida transcurrió sin otros incidentes dignos de mención, cada jugador amparado en el pendón de su fervor particular, dos grandes ajedrecistas, más fuerte el vasco, más ocurrente quizá el zaragozano.

Y, después de esta fábula sin moraleja, termino con dos brochazos estrictamente ajedrecísticos: uno es el movimiento del recordado Maiztegui, que en su partida jugó exd5!!? Soberana apuesta. Es de todo punto obvio que si el blanco juega Cxc7, pierde rápidamente; pero si tiene defensa, ésta no es fácil de encontrar, al menos para mí. El diagrama estaba en la anterior entrada de ajedrez. Y ahora, observa este otro:

Juegan blancas y ganan
 
Donde tampoco encontré la jugada precisa en esta posición. Y mira que parece fácil: aprovechando que el rey negro está alejado, el blanco se engulle el peón, corona el suyo y gana… Pero como es frecuente sólo hay UNA jugada que lleva a la victoria. Mira a ver si la encuentras tú.  

jueves, 24 de septiembre de 2015

Canciones De Veranos Remotos

Los veraneantes son una fauna muy reciente en el tortuoso vaivén de la evolución de las especies. En este país, antes de los últimos años cincuenta o los primeros sesenta, sólo veraneaban los aristócratas y los potentados: el resto de la población andábamos demasiado ocupados procurándonos féculas para la subsistencia.


En los años cincuenta del pasado y ya casi remoto siglo, la pequeña burguesía: comerciantes, dentistas, autónomos, industriales, farmacéuticos y estanqueros, entre otros, descubrieron el veraneo. Algunos se compraron un chalet o un apartamento en la playa, donde la familia pasaba las vacaciones a salvo del tórrido bochorno del interior. Lo creas o no, una de las primeras consecuencias de este fenómeno sociológico fue la canción del verano, primero en manos y gargantas de artistas italianos y franceses, hasta que llegó el Dúo Dinámico.

Yo nunca fui fan del dúo barcelonés, primero por edad: no tengo hermanos mayores, pero de haber tenido uno con tres o cuatro años más que yo, hubiera recibido, a través de él, el eco de un éxito casi inconcebible, como el que tuvieron en aquella apagada España, cuyos rincones más mohosos y mortecinos comenzaron a iluminarse con su música desenfadada y optimista, de claras resonancias norteamericanas, pero adaptada a nuestra peculiar idiotincrasia.


Y en segundo lugar, la fanicie no me alcanzó por extracción social: la cosa reclamaba un modelo de niño bien, modoso y un poco pijeras, a ser posible propietario de una Vespa y con un papá que tuviera un apartamento en la playa, que serviría de base de operaciones para vivir las deliciosas aventuras sentimentales propuestas en las pegadizas tonadas del asombroso dúo.

Pero no te engañes, su fama descabellada alcanzó a todos los estamentos a principios de los sesenta… actuaciones, discos, galas, películas con y sin Marisol… Hasta como personajes de comic llegaron a comercializarse en este desfallecido y roñoso país. Fue lo que hoy llamaríamos un megabombazo. Y bastante prolongado, hasta la irrupción de los Beatles, por lo menos. Luego, han sido un episodio camp también muy perdurable y con muchas recidivas.


Con la Transición, se volvieron a poner de moda como un fenómeno un poco perverso, todo el mundo fingía encontrar risibles y desfasadas sus canciones, ocultando lo que en realidad ocurría: que seguíamos siendo víctimas de su indiscutible gancho. Y aunque, en el ágora, escuchábamos “Libertad sin ira” (Una canción tan ridícula, esta sí, que nunca hubieran firmado Manuel de la Calva y Ramón Arcusa), a escondidas, o tal vez en la intimidad de la ducha, entonábamos “Quince años tiene mi amor” o “Mari Carmen” (Es Mari Carmen, dijeron todos / su mirar, / su bailar / cautiva todos los corazones / y tú bien pronto lo vas a comprobar…)


De entre todas las canciones de ambiente veraniego y playero que confeccionaron (y fueron muchas) me quedo con dos: la popularísima y algo rimbombante “Amor de verano” que, en el de 1964, maullaban hasta los gatos de tu callejón y la melancólica “Adiós verano, adiós amor”, con la que, hasta yo que soy poco propenso a los ataques de nostalgia, me siento alcanzado por un punto, medio poético, medio kitsch, y suelto, si no me ve nadie, una lagrimita por esos amoríos quiméricos que nunca me fue dado vivir.


Mucho después, al otro lado del charco, se articularon y se reciclaron estos delirios juveniles en una película como “Grease” y lo petaron. Aprovechando que estás descuidado, te endiño un vídeo de ambas canciones atrapaveraneantes, así que conecta el sonotone y disponte a recordar.


Pero, a mi poco juicioso juicio, su mérito mayor, o uno de ellos, radica en haber rubricado el equivalente español de la norteamericana “My way (A mi manera)”. La canción a que me refiero es “Resistiré” (y ha resistido, en efecto, a todas las manipulaciones y apropiaciones espurias), otro himno más para nosotros, los creyentes en una religión personal, aquella que no admite más adeptos ni conversos que uno mismo.

La versión original de “Resistiré” adolece, como es muy frecuente en el país de charanga y pandereta que hollamos, de un arreglo catastrófico, con unos sintes horrorosos. No tardando mucho, la memoria histórica hará un ajuste de cuentas con los arreglistas, pero a día de hoy, la mejor versión que he encontrado por ahí es ésta, no es porque se trate de un primo mío… Es que, manejado por Jose Ángel, el tema cambia de nivel y parece algo salido de Gilbert Becaud o de Jacques Brel. No te lo pierdas.


Por cierto, ahora que veraneantes somos todos, suelo aprovechar para huir, con la familia, de las fiestas patronales de mi pueblo y su monótono bullicio. Me voy a la playa más cercana, en estas fechas casi deshabitada, y hago estas fotos que he compartido hoy en la entrada. “Vuelvo a la playa donde te conocí y el mar me canta así. Chao, chao ...”


miércoles, 23 de septiembre de 2015

Se Nos Fue El Verano (Con Pirotecnia)

Se nos fue el verano. Lo que en mi pueblo llaman, con una frase insólita de narices, “el buen tiempo” y eso que el calor no te deja respirar ni siquiera por la noche… A no ser que tengas aire acondicionado y te sumerjas en las contradicciones de nuestro modo-de-vida-cada-vez-más-ecológico-y-sostenible… Pese a estos sinsabores y otros (polvo, sequía, mosquitos, incendios, contaminación acústica), estamos casi todos de acuerdo en que el verano es una época alegre, en la que nos sentimos obligados a divertirnos con frenesí, a viajar empapados de sudor y a tomar las calles durante las breves horas en las que el astro rey deja de mortificarnos con sus cancerígenos rayos.


Yo atribuyo semejante preferencia por el estío a que todos los niños y buena parte de los adultos están de vacaciones. Y las vacaciones son el estado primigenio del ser humano: según la mitología judeocristiana, dios creó a la primera pareja (heterosexual, qué previsor) y los puso, de vacaciones vitalicias, en el jardín del edén, donde siempre era verano, ¿alguien se imagina el paraíso en invierno, con nieve helada y un viento de esos que acuchillan?


Bueno, pues un año más hemos sido expulsados del paraíso y aunque, en el clima extremoso de mi pueblo, los dorados y tibios días de octubre, si el cierzo no los desbarata, son los mejores del año con diferencia, se viven las últimas fechas del verano con un sentimiento de pérdida. Para mayor descalabro, aquí el verano se despide con la celebración de las fiestas mayores: el día 21, tradicionalmente el del cambio de estación, es también la festividad de san Mateo apóstol y evangelista, patrono de aduaneros, loteros, estanqueros y recaudadores de hacienda (es así, no miento). En el lugar donde resido, la gente lo adora, lo tiene presente todos los días del año, es fanática de sus sagrados textos: si vienes por aquí, ten cuidado con ponderar el evangelio de san Lucas, de san Marcos o de san Juan, porque hay mucho forofo y te podrían hinchar un ojo, vamos, debes declarar, con el más espontáneo testimonio, que ningún evangelio es tan apasionante, tiene tanto suspense o está tan bien escrito como el de san Mateo. Menudos somos por aquí.


Y, como cada año, se ha despedido el verano, las fiestas y la esperanza de continuar pasándolo bien, con un castillo de fuegos artificiales desde el Castillo. Un punto final bombástico y ruidoso, al que ponía un silencioso contrapunto una luna discreta que he acrecentado en las fotos, retocándolas para que haga más bonito.


Y para que sirva de metáfora, allí quieta, sobrellevando los últimos coletazos del jolgorio, para alumbrarnos luego en nuestra travesía por el rutinario territorio invernal, por el melancólico revés del calendario… Hasta la próxima temporada. A la que llegaremos si hemos sido cautos con nuestros movimientos, en una senda apenas iluminada por su luz fantasmal, donde se hace difícil recordar que cada paso que damos, nos salva la vida.

lunes, 21 de septiembre de 2015

La Pequeña Ciudad Episcopal En Tiempos De Los Beatles 42

Ese segundo día de nuestro periplo, primero en una delicuescente tierra firme, resultó fatigosísimo, pues, por una parte, los más llevábamos una eternidad sin dormir y por otra, nuestros profesores acompañantes, cuyos beatíficos ronquidos habían anegado el autobús, amortiguando incluso los más estentóreos y salaces cánticos surgidos de nuestra insensata confusión, que equiparaba el disfrute colectivo con la emisión a voz en cuello de coplas tales como:
“Si quieres que te la meta,
te lo tienes que afeitar,
porque mi picha no entra
por ese cañaveral,”
y otras once mil semejantes, berreadas por garganchones cada vez más afónicos y de las que haré gracia al lector, de cuyo suicidio no quiero sentirme responsable, nuestros profesores acompañantes, como decía, estaban en plena forma y dispuestos a no dejar monumento sin visitar, claustro sin hollar, jardines sin inspeccionar ni joya histórica o arquitectónica sin tasar.
 
Tras elegir habitación, dejar los trastos y desayunar, salimos para pasar la mañana por la Alhambra y el Generalife, en una visita guiada que nos dejó extenuados y la tarde en unos baños árabes donde no nos dejaron bañarnos ni cosa parecida.
 
Cuando nos soltaron, libres por la hermosa ciudad, constituíamos una pandilla de espectros extenuados: al agotamiento se sumaba el inesperado y fuerte calor y decidimos meternos en un cine refrigerado, donde vi la cabecera y los primeros fotogramas de “¿Por qué te engaña tu marido?” Antes de quedarme como un leño, abrir un párpado para deambular hacia la cena y volver a caer roque en uno de los tres catres que atestaban una habitación minúscula, de paredes encaladas, con vigas marrones que veteaban un techo blanco y tan bajo que teníamos que encogernos para no desmocharnos la cabeza en una de ellas. Mi catre se encajaba a presión entre el de Rivero y el de Mateo que, al día siguiente, coincidieron en que mis ronquidos superaban el ruido de conjunto de los cuatro motores del Enola Gay, hasta tal punto que, si hubieran volado conmigo dormido a bordo, el ruido hubiera alertado las defensas antiaéreas de todo Japón y el holocausto nuclear se hubiera evitado. Estas eran las fantasías habituales de Mateo.
 
Aposento en La Alhambra (Mateo, lápices de colores)
 
La cosa fue razonablemente bien, hasta llegar a Sevilla, el día 21 a media mañana. Como de costumbre, habíamos madrugado más que el gallo de Mindanao y, como de costumbre, apenas habíamos pegado ojo. Serían las dos o las tres cuando nos retiramos al hostal, cansados de deambular por las calles ya semidesiertas y algo achispados.
 
Tras apurar nuestra dosis de cartujas y pinacotecas, habíamos sido soltados y habíamos intentado abordar, horas atrás, en el momento mágico del crepúsculo, a unas chicas que, aquí tanto como en Jaca o más, iban en pelotones muy nutridos y se habían burlado de nuestra tentativa con risas muy desenfadadas y cantarinas: “¿A dónde vai vuzotro con eze zaco de ezez?” Todos creyeron que el saco de heces era yo y me conminaron a abandonar el grupo y regresar solo al hostal, para permitirles otro intento de ligar sin cargar con la presencia y el gafe de un apestado. Menos mal que Jezú les explicó que las chicas se habían burlado de nuestro poco saleroso acento del norte, en realidad habían dicho: “¿a dónde vais vosotros con ese saco de eses?” También fue trabajoso interpretar a Jezú tratando de enmendar el malentendido, tras lo cual no se prescindió de mi presencia. Aunque de nada sirvió: nuestro acento nos delataba como forasteros y, era cosa sabida por las chicas granadinas de aquel entonces, que los forasteros no van con intenciones serias, sino para pasar el rato. De éste modo nos hicieron entender que más valía que nos entretuvieran nuestras respectivas madres y no obraba en nuestro favor, tampoco, que nos consideraran unos mocosos… Nos dimos a beber fino y volvimos trastabillando al hostal que estaba donde Cristo dio las tres voces.
 
Vista de Granada (Mateo, acuarela)
 
No había que pensar tampoco en intentar colarnos en las habitaciones de nuestras compañeras, el acceso a las cuales estaba vigilado severamente por Pichot y la Borau, que se turnaban en indesmayables guardias. Así que nos fuimos a dormir y al día siguiente, el del viaje a Sevilla, Rivero y Mateo estaban muy cabreados porque, según decían, yo había vomitado debajo de sus camas y, menos mal que ya cambiábamos de aires pero, a la próxima, me mandarían a dormirla al carrito de mi padre, “si no sabes beber, Pinchaúvas, no bebas” me apostrofó Rivero, que la noche pasada, de camino al hostal, se caía sobre mí, por lo que tuve que ayudarle a traspasar el umbral de nuestra diminuta habitación, pues se había desplomado como un fardo beodo ante la puerta, lamiendo la rendija desde el suelo para intentar abrirla.
 
Nuestras habitaciones en un hotel desvencijado y polvoriento del centro de Sevilla eran peores, si eso era posible, que las que habíamos dejado atrás unas horas antes, arrasadas según un ceñudo Mateo: éstas eran más sucias y más desconchadas, ostentaban unos curiosos baldaquines de polvorientas telarañas sobre las camas y volvían a ser minúsculas. En la que a mí me cupo en suerte, no se pudieron insertar tres camas ni a presión. Una señora gorda como la bisabuela de Moby Dick retiró unas sábanas acartonadas con unos churretones de color caramelo, murmurando hastiada: “vaya, san divertío de lo lindo los dos sarasas can pasao aquí la noche, ¡poco habrán dormío!” Mateo me miraba resignado aunque, en honor a la verdad, las sábanas que puso la voluminosa dueña en sustitución de los sudarios que retiraba, tenían un aspecto casi decente.
 
La Giralda (Mateo, lápices de color)
 
He de confesar que, aquella mañana en Sevilla, me gustó mucho subir a la Giralda: una rampa sin escalones asciende, dando quiebros por su interior, a lo más alto y resultaba divertidísimo bajar corriendo como un loco. A la tercera vez, me detuvo Pichot:
 
 - ¿No se cansa usted nunca de hacer el ganso, Gómez? Suba de nuevo y atienda a la docta explicación de nuestra cicerone, o disfrute de las preciosas vistas del centro de Sevilla, y deje de comportarse como un retrasado.
 

miércoles, 16 de septiembre de 2015

Memoria De Lincoln Maiztegui

Conocí a Lincoln Maiztegui en Barcelona, hacia 1979 o 1980. Por aquél remoto entonces, yo jugaba al ajedrez en el club Foment Martinenc y él acudía como jugador-parroquiano-invitado a nuestro club, que era a la sazón uno de los más animados de la Barcelona entera. Me llamó mucho la atención un hombre bohemio, un contertulio muy brillante, fumador, bebedor, hablador y noctámbulo... Lo ideal en aquella época. 

Fui enterándome superficialmente de algunas de sus circunstancias vitales: era uruguayo y había recalado en Barcelona, para evitar ser represaliado por la autodenominada dictadura cívico-militar que había asumido el mando en aquel, por entonces, revuelto país, del que yo, como todos los gallegos, no sabía nada en absoluto. Ni lo supe por él: no nos hablaba ni de los tupamaros, ni de las caceroladas, ni del Partido Blanco, ni del Partido Colorado, extremos estos que me parecieron sorprendentes cuando me enteré de que era periodista y profesor de Historia (y, más adelante, de que ha escrito una extensa historia de su país, titulada “Orientales”). Hablábamos de música, de cine, de libros y, sobre todo, de ajedrez. He conocido a pocas personas que sepan tanto de estas cosas, en particular, de la última... Vaya cómo le gustaba disertar y tener su público, merecido, pues era un interlocutor de una amenidad extraordinaria aunque, sí, le gustaba escucharse.

 
Su vida en Barcelona parecía un tanto a salto de mata, como la de numerosos exiliados latinos que, en aquella época, poblaban una ciudad que no les debía ser particularmente acogedora o cómoda. Me refiero a que su situación, sea por la decidida bohemia vital, sea por el encubierto desdén que padecen estos intelectuales extrapolados, era, no sé en qué términos precisos, de una cierta penuria, que el señor Maiztegui encaraba con la decidida vitalidad de un hombre grandullón y jovial.

Ha jugado en numerosas ocasiones el torneo de Benasque: ganó el primero de todos y ha jugado el más reciente, el trigésimo quinto, que será el último para él. El alfa y el omega.

Lo que más me llamaba la atención en este terreno del tablero es que no era un fuerte jugador de ajedrez: hubo una época en que teníamos el mismo ranking, sin embargo él podía haber reescrito la Enciclopedia del Ajedrez de memoria y yo podía poner todo lo que sabía en un papel de fumar y aún me sobraba sitio… Sólo mucho más tarde he comprendido la diferencia enorme que hay entre el saber ajedrecístico y el ajedrez como competición deportiva. En este último terreno influyen muchísimos otros factores: el carácter, el temperamento, la motivación, la autoestima, los reflejos, la confianza en uno mismo y la forma física, por nombrar solo unos pocos. Casi ninguno de ellos le acompañaba a nuestro amigo Maiztegui: impulsivo y extrovertido, apasionado e impaciente, muy a menudo era víctima de algún factor que espantaba la caza.

 
En una ocasión, fue expulsado del torneo de Benasque, por lanzarle un reloj a la cabeza a un adversario que le había llamado “sudaca”. El episodio es rocambolesco y, si alguien lo desea, se lo contaré con detalle, no aquí, para no alargar en exceso y distorsionar el sentido de la entrada.

Durante mucho tiempo, tuvo a su cargo la colaboración plasmada en la sección de ajedrez de El País, periódico que siempre estoy vituperando y, por una vez, voy a elogiar: desde hace mucho tiempo no conozco, en la prensa diaria, una sección de ajedrez tan buena como la que lució (en tiempos de Maiztegui) y luce ahora (con Leontxo García) el periódico citado. De la época de Maiztegui, recuerdo con especial placer, cuando ponía un final de partida de corte artístico. Y como homenaje, pondré aquí una posición de una de sus propias partidas, allá en Uruguay en 1965, para que discurras. Juegan negras y dan la campanada. Decir que se gana es difícil: ni con el ordenador llego a una conclusión clara, así que lo dejo en “Juegan negras y dan una espectacular muestra de ingenio”.

 
El lunes leí la noticia de su fallecimiento, DEP. Ahora que (tarde) me entero de lo polifacético que era, de su talento tan admirado como controvertido en su país, quiero dedicarle una de las pocas muestras de respeto que verás escritas en este blog.
 

lunes, 14 de septiembre de 2015

Terminó La Vuelta A España 2015

Tres semanas de ciclismo como el de antes, o casi. En esta humilde página perdida de la blogosfera, queremos testimoniar un íntimo homenaje al brillantísimo ganador, Fabio Aru, a sus dos meritorios acompañantes en el podio, Joaquim Rodríguez y Rafal Majka y a los 158 héroes que lograron completar esta exigente ronda.
 
 Para mí, un tipo que soporta cerca de noventa horas, pedaleando en una bici, chupándose casi 3400 kilómetros y soportando las caídas, el calor horroroso, la lluvia y el viento, las pendientes demenciales, los continuos traslados, la deficiente organización, las acometidas de las motos, los análisis de sangre y orina a las horas más intempestivas, el abandono del público en la mayoría de los tramos y sus irresponsables achuchones cuando la subida aprieta… Un tipo que aguanta semejante carga de esfuerzo, haciendo malabares con los bidones, culebreando entre coches y motos, habiendo entrenado en la tantas veces mortal carretera, esprintando con doscientos kilómetros en las piernas, sonriendo a los volubles reporteros y ganando muchísimo dinero menos que Messi, Cristiano, Nadal o Fernando Alonso, para mí, un tipo así no es un deportista, es un héroe: si yo fuera el alcalde de x pueblo o ciudad, con cargo a mi salario (o a alguna comisión del 3 %), mandaría erigir una estatua de acero y hormigón “al ciclista desconocido”.

Y digo al ciclista desconocido, porque con la escasísima atención que vienen prestando los medios de este motorizado país al ciclismo, pronto lo serán todos.

 
Y no vale que justifiquen que tal desinterés radica en la categoría deportiva de la prueba: este año estaban todos los grandes, menos Contador.
 
Estaba el podio del Tour al completo: el Tour, oh la la! El Tour es otra cosa, dicen los periodistas, tirando del diccionario de lugares comunes del que se nutren. Y tal vez tengan razón, salvo en un punto: el interés deportivo de la prueba ha sido superior este año en la Vuelta. Podríamos retar al Tour a que exhiba una etapa como la del pasado sábado: yo hacía muchos, muchos años que no veía ciclismo de ese calibre… Qué grande el que ganó (Aru) y qué grande el que perdió (Dumoulin)…

«Dios, qué buen vasallo si oviesse buen señor» ¿No presumía don Mariano Rajoy de su afición al ciclismo? Pues ni se acercó al podio: todos los que estuvieron allí obedecían a obligaciones de protocolo, les importa la suerte del ciclismo como a mí la protección del mejillón cebra…
 
En eso sí es superior el Tour: mejor organización (en la Vuelta, la primera etapa fue de Pepe Gotera y Otilio), mucho más público (aquí, en la mayoría de las etapas, había menos gente que en las playas de Groenlandia), un tratamiento más serio a todos los niveles (recorrido menos fragmentado, más presencia en prensa, más acogida a su paso, mejor retransmisión…)

 
La retransmisión, ahí pensaba explayarme. No diré que fue catastrófica porque es un elogio que no merece. ¿Qué les ha hecho el ciclismo a los prebostes de los medios? ¿Por qué tanta inquina? TVE 1 se cubrió de estiércol fresco 19 de los 21 días (hubo dos días de descanso en la carrera). Salvaré la locución de Perico Delgado y Carlos de Andrés. Los comentarios de ambos denotan conocimiento y amor por este maltratado deporte, pero lo demás… Primero se retransmite rebotándolo entre dos cadenas: TVE 1 y Teledeporte, habiendo días en que la cosa empieza en Teledeporte, continúa en la 1 y finaliza en Teledeporte, un mareo. Segundo, ¿no habían quitado la publicidad de la 1? Hubo sesiones en las que el bombardeo publicitario era, literalmente insufrible, con la machacona repetición de los mismos anuncios, cuatro, cinco veces, los mismos, día tras día… Anuncios innecesarios de programas que venían a continuación, diez minutos de la cadena publicitándose a sí misma, ante los envilecidos ojos y las turulatas orejas de los pringaos que asistíamos a semejante suplicio. Además, interrumpían el seguimiento de la carrera con la más certera inoportunidad, ¿te gusta el ciclismo? Pues te jodes. Tercero, la calidad de las imágenes, nefasta. Las etapas del comienzo, desde el sur, pixelándose continuamente; luego fue mejorando hasta llegar a Madrid, donde no se servían imágenes en directo. Fin.

 
Y bueno, aunque no sólo los ciclistas han sufrido esta vez los rigores del más duro de los deportes, reitero mi más rendida admiración y enhorabuena a todos ellos. Seguiría la próxima Vuelta, aunque la retransmitieran con un tam tam (y ya les falta poco).

Y vuelvo a enlazar una “sintonía” que compuse para ella hace veinte años (o más).  


Adiós, majos.

domingo, 13 de septiembre de 2015

Comienza El Curso (Allí Donde Comience)

Comencé cerca de cuarenta cursos con una mezcla de espanto, expectación y vértigo, siempre; un puntito de ilusión, durante los primeros veinte años y una pincelada de fatiga en los diez últimos.  Nadie te dirá aquí que tu vida coincide con tu vida laboral, así que yo te lo digo. Los mejores años son aquellos en los que te remangas y te sumerges en la vorágine. “I’ll rest when i’m dead”, declaraba Morrissey en “El Mundo” y, hace unos días, decía Perico Delgado: “con lo que se sufre en las subidas, con el cansancio que se acumula en las pruebas largas, no te das cuenta, pero luego recuerdas los años de ciclista profesional como los mejores de tu vida”. Así que si estás deseando jubilarte “para descansar” como yo, recuerda: la inacción, las goteras en la salud y la cabeza que ya no se ocupa de la pendencia diaria, te van a ir arrinconando y acabarás hablando solo en una habitación, en una esquina o, peor aún, en un blog.

 
En un blog donde traigo hoy una imagen desusada y melancólica: la de esta señal en medio de la nada, advirtiendo a los conductores de unas escuelas inexistentes, de unas risas y atolondradas carreras inexistentes… La señal de peligro, advirtiendo del tránsito escolar, está en un descampado, antiguo polígono residencial para obreros de una fábrica, ya reconvertidos y desaparecidos. Hace unas décadas había aquí cerca un parvulario para los hijos de los trabajadores. Cuando terminó el modelo de paternalismo empresarial, desmantelaron las fábricas, que se fueron a Cataluña y cerraron la escuela infantil (hoy se llama así porque, en nuestros días, los parvularios acogen a niños entre 3 y 18 años, es decir, toda la etapa de educación obligatoria). Dejaron, entre otros despojos, esta señal incongruente que, a mí, me recuerda lo que somos llegado el momento oportuno: la reminiscencia deshilvanada y disfuncional de algo que, en su momento, tuvo significado pero ya no lo tiene.

 
Esta señal es como la escuela en la que yo batallé, algo del pretérito y, qué demonios, me alegro de no comenzar este curso en activo, vaya, entre muchas otras cosas porque las autoridades educativas anteriores, en un alarde de ineptitud y estulticia, parieron una reforma condenada por la falta de consenso, que tuvo trabajando como galeotes de la burocracia a los maestros durante todo el curso pasado, añadido a las clases, por supuesto. Las autoridades educativas entrantes, en un alarde de estulticia e ineptitud, fulminan la reforma de sus adversarios, con lo cual los maestros han hecho el trabajo de Sísifo… Para eso les pagan, dirá usted sin duda, miembro o miembra de la comunidad educativa, pero imagínese que está usted un año entero amasando harina en un obrador donde no se hace pan, sino tortilla de patatas, ¿a que pensaría que alguien de la dirección de su empresa es un tanto incompetente? Repito, menos mal que no estoy en activo, porque me sentiría un pringao y un gilipollas…

Bueno, que ustedes lo pasen bien.

miércoles, 9 de septiembre de 2015

Dos Minutos De Odio 5. ¿Cuántas Guerras Más Cabrán En El Mundo?

No he visto la foto del niño sirio yaciendo en la playa como una mercancía estropeada. La imagen estaba, supongo, encaminada a conmover la conciencia occidental, frente a la atrocidad de la guerra que, de nuevo, ha comenzado o tal vez nunca se ha terminado, aunque, en los tiempos que corren, hubiera sido más eficaz la foto de un perrito degollado por el malo de turno: el otro, el malo siempre es el otro. Yo no necesito impactar mi conciencia, pues ya nació aturdida por la realidad inexorable de la guerra. Y sí, como ya he dicho, mis abuelos fueron refugiados de otra guerra interminable y sé que conviene ejercer la generosidad para con los refugiados. Si bien en esto, como en todo, es más fácil predicar que dar trigo.

Nosotros mismos podemos ser refugiados en un futuro inminente: tal vez después de los refugiados nos alcancen sus perseguidores. O quién sabe si después del inaudito paréntesis de paz que comenzó, en estos lares, con la hecatombe de terror atiborrando los cementerios, las zanjas, las fosas y las cunetas y con el sometimiento de los vencidos, volvamos, casi recuperados del espanto, a nuestro estado natural de violenta discordia, ¿estás de acuerdo? Me extraña.

Quien crea que la paz tiene alguna oportunidad en algún confín, que eche un vistazo a las opiniones ciudadanas en las redes sociales y otros vertederos, como éste donde se fraguan mis mamarrachadas, (claro que yo no represento a ningún colectivo y mis convicciones y responsabilidades políticas son, por decirlo suave, endebles. Por cierto, y aprovechando el paréntesis, ¿sabías que Mao Tse-tung es el inventor de Twitter? En la Revolución Cultural china nació el “dazibao”, un cartel donde cada uno escribía las chorradas que se le ocurrían. Que se le ocurrían a Mao Tse-tung, hoy Mao Zedong, pero esa es otra historia: los chinos, empezando por la pólvora, lo han inventado todo. Mao Tse-tung, Chunts Pel-sí y otros dos que no recuerdo, formaban la famosa “Banda de los Cuatro”, como ves, no ando muy versado en política china).

Puede que no haya refugio suficiente
 
Así que, sin ir tan lejos, leo a un columnista del Punt-Avui en internet, que propone “convertir Cataluña en el Vietnam de España”, leo el domingo pasado en El País que las CUP elaboran un proyecto y advertencia: “En el prólogo del programa titulado El marco político del 27-S la CUP reprocha a Junts pel Sí que alimente la fantasía de que puede haber una ruptura tranquila y le recrimina que solo haya habituado a sus bases a desfiles – las manifestaciones de las Diadas – pensando que así tumbarán al Estado. Por ello, le afea que no haya preparado a los ciudadanos a resistir y avisa de que su estrategia es una temeridad que puede acabar en frustración y política de tierra quemada“… Llegados a este punto, pienso que sólo les falta añadir: “si se perdió usted Srebrenica, no se preocupe, le haremos un remake en cualquier momento para su disfrute”. Y no son los cuatro chalados del Ejército Simbiótico de Liberación de Patricia Hearst, que éstos van a sacar ocho o nueve escaños. Las masas, por fin, atienden a quienes les sugieren el suicidio masivo, parece bastante razonable desde mi punto de vista.

 
Mientras tanto, calculo dónde pediría yo asilo, a mi edad y en mis circunstancias, y no se me ocurre lugar alguno, así que decido apurar la engañosa paz mientras dure, consciente de que, en varios puntos no muy distantes de nuestro entorno, ya han declarado la guerra. A los sirios y a los troyanos. Dios vuestro, ¿qué va a ser de todos?

Añado esta canción de Youtube, a la que un comentarista apostilló: “Viva el comunismo imperialismo burgués leninista maoista fascista proletario!!!”

¿Empanada política o lucidez exagerada?
 
 

martes, 8 de septiembre de 2015

The Tiny Bell Tale

Recojo aquí una documentada leyenda altoaragonesa, de carácter histórico o tal vez folclórico, ilustrando un par de fotos que tomé en un singular y bello paraje cuya visita, en un magnífico paseo a pie, recomiendo a cualquier peregrino, sean cuales sean sus motivaciones o intereses:

“En la primavera de 1015, Lorién, arzobispo de Serbeto, bendijo la unión de Chorche II y Serbal, cuarto de los condes de Basa, pero no pudo obtener la intercesión de la Santísima Virgen para que de este matrimonio, adelantado y un tanto audaz para su época, naciera un heredero. Por tanto, es posible que Chorche III sea un bastardo, que hubo el propio arzobispo de Serbeto con una muy principal dama de Lanaja, y que el matrimonio real adoptó, de muy buen grado, por hallar así heredero. Sea como fuere, los orígenes de Chorche III el Rechoncho, son inciertos.

El reino de Chorche III se extendía por las feraces llanuras que riega el río Guarga a su paso por la Guarguera. El rey era tan lozano que no hallaba fácilmente acomodo en su palanquín; aunque es falso que pesara cien arrobas, como aseguran sus enemigos; es posible en todo caso que, a caballo y muñido de sus armas y armadura, no fueran muchos los puentes que aguantaran su paso a la cabeza de sus feroces mesnadas. Bien es verdad que sus súbditos lo llamaban Chorche el Gordinflas, pero ello es debido más al cariño no exento de franqueza, que a la falta de respeto.

Hallábase en estos elevados territorios el rey Rechoncho en campaña contra una fementida alianza de ostrogodos y sarracenos: el emir de Baliera, había llamado en su ayuda al barón de Bonansa, cuyos bárbaros jinetes, famosos por su devastador galope sobre las infimitas praderas, se decía que provenían de allende los mares más remotos. En cualquier caso, el rey Chorche, por ultrajar al emir de Baliera, le comunicó que había ingerido, en su honor, quintales de chorizo, jamón, panceta, morcillas de arroz, longanizas con pimienta y todo lo que un cerdo bien cebado puede ofrecer a un monarca infiel.

 
De este modo, se topó con que su coraza le había quedado pequeña y, de la armadura toda, sólo le valía el yelmo y eso si se rapaba las barbas y los cabellos. Ni siquiera la rodela alcanzaba a amparar todas sus lorzas y defendellas de los traidores venablos que sin duda los moros harían llover sobre su regia persona.

Así pues, mandó fundir las dos enormes campanas que albergaba la generosa espadaña de la ermita, para proveerse del metal necesario para tal cometido. Hizo la promesa a Nuestra Señora de Castro de que, de resultar victorioso en campaña, mandaría fundir dos campanas de oro, en agradecimiento del beneficio que ahora recibía.

Obtuvo tan rotunda victoria, que los jinetes de Bonansa hubieron de galopar fuyendo hasta encontrar sosiego en un continente remoto. Y el emir de Baliera renegó de su fe, de la que no había obtenido amparo ni favor ninguno, pidiendo el bautismo, que recibió de manos del propio arzobispo de Serbeto, antes de ser por éste entregado a la hoguera purificadora. Fue tal el botín, que se hizo necesario armar más de sesenta nabatas, para transportallo, río Ésera abajo. Pero el rey Chorche, cuya mezquindad aventajaba a la mítica tacañería del conde de Balaguer, olvidó su promesa a Nuestra Señora.

 
Hasta que un día, hallándose abrevando el rey y su corcel en las riberas de Barasona, una pastorcilla se apareció al monarca y le recordó que, allí donde había prometido ubicar dos campanas de oro en honor de la Virgen, lucían ahora dos desguarnecidos huecos por donde se derramaban las lágrimas de la Señora del Cielo. El rey se burló de la pastorcilla y, para hacer patente su desdén, hizo instalar una sola ridícula campanica en la espaciosa espadaña.

Trece días más tarde, el rey moría asaltado de una sarna pestilente que convertía su pellejo en cascarrias nauseabundas, sus uñas en pezuñas de puerco y su antaño hermoso cabello en inmundos cordones de huevas de sapo. El arzobispo de Serbeto mandó dejar ahí la campanica, como advertencia contra la impiedad que había llevado al rey Chorche a perder su vida en una repugnante enfermedad infectocontagiosa, su honor que la historia juzgaría severamente, su alma precipitada en el imperecedero fuego del infierno y su reino en beneficio de una inmobiliaria.”
 

viernes, 4 de septiembre de 2015

El Libro Negro - Giovanni Papini

Podríamos decir de este libro que es la segunda parte, o la continuación, de Gog. Sin embargo, es diferente en bastantes aspectos y, en mi opinión, es una lectura de mayor interés. No cambia, eso no, la estructura del libro: capítulos breves de una diversidad desconcertante, extraídos de un supuesto diario que, de modo desordenado, lleva el personaje, narrando sus experiencias, pensamientos, encuentros, viajes, distracciones y preocupaciones, un diario donde desfila de nuevo una muchedumbre de genios, heterodoxos, excéntricos, famosos, lunáticos… Una fauna variada, a veces real, a veces ficticia, que salpica al lector con todas las inquietudes y fruslerías, con todas las angustias y vilezas de la época.

Papini publicó Gog en 1931 y El Libro Negro veinte años más tarde, años éstos de los que, los primeros, hasta el final de la Segunda Guerra Mundial, constituyen, para el autor y para varias decenas de millones de víctimas, una de las etapas más desesperanzadoras y negras de la historia de la humanidad: los totalitarismos, la guerra, los campos de exterminio, la bomba atómica… Acontecimientos espantosos y, para un humanista cristiano como es Papini, indescifrables. Y es que, desde luego, no parece fácil comprender un plan divino de Redención en semejante desastre: no siendo cristiano, no me tengo que esforzar lo más mínimo, el caos y el horror del mundo es tal cual es, pero el apasionado autor italiano se debate entre la íntima fe y el atroz despropósito circundante. Este hálito de ortodoxia religiosa sopla en los recodos de casi toda la obra: no es que Gog, como personaje, se haya convertido en un Padre de la Iglesia o algo así, pero tiene en cuenta el peso de creencias que, en la primera parte le eran, por decirlo suave, ajenas.

 
¿Y en qué se refugia el ahora hipersensible Gog de la tempestad de fuego y lodo que está cayendo…? Hombre, para empezar, es rico y aunque “los ricos también lloran” el dinero es una defensa eficaz contra los más tremendos asaltos de la calamidad colectiva. Pero el refinado señor Gog encuentra un valioso refugio en las artes y en las letras: este es un libro donde la presencia de lo “literario” es abrumadora, así que si no te estudiabas bien los autores en la asignatura correspondiente, vas a ir un poco perdido.

Como en la anterior entrega, la curiosidad de Mr. Gog le lleva a entrevistarse con los hombres más relevantes de su época: abre el libro con un ficticio encuentro con Ernest O. Lawrence, un físico considerado el “padre” de la bomba atómica. “¿Qué experimenta usted, mister Lawrence, ante el pensamiento de los estragos debidos a su descubrimiento, y de los otros, quizá más vastos, que sobrevendrán en el futuro?” Siguen reuniones apócrifas con Molotov (“vuestros gobiernos, impulsados por la necesidad de las cosas, están preparando en sus propios países un embrollo de «controles», vínculos, planes económicos, intromisiones burocráticas y estatales, que concluirán por crear en todas partes regímenes del tipo colectivista y conformista, los que a su vez no diferirán mucho del tan temido comunismo”), con García Lorca, que habla de toros (“la corrida es la representación pública y solemne de esa victoria de la virtud humana sobre el instinto bestial”), con Dalí (“estoy dando vuelta al mundo que todos conocen a fin de mostrar la otra parte”), con Picasso (“poco a poco, a medida que las nuevas generaciones se enamoren de la mecánica y de los deportes, se vuelvan más sinceras, mas cínicas y más brutales, dejarán el arte en los museos y bibliotecas, como restos inútiles e incomprensibles del pasado”), con Marconi, Huxley o Hitler (“mi infelicidad es tan grande que un día u otro provocaré una guerra, más terrible que la anterior, a fin de salir de la caverna de mi secreta miseria”), entre otras celebrities del pasado. Como ves, se trata de una especie de Disneylandia del mundo cultural y político de ochenta años atrás. Si te van las atracciones del pensamiento, la creación artística y tal, la diversión está asegurada.

 
Pero lo novedoso en El Libro Negro es que el protagonista se embarca en el coleccionismo: adquiere manuscritos inéditos de los más grandes escritores del pasado. Y Papini tiene el acierto, la osadía o el morro de imitar, suplantar o parafrasear a Cervantes, Goethe, Tolstoi, Walt Whitman, Unamuno, Victor Hugo, Stendhal, Kafka y, en fin, casi toda la pandilla de las letras de molde (claro que, para eso, cuenta con una prosa magnífica, potente y limpia). El intento planteado es el colmo de la mistificación y… hombre, no se le da del todo mal, hubiera sido un buen falsificador de papel moneda.

Pese a que la riqueza y variedad de propuestas es embriagadora, algunas tan condensadas como flashes, hay capítulos que podrían haber pertenecido a su anterior “Gog”, por su extravagancia (La fábrica de novelas, El pianista célebre, El congreso de los Panclastas, son soberbios), por su horror (El mercado de niños), por su misoginia (Las Venus feas, El masculinismo), pero aquí aparece un palo nuevo de apuntes muy reaccionarios que, sin embargo, tienen un carácter entre ingenuo y delicioso (El atontamiento progresivo, La conversión del Papa, el Neocosmos…) Alto ahí: si tu tiempo o paciencia son escasos y solamente puedes darle una oportunidad a esta obra, tan magnífica como obsoleta, no te pierdas el capítulo de Los vendedores de imposibles. Yo anduve soñando como un iluso, durante años, con lo que se propone en este breve y chocante relato.

 
Italiano como el amaretto. Te adjunto un enlace para que te bajes el libro y sus erratas, porque creo que A) merece la pena y B) No se encuentra así como así.